Para J. P., que sabiamente mezcla
solvencia intelectual, bonhomía y humor
Participo en un foro
filológico de Facebook. Otra de mis manías. Hace ciertas lunas, alguien
inició un hilo sobre la palabra amor.
Tras seleccionar las cuatro primeras acepciones que figuran en el DRAE,
preguntaba por las diferencias entre las acepciones 1, 2 y 3, y discutía la
pertinencia de incluir la 4. Los filólogos, filólocos y finólogos que pasábamos
por allí empezamos a opinar.
Como sabían los griegos (los de antaño) y hemos olvidado nosotros, opinar
es errar. Digamos, pues, que la entrada amor
del DRAE no tiene cuatro acepciones,
sino catorce, y eso sin contar los giros y expresiones hechas:
1. m. Sentimiento
intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y
busca el encuentro y unión con otro ser.
2. m. Sentimiento
hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en
el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir,
comunicarnos y crear.
6. m. Persona
amada. U.
t. en pl. con el mismo significado que en sing. Para
llevarle un don a sus amores
14. m. pl. cadillo (||planta umbelífera).
Me llamó la atención que algunas intervenciones en aquel hilo implicaran la
asunción de uno de esos errores mitolingüísticos
tan extendidos; más o menos éste: que los académicos, en sus cónclaves selectos
y secretos, van añadiendo significados a una palabra, según su entender no
exento de azar, hasta que se aburren y pasan a otra. Una panda. O una tropa,
como dicen que espetó el conde de Romanones cuando no lo admitieron en La Docta
Casa, que es curioso apodo: «qué tropa, joder,
qué tropa». No. El Diccionario de
la Real Academia Española, el más actualizado de todos los del español, acumula
los sentidos que las voces siguen adquiriendo. Sin perder los que han perdido:
los imperdibles. En amor, dos (9 y
10) figuran como anticuadas.
Palabra: contenedor de significados. Una de las maravillas de la lengua
natural: los sentidos se van adhiriendo a las formas (o significantes) por
estratos históricos, y una entrada de diccionario resulta algo así como una
sección de excavación arqueológica. No otra cosa es la filología: arqueología
de palabras. Cada una con sus matices y sentidos atesorados década tras siglo.
La palabra amor, por caso: catorce
acepciones de diccionario entre las que el hablante, según el momento que viva
y al que deba adaptar su mensaje, selecciona una, que es como indicar que
rechaza las demás. Tarea que incluye la selección voluntariamente errónea,
también llamada ironía.
Para dejar de opinar o equivocarse es preciso echar un rato. Esos buenos
momentos dedicados a satisfacer la curiosidad. No sé, consultando por ejemplo
el Nuevo
tesoro lexicográfico de la lengua española (NTLLE), que la Academia ya
ofrecía en su estupenda
web, ahora mucho más ordenada, y donde estaba disponible la colección de diccionarios
académicos iniciada en 1726. La novedad es que se acaban de añadir al NTLLE los
principales lexicones, desde el siglo XV. Todo un «diccionario de diccionarios»,
según describe gráficamente la Academia en su web. Por mi parte, prefiero
asemejar el NTLLE a un Gran Hermano lexicográfico, desde el que la evolución de
la presentación de cada palabra puede ser ahora observada. Con esa paciencia sin
relojes que requiere el estudio.
Digamos de nuevo amor. Nebrija,
en su Vocabulario de romance en latín
(1516), dibuja los trazos de la palabreja de marras en sus contextos sintácticos
y remitiendo a los étimos latinos. Con una síntesis o belleza extraordinaria:
[1] Amor a todas las cosas. amor, -oris.
[2] Amor a solos los hombres. charitas,
-atis.
[3] Amor con razón. dilectio, -onis.
[4] Amor deshonesto. amores, -rum. in
plurali.
[5] Amor furioso. furor, -oris; ignis,
-is.
Si comparamos las acepciones del DRAE actual con estas primeras cinco de las nueve que hay en el Vocabulario, notaremos los cambios (la palabra en el tiempo, que decía Machado) y las correspondencias: DRAE 1 = Nebrija [1 y 3]; DRAE 2 = Nebrija [3]; DRAE 3 = Nebrija [1 y 2]; DRAE 4 = Nebrija [4 y 5]. También ilustra
el Vocabulario nebrisense sobre la
construcción neolatina del léxico español: lo que subyace (y sigue latiendo) en
amor son seis voces del latín;
una de ellas, además, con significación distinta en plural (amores, ‘unión sexual’) y en singular (amor,
‘el universal, cósmico o platónico’).
Vamos, que dio en el clavo mi amigo electrónico Jesús Párraga cuando en
el hilo mencionado de Facebook veía en DRAE
1 la huella del Banquete de Platón.
Esa arqueología de las palabras que nos permite ver cómo han evolucionado con el paso del tiempo, la definió Ortega como razón histórica. Eso explica los cambios o no de los significados, ya que cada generación aportó su visión a las palabras. Les aportó sus creencias cuando ese significado arraigó en la sociedad. Y les insufló sus ideas cuando el significado vigente se encontró con una nueva idea que la nueva generación intentaba establecer en contraposición a la creencia sobre el mismo asunto de la generación precedente.
ResponderEliminarEn el caso de la evolución de una lengua, mucho más lenta que la de cualquier otra institución, la generación medida según criterios orteguianos no es muy relevante. Los cambios lingüísticos que terminan siendo aceptados suelen ser asunto de varias generaciones, no de una sola. Pero la razón histórica de Ortega me parece un concepto muy a tener en cuenta, no sólo en lo referido a la lengua.
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