Brindis con triple copa (2008-2012)
Mucho antes de que los cursis exquisitos de la gauche divine —tantos de ellos hijos de la casposa casta franquista— identificaran fútbol con dictadura, y en consecuencia lo condenaran, Miguel Hernández, ángel del pueblo, comunista convencido, comprometido y de verdad combatiente, la gran promesa de la cantera poética española de los años 30, supo cantar el auge de un deporte que, interpretado al estilo acompasado, sereno y feliz de Xavi Hernández, es fuente de emoción estética.
El poema, compuesto en 1932, se titula «Elegía. Al guardameta». Hernández lo enderezó «A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela», dedicatoria que anuncia la capacidad imaginística, nutrida en lo gongorino, del que, a pesar de su temprana e infame muerte, figura en la alineación de la mejor selección poética española, equipo repleto de dieces, multisecular campeona de la palabra medida y desmedida: Juan Ruiz, Jorge Manrique, Garcilaso, fray Luis de León, fray Juan de la Cruz, Lope de Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández y Blas de Otero. El banquillo no es menos impresionante.
Pero a lo que iba: Hernández convirtió a Lolo, guardameta ignorado si no fuera por esa elegía, en san Pedro o portero no ya del equipo de su pueblo, Orihuela, sino ni más ni menos que de su cielo. Un precedente de san Casillas, vamos.
Comienza el partido. Canta, pues, el silbato (grillo) plateado del «domador de jugadores»:
Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?
Después, la cámara poética, que todo lo ve y nombra, encuadra el área chica y la portería, el territorio que enseñorea el guardameta. Un espacio imaginado como la jaula en que se le encierra, sanjuanista pájaro solitario:
En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo anudado.
El poeta gongorino que fue también Hernández entiende luego la red de la portería como una tela de araña que atrapa los balones-mosca (la cursiva subraya lo que en 1932 era aún neologismo: gol):
Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.
Las banderas de los linieres que «imparciales / agitaron de córner las señales» son «Delación de las faltas, mensajeras / de colores, plurales». Y ya en el bullicio del juego, Hernández narra un barullo en el área de Lolo:
Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.
El verso «donde bailan los príapos su bulto» prefigura la famosa estampa de un Butragueño sin eslabones.
Miguel Hernández destaca en su crónica poética una excelente parada de Lolo, guardameta aéreo (o superhéroe), no se olvide: «la esfera terrenal» «fue interceptada / por lo pez y fugaz de tu estirada». La correspondiente instantánea saldría en la prensa deportiva de la época:
Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.
Pero la que de verdad ha sobrevivido es la instantánea de Hernández, que aquí trenza la jugada a pase de Góngora (esa latinizante supresión del artículo en «evitar victoria» y «te aireó gloria») y del «ventalle de cedros» de la Noche oscura de fray Juan.
Muy por delante del país al que representa, y no digamos de sus tantas veces mediocres, agoreros y arrabaleros periodistas deportivos, la selección española de fútbol acaba de ganar otra copa de la cosa, haciendo felices por días u horas a millones de personas que sufren el desastre de gestores, políticos, economistas y clérigos de todo pelaje y peaje. Estábamos aún celebrándolo, cuando empezaron a ulular y pulular los aguafiestas coñazo del panem et circenses, esa moralina digna de cura aburrido y encerrado en confesionario, dispuesto siempre a salvarnos: que si las primas que cobran los jugadores, que si los goles ocultan la realidad, que si lo bien que le viene esto al Gobierno, que si…
Hasta el gorro, oiga, de los apóstoles del muermo y de la queja. A ver si aprenden del Juan de Mairena de Antonio Machado: «A la ética, por la estética». A trabajar, pues, y crear, con el alto ejemplo del arte espléndido y la filosofía estoica de los Iniesta, Alba, Casillas y Xavi.
Otro Hernández genial.
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