Solemos quererlo mucho, quizá porque nacimos en él. Pero hay que reconocerlo: el siglo XX, que Bergamín llamó de la doble incógnita, fue un follón, un pasmo, un caos, una cosa. Literalmente fue la bomba. También para la pintura.
Empieza alguien apellidándose Freud, y sin comerlo ni beberlo como que tiene un problema. De identidad y nada menos que desde la cuna. Luego resulta que ese alguien es nieto de Sigmund Freud, de los Freud de toda la vida, y para qué decir ya. El pintor Lucian Freud (1922-2011) quería con sus retratos, ni más ni menos que «provocar la impresión de chocar con la realidad: “Quiero que la pintura se sienta como la carne”» (Carlos Fresneda, «El arte en la ‘mirada’ de Lucian Freud», El Mundo, 9-2-2012). A mí esto me parece contradictorio, pero vas a pedirle cuentas lógicas a alguien del siglo XX, yo qué sé, a un pintor, nieto de Freud por más señas.
De 1950-1951 es su óleo Girl with a White Dog (Londres, Tate), en que don Lucian retrató a su primera mujer, a la que «poco después dejaría» para casarse de nuevo, según cuchichea Fresneda. La glosa de la Tate añade que la esposa estaba embarazada. Sin entrar en detalles, cotilleos y crisis conyugales, que este blog no es de esos, examinemos el cuadro: la modelo ha perdido todo el sensualismo de la escena de mujer con perro que ya conocemos, para entrar en una fase depresiva que contagia al can. El animal yace, alicaído y como en cuarentena, sin comerse nada, sobre la pierna de la esposa del pintor. Y ya ni gasas ni gaitas: una bata —además amarillenta—, prenda lo más alejada del erotismo que jamás se haya inventado en las mercerías, cubre todo el cuerpo de la señora, de enormes ojos perdidos y confusos. Un cuerpo femenino por bata amarilla o de enfermedad psicosomática vedado, menos sus manos, que se antojan demasiado grandes; menos su seno derecho, que sobresale para ser de urgencia examinado por un médico…
¿Pero qué ocurrió en el siglo XX para que tantos artistas se regodearan en la depresión freudiana y el cansancio de la existencia? ¿Qué se hizo de la mirada vital de Tiziano? Bueno, no se crean: por suerte, no es que su serena sensualidad se perdiera del todo. No parece, por ejemplo, preciso recurrir al comentario de la Tate londinense para advertir que, en Model and Dog (1974-1975), del escocés Craigie Aitchison (1926-2009), late la ya familiar directriz tizianesca: «A reclining figure with a dog was a favourite subject» del maestro italiano. Lo hemos ido comprobando una y otra vez, en varias ocasiones.
El ébano de la piel de la que es ya más modelo que mujer, contrasta sobre el plano y blanquísimo lienzo que le sirve de lecho. Alguien ha depositado flores dormidas en torno a ese cuerpo femenino, despierto y desnudo. Descansada y despreocupada, la modelo mira y posa mientras el pintor, al otro lado del óleo y del mundo, ejecuta su trabajo. Que desde el título denuncia que esto es un cuadro. Ni una diosa, ni una dama: contemplad a una modelo. Artista contemporáneo, Aitchison revela su conciencia de artífice y no oculta sus trucos de pintor. También, como a tantos de sus colegas contemporáneos, le vence el peso de su saberse al dedillo la historia del arte: Aitchison ni quiere ni tal vez puede negar que ha vuelto a empuñar el pincel de Tiziano. No hacen falta más detalles: el arte contemporáneo ha sido condenado a la repetición. El perro blanco, esquemático como la modelo y como el templo que se adivina a través de la ventana del fondo, contempla la escena de la que forma parte; sensual escena, pero prototípica. Mujer y can. ¿Se puede decir algo más? Se corre el riesgo de contestar negativamente y certificar así la muerte del arte.
O se puede emborronar la figuración y por tanto la lógica y el legado de sentido. Paseando aún virtualmente por la Tate, se comprueba que es lo que perpetró en The Woman with the Dog (1975) Joseph Beuys (1921-1986), contemporáneo de Aitchison. Que el alemán Beuys hubiera sido piloto de combate, político y profesor, no creo que le exima de responsabilidad estética, pero cualquiera sabe. En todo caso, el pobre comentarista de la Tate se las ve y se las desea para hallar algo descifrable en esa secuencia de trazos, trozos y destrozos. Yo es que ni me voy a molestar. Tiziano dictó su título a Beuys y luego pudo con él.
No se le den más vueltas. Tampoco a un independentista catalán nada hay que le exima de conocer la historia y de cumplir la ley. Pero ahí está: otro contemporáneo de Beuys. Y a sus anchas en el museo.
¡Ay, nuestro siglo XX, sus crisis y sus depresiones económicas y freudianas! ¡Qué manera de progresar!
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