lunes, 28 de enero de 2013

VI, 21. Paseo poético-lexicográfico

Volvamos de nuevo la vista hacia el camino otoñal del Diccionario. Por pasear, ojeando y hojeando. De algo que vaya cargado de «idealidad, lirismo», o que «suscita un sentimiento hondo de belleza», se dice que tiene poesía. Es fama que hubo quien se declaraba así a las señoras: «Poesía… eres tú». Y ya puesto, generalizaba: «mientras exista una mujer hermosa, / ¡habrá poesía!» (Bécquer, rimas XXI y IV).
La definición académica de tener poesía igualaba idealidad y lirismo. Esos que María Moliner llamó «círculos viciosos» del diccionario son útiles para guiarnos por los pasajes lexicográficos. Porque van los académicos y definen lirismo como «cualidad de lírico», de modo que hay que viajar hasta esa otra estación o entrada: el sexto sentido de lírico dicta que es lo que «promueve en el ánimo un sentimiento intenso o sutil, análogo al que produce la poesía lírica». O sea, que la ecuación idealidad = lirismo, presentada implícita bajo poesía, se resuelve, sub voce lírico, en idealidad ≠ lirismo y en lírico = provocador de sentimiento. En todo caso, la ciencia de las aproximaciones que es la lexicografía viene a indicar que poesía y lirismo son funciones literarias que influyen lo suyo en la vida. Y en los nombres que damos a procesos que nos pasan y a entes que nos pesan.
Tras leer «Mitologías de andar por casa», una amiga, Miriam López, me decía por Facebook que «tu artículo me ha recordado una de mis primeras clases en la Facultad de Periodismo, cuando dije: “Hoy vamos a hablar de epónimos…”. La cara de los alumnos era un poema». La locución Ser algo un poema, o todo un poema, señala, como aquí, una sobredosis de expresividad, a la que tan dados pueden ser los estudiantes. En su próxima edición del Diccionario, la Academia definirá tal locución, s. v. poema, así: «Ser ridículo, excesivo o fuera de lugar. En algunos lugares de América se usa a veces con valoración positiva».
Que nombramos la realidad desde la literatura, el arte o la imprenta, se aprecia en otras locuciones como de fábula («muy bueno»), aunque frases como «Esta comida es de fábula» prefieran construirse hoy con de cine (o incluso con de miedo). En este terreno, el libro no tiene rival como productor de expresiones: de libro, «perfecto»; hablar como un libro, «hablar con corrección»; hacer libro nuevo, «introducir novedades»; meterse en libros de caballerías, «mezclarse alguien en lo que no le importa»; no tener necesidad de libro, «no requerir meditación para ser muy claro o sencillo»; quemar alguien sus libros, «esforzar la propia opinión»; explicarse como un libro cerrado
Varias de esas locuciones radicadas en la literatura remiten a la ausencia de verdad: hacer una tragedia es «dar tintes trágicos a un suceso que no los tiene», como hacer la comedia es «aparentar […] lo que en realidad no se siente» (hace siglos se decía, como equivalente, hacer momos). Es que el teatro ha dado mucho juego —y ha mostrado y enseñado más— en ese conflicto humano del ser y el parecer. Miren si no teatral, «efectista, exagerado y deseoso de llamar la atención», y su sinónimo teatrero, que además significa «persona afectada, que gesticula con exageración»; o farsa, «enredo, trama o tramoya para aparentar o engañar». Sin embargo, a veces mentira y verdad coinciden. Parar algo en tragedia es la mentira (literaturización) de la verdad última y patética: «Tener un fin desgraciado». Por lo demás, al teatro debemos la extensión de nombres para designar lo estrambótico: sainete, «situación o acontecimiento grotesco o ridículo y a veces tragicómico» (a tragicómico ya lo acarreé en el post citado arriba); esperpento, «hecho grotesco o desatinado». Valle Inclán sigue prestándonos, del rey abajo, su mirada de literaturizar.
También se nota la influencia de lo libresco sobre nuestro vivir o nombrar en adjetivos como enciclopédico («El saber de Menéndez Pelayo resultaba enciclopédico»), y de lo poético en otros como bucólico: cada vez que alguien exclama «¡Qué paisaje tan bucólico!» —creo haber soñado hoy que así se decía en mis tiempos—, resuena la voz multisecular del Virgilio de las Eclogae vel bucolica. Incluso un asunto económicamente positivo, como el mecenazgo, debe su nombre a Mecenas, aquel protegido de Augusto que a su vez protegió a poetas como Horacio y Virgilio. A cambio, ellos preservaron su nombre en verso: «Prima dicte mihi, summa dicende Camena, / spectatum satis et donatum iam rude quaeris, / Maecenas, iterum antiquo me includere ludo?» (Horacio, Epístolas, I, 1-3).
Latiniculta referencia que nos perdemos al repetir esponsorización.

3 comentarios:

  1. De tu paseo por las palabras "literarias", me ha venido al caletre un género que también influye(y mucho)en éste nuestro mundo: la novela. Nos enseña el diccionario de la R.A.E. que es "una ficción o mentira en cualquier materia"; así que, digo yo, todo novelero es mentiroso. Acudo a derivados y me sale "novelesco" definido como "exaltado, sentimental, soñador, dado a lo ideal o fantástico".
    Los que disfrutamos de la literatura tendemos a ser, de natural, líricos, solemos ponernos dramáticos o trágicos, presumimos de un saber enciclopédico y, a veces, caemos en la farsa o esperpento. Somos novelescos, y lo pasamos de fábula.
    (Por cierto, no tengo Facebook. Cuando lo tenga, ya te contaré).
    Un bucólico abrazo.

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    1. Tienes toda la razón, José María. Y si además no tienes inconveniente, me gustaría citar esta intervención tuya en algún próximo post de la serie. Lo que sabemos, lo sabemos entre todos. Un nada novelesco abrazo.

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  2. Sin problemas. Lo que sabemos permanece y no tiene propiedad.

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