Cansaría
menos acompañar al hiperactivo Puigdemont en sus andanzas europeas, que estar
todo el santo día oyendo de sus huyendos. Con la noticia de que viajaba
a Helsinki, y conociendo que en el pasado, que dura desde tiempos
inmemoriales, ocurrieron tantas cosas que es imposible que no encuentren eco en
el efímero presente, me acerco al ordenata —antes los libros se sacaban de las
estanterías; ahora se bajan de una nube— para buscar las Cartas finlandesas (1898) de Ángel Ganivet[1]. Enseguida (pp. 2-3) despuntan las paralelas de
la Historia: «a todos nosotros se nos mete en el
cuerpo, juntamente con los primeros sobresaltos eróticos, una pasión violenta
por conocer nuevas gentes y nuevos climas, sin duda para sacudir el yugo del
amor […]»; o esta otra: «formé
el propósito de callarme hasta el día 1.ºde octubre, que es el de la apertura de los centros docentes, y ese día abrir mi cátedra».
lunes, 26 de marzo de 2018
viernes, 9 de marzo de 2018
IX, 47. La regla de tres de Jorge Manrique
Corrían por el seminario de Julio Marconi —sí,
el hermano del teórico Ataúlfo
Marconi— aires de una nueva historia de la literatura. Historia que
fuera ajena a los «viejos moldes retóricos de corte decimonónico (coherencia
narrativa, flujo temporal lineal, períodos unitarios, transparencia del código
empleado, neutralidad expositora, etc.)» con que había Santiáñez-Tió caracterizado a la ya manida y desgastada, mientras esperaba que un «historiador interesado en
relatar la multiestratificación del tiempo» la superara con los recursos de la
«narrativa experimental y modernista»: «pluralidad de voces, simultaneidad de
escenas, polisemia, multilenguaje, montajes paralelos». Avivo el seso y recuerdo ahora el caso de las Coplas a la muerte de su
padre con
que, preparando esa venidera historia literaria reversible —o sustentada en las
curvaturas del tiempo—, ensayaba Marconi.