Emperrados siguen muchos, por falta de lectura histórica o paseo
filológico, en hacer circular la falsa moneda de que el uso fonético generalizado de la grafía jota fue cosa de Juan Ramón Jiménez. Sólo un caso anterior. Esteban de
Terreros y Pando dispuso, en su Diccionario
castellano con las voces de ciencias y artes (1786), tan ilustrado,
logarítmico y sucinto, la siguiente definición de amor: «En jeneral es una inclinación y afecto a un objeto que es, o
se concibe, bueno». Tras lo que distinguía entre amor de amistad (afecto al objeto por sí mismo) y amor de concupiscencia, o afecto al
objeto por la complacencia que se consigue de él.
Un diccionario el de Terreros que reduce al mínimo común denominador la complejidad
de la palabra amor. Para que con él operen,
digo yo, unas máquinas. Ese mínimo es el conformado por la parejita —Venus
blanca y Venus negra— que Platón percibió en el amor, y que acabó dando en
el par amor
honesto / amor carnal que, desde
el siglo XV, contienen nuestros diccionarios.
Pocos años antes de que Terreros publicara su lexicón, los felices
académicos habían organizado su aquel de poco la entrada amor en el suyo. Después, y durante casi un siglo, se echaron a
dormir. Así que las diez ediciones del DRAE
publicadas entre 1770 y 1852 repitieron las siguientes acepciones de la
compleja palabreja:
[1] Inclinación o afecto a alguna persona o cosa.
[2] Blandura, suavidad.
[3] La persona amada.
[4] Ant. Voluntad, consentimiento.
[5] Ant. Convenio o ajuste.
Sólo en 1791 se volvió a incluir una sexta acepción, la de amores («Comúnmente se entienden los
ilícitos»), que desapareció en 1803. Por fin, la Academia introdujo un cambio
en la acepción 1 de amor, e intercaló a renglón seguido una nueva: sin
eufemismos ya, el sexo y la pasión (la Venus negra) como sentido segundo de amor. Fue en su Diccionario de 1869, año
postrevolucionario:
[1] Inclinación hacia lo que nos parece bello o digno de cariño, y atrae
nuestra voluntad.
[2] Pasión que atrae un sexo hacia el otro. Por extensión se dice también
de los animales.
[3] Blandura, suavidad.
[4] La persona amada.
[5] Ant. Voluntad, consentimiento.
[6] Ant. Convenio o ajuste.
En sus tres siguientes ediciones, entre 1884 y 1914, la Academia mantuvo
esta presentación, pero redactó de nuevo la acepción 1: «Afecto por el cual
busca el ánimo el bien verdadero o aprendido, y apetece gozarle». Se habían
despertado los sabios… para volver a Autoridades:
«Afecto del alma racional, por el cual busca con deseo el bien verdadero o
aprehendido, y apetece gozarle». Con todo, en 1914 gozarlo sustituyó a gozarle:
los académicos rindieron su leísmo, esa anomalía sobre la que siempre hizo la
vista gorda la Gramática de La Docta
Casa, pues quienes mandaban en la Corte eran leístas: los laístas eran de
barrio, y los loístas de pueblo.
En las siete versiones del Diccionario
académico que se sucedieron entre 1925 y 1984 se alcanzaron las once acepciones
de amor, se modificó la primera (imaginado en vez de aprendido), se intercaló como 5 una nueva y se retiró la marca de
anticuada a la ahora acepción 6:
1. Afecto por el cual busca el ánimo el bien verdadero o imaginado, y
apetece gozarlo.
2. Pasión que atrae un sexo hacia el otro. Por extensión se dice también de
los animales.
3. Blandura, suavidad.
4. La persona amada.
5. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.
6. Voluntad, consentimiento.
7. Ant. Convenio o ajuste.
El DRAE de 1992 abrió un nuevo
ciclo, donde se sitúa la
definición actual de amor. Las
acepciones eran ya doce. La primera destacaba por su exuberancia y su redacción
bajo el modo retórico del manifiesto de una ONG:
1. Sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra persona, un
grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese
deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido.
2. Atracción sexual.
3. Apetito sexual de los animales.
4. Blandura, suavidad.
La ahora quinta acepción también se alargó, quizá de manera innecesaria (en
la reiteración invocada o llamada), y
la séptima de 1992 recuperó su carácter de anticuada:
5. Persona amada, invocada o llamada por quien la ama.
6. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.
7. Ant. Voluntad, consentimiento.
8. Ant. Convenio o ajuste.
Es curioso que lo que nosotros, por ahora los últimos en este trayecto,
vemos como natural, que sentimiento
encabece la definición de amor, resulta
ser muy reciente incorporación.
Ya con cierto conocimiento de causa, adquirido en el ampliado Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua
española, podemos darnos, con mayor frenesí si cabe, a esta despreocupada moda de
opinar.
Con alegría.
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