Producto típico de la erudición y la imprenta humanistas, el emblema mantuvo un creciente auge en la Europa de los siglos XVI y XVII, donde ejerció extraordinaria influencia cultural. El género conjuntaba, bajo un lema o expresión enigmática por breve, un grabado de carácter simbólico o no y un poema epigramático que, sobre muy variados asuntos, por lo general iba escrito en latín, la lengua internacional del momento. Palabra e imagen se implicaban y explicaban mutuamente, mucho antes del cómic, del manga o del tebeo.
Los Emblemata (Augsburgo, 1531) del jurista italiano Andrea Alciato (1492-1550) constituyen la obra capital de este género. Más de 150 ediciones y numerosas traducciones publicadas hasta el siglo XVIII, atestiguan que fue uno de los principales best sellers de aquel entonces. Hasta el final de sus días, Alciato fue aumentando la colección, que alcanzó 212 piezas.
Literatura Emblemática Hispánica (Universidad de La Coruña, 1996-2012) cuenta con exhaustiva información actualizada sobre el género, Alciato y sus seguidores. Y el Emblematum liber del maestro italiano se halla estupendamente editado en la Red. Excelente es Alciato at Glasgow (University of Glasgow, desde 2001), que ofrece 22 ediciones publicadas en Alemania, Francia, Italia, Países Bajos y España. No menos destacable es Alciato’s Book of Emblems. The Memorial Web Edition in Latin and English (Memorial University of Newfoundland, 1995-2005).
Por una no poco visitada de estas Literaventuras ya ha desfilado cierto emblema de Alciato, el 133, relacionado con la enseñanza. Revisemos ahora el 97, que brinda otra prueba de que las novedades de verdad son escasas. Su título, Doctorum agnomina, «los motes de los maestros». Allí sostiene Alciato que es vieja costumbre la de poner apodos a los profesores. A partir del texto latino[1], y con ayuda de la traducción parafrástica de Diego López en su Declaración magistral sobre los Emblemas de Andrés Alciato (Nájera, 1615), pudiera componerse la siguiente versión:
Antigua costumbre es la de apodar a los profesores: a Curtio, que solo explica pasajes fáciles y obvios, lo llaman El reglamento; Parisio, que vuelve de continuo al mismo punto y se repite con harta frecuencia, es motejado como Meandro; si es difícil de seguir y confuso, como Pico, lo apodarán Laberinto; el que por demasiado conciso prescinde de muchas explicaciones, al igual que Claudio, recibirá el nombre de El apuntador; a Parpalo, que con sus voces incluso agrieta las columnas, lo motejan El pelícano los estudiantes; por el contrario, Albio, de chillona voz, es El murciélago; a Craso, mutilador de las sílabas finales de todas las palabras, se le conoce como El golondrina; el que no escucha y habla para los sordos, es como el del refrán, «que parla más que un estornino»… Un profe tartamudea, aquel ronca, este gorjea, el otro silba como culebra. Hay uno que compone una mueca con la boca y la nariz; otro, cuya lengua taladra; rompe aquel a toser y carraspear, y a escupir este otro. Tantos son los fallos de la conducta humana, tantos los apodos que surgen.
Profesión de alto riesgo, pues, esta del magisterio, por su continuada exposición ante público que pudiera resultar exigente. Como se ve, desde hace siglos va en la vocación y el menguado sueldo esto de los motes. De manera que, si se diera el caso —y bien es cierto que no tiene por qué— de que un profesor se enfadara lo suyo al enterarse de que cuenta con un apodo que de boca en boca corre, y aun de promoción en promoción de benditos estudiantes, sabrase que muy probable fuera que dicho maestro no hubiese visto / leído a Alciato.
Una pena.
[1] Moris vetusti est, aliqua professoribus / Superadiici cognomina. / Faciles apertosque explicans tantum locos, / Canon vocatur Curtius. / Revolvitur qui eodem, et iterat qui nimis, / Maeander, ut Parisius. / Obscurus et confusus, ut Picus fuit, / Labyrinthus appellabitur. / Nimis brevis, multa amputans, ut Claudius, / Mucronis agnomen feret. / Qui vel columnas voce rumpit, Parpalus, / Dictus Truo est scholasticis. / Contra est vocatus, tenuis esset Albius / Quod voce, vespertilio. / At ultimas mutilans colobotes syllabas, / Hirundo Crassus dicitur. / Qui surdus aliis, solus ipse vult loqui, / Ut sturnus in proverbio est. / Hic blaesus, ille raucus, iste garriens. / Hic sibilat ceu vipera. / Tumultuatur ille rictu et naribus, / Huic lingua terebellam facit / Singultit alius, atque tussit haesitans. / At conspuit alius; ut psecas. / Quam multa rebus vitia in humanis agunt, / Tam multa surgunt nomina.
Veo que tu ironía vive momentos dulces. Cuentan que en un tiempo de aulas europeas, veían a un joven profesor impartir sus clases sobre Introducción al lenguaje. Hubo un día en que dos bellas señoritas del fondo de la clase no dejaban de platicar mientras aquel docto profesor explicaba el aparato fonador. Ante tanto alboroto en aquella posada, el mosquetero profesor dijo: Señorita, por favor, dejen de articular palabra.
ResponderEliminarHasta Dumas hubiese firmado contemplar una escena así para novelarla.