¿Pero de dónde habían sacado a este Mariano Rajoy
Brey, fundador de la Playa
de Oriente? Francesillo de Zúñiga lo tenía averiguado y pasado a limpio en
su muy exitoso Memorial
global del mundo mundial: de idéntica fábrica que a un tal José Luis
Rodríguez Zapatero. Ambos, titulares respectivos de las afamadas marcas
electores Mariano y ZP, venían de serie. Es que coincidieron,
cuando la prehistoria de sus chiquilladas, en el patio de recreo del mismo
colegio de León. Pero de León León: de la parte de la capital. Por aquellos días
dizque las crónicas que les apodaban no Mariano
y ZP, mas Papes y Marianín. La
leche. En polvo: de aquellos polvos, estos lodos.
Andando el tiempo, y una vez chequeados semejantes
resultados de calidad revertidos en la Madre Sociedad, el susodicho colegio
estuvo a punto de ser clausurado. Lo salvó un lumbreras de chaqueta y coleta,
que le inventó un eslogan y le dibujó un logotipo. Eslóganes y logos eran los socorridos
salvavidas de los negocios dedicados a la venta de humo y sahumerios. «Liderazgo
y gobernanza», rezaba un cartelón a la entrada renovada del tal colegio, amén
de en sobres y demás papelería marquetinera de la egregia y sacra institución
docente. «Liderazgo y gobernanza». Había que aprovechar el tirón de aquellas palabras.
Las palabras es que se contagian mucho. Extendida la
epidemia, había las que se tornaban en acomodaticios comodines: liderazgo había triunfado entre aquellos
que iban, según aseveraba Francesillo de Zúñiga, «muriendo por los sus negocios»,
y gobernanza era voz que un buen
amigo de Francesillo de Azcoitia, narrador gamberro a ratos perdidos, había clasificado
entre las de tipo
zombi. Este segundo Francesillo, primo del primero y copartícipe del paco-esperpento,
solía parafrasear aquel eslogan, «Liderazgo y gobernanza», según le habían
enseñado sus agüelos, a la pata la llana: «El que paga manda».
Era de saber que el colegio que había fabricado y
dado al mundo a Papes y Marianín, organizaba todos los veranos
una escuela de emprendimiento alumbrador hasta decir basta. Y tenía a bien
invitar a lo más granado del empresariado imperial. Oficiaban de maestros de
ceremonias, alternándose consensuadamente, Mariano y ZP, una vez alcanzada la
cumbre de sus chiquilladas en el ocho mil monclovita. Aquel jueves de agosto presentaban
a Máximo Lima Ferrer, ejemplo de superación. Su conferencia versaba sobre «Moral
formal kantiana: el caso Ángela Merkel». Francesillo de Zúñiga, que acababa de
regresar del futuro, buscó su asiento en el salón de actos, antigua capilla, y
se dispuso a recibir doctrina, si bien en estos bolos veraniegos de todo el
personal concurrente era sabido que lo de menos fuera la conferencia.
Ascolti, comenzó Lima Ferrer, aquellos eran tiempos confusos y tirando a poco
heroicos. Bien lo sabía él, que del ser-para-la-muerte de Heidegger había
pasado a ¿Quién se ha comido mi queso?
Ante la incapacidad para la abstracción que hermanaba a tantos triunfadores en
el mundo de los negocios, solían tirar estos de autobiografía, cuando de presentar
resultados se trataba. Un recurso retórico que el docto público, tan entrenado
en la tele del reality y el marujeo,
agradecía lo suyo. Tiempos eran, ascolti,
en que los novelistas y los filósofos se habían transformado en disciplinados integrantes
del tejido industrial y fabricaban best-sellers,
libros de autoayuda y consumo, y demás productos perecederos. Época en que los
vendedores de impresoras eran investidos doctores honoris causa (embestidos,
escribían los adolescentes que pertenecían a la generación mejor preparada de
la Historia de España) y oficiaban de intelectuales a la violeta. Una época en
que los sindicatos, superada la etapa de su ser-centrales-sindicales, ayuntaban
verticalmente su destino con los emprendedores, en su ser-agentes-sociales. ¿Y
qué decir de los cuentacuentos o Consejos de Administración, rendidores de cuentas
creativas y ficticias ante sus inversores, a quienes tanto debían y a quienes
querían tanto, en exquisitas memorias del maquillaje y en juntas de accionistas
a los que poner perdidos de valor añadido, que manaba a chorreones? Día cercano
al Juicio Final, ascolti, en que los
metafísicos pontificaban sobre el oxímoron teológico bautizado «Ética
empresarial». Un
lío, ascolti. Si lo sabría él.
De hecho, Máximo Lima Ferrer no era sino un consecuente —así lo
pronunciaba, miembro como era de casta neológica— de aquellos tiempos confusos
y tirando a poco heroicos. «Los pueblos han despreciado la épica y elegido el
lavavajillas. El confort está matando a los gorriones y haciendo que los viejos
se suiciden». Con tanta poesía iba ya larga la perorata del introito, y aún ni había
mentado Lima Ferrer a frau Ángela Merkel, el
ángel anunciador de los Mercados, que le decimos en Carabanchel Alto.
Y se echaba la hora del tentempié, prometido en la
matrícula.
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