Por lo que
llevamos experimentado[1], se
entiende que los autores de sonetos sobre ilustres e ilustradoras ruinas, casi
nunca las vieron. Castiglione se supone que sí, las de Roma; Herrera quizá, las
de Itálica, que le pillaban cerca, al fondo a la izquierda del barrio de
Triana. Para contemplar las de Cartago, a Garcilaso, Cetina y Tasso no les
bastó con pisar las arenas del desierto africano: tuvieron que echar mano de
alguna guía de viajes. Sin problemas, pues, dada su condición de lectores
impenitentes. Ayudaría, por ejemplo, el Libro I de las Historias de Polibio, que adujo y recondujo (hacia La Goleta)
Herrera en sus Anotaciones (p. 472):
está sobre un monte o cabo que se tiende al
mar i tiene forma de isla […]. Oi se ven algunas antiguas reliquias de su
grandeza […]. Fue Cartago en la garganta de aquella laguna por donde se va a
Túnes. Poco más adentro uvo una isla pequeña o montezillo mui llano en medio de
las aguas, en el cual los moros i después los turcos levantaron un castillo,
que por estar en la garganta de aquella laguna lo llamaron Goleta.
No ver lo que
uno canta seguramente es augurio de bitematismo: como el soneto no da para
tanto, vuelvo a mi yo, moral, enamorado, lo que sea, y lo entrelazo con la
grandeza de ciudades que destruyó el tiempo. También podría sostenerse esta
otra explicación para tales estructuras bitemáticas: con su amontonamiento
deslavazado de restos y piedras, la ruina se convierte en significante que no
enlaza con una urbe o una arquitectura: un significante sin significado ni correlato
con la realidad. La ruina, entonces, como un modo de música. Contemplar un
significante así es escuchar el sonido que va dejando el tiempo al pasar; pero inquieto
y sin asideros, el contemplador ansía un significado, un puente con el espacio
tangible. Se lo brindan la memoria (lectora: los textos pretéritos) y la
imaginación. Sí: al escuchar la música del tiempo mientras sigue la partitura
de unas ruinas, la cabeza se le va al poeta hacia otro sitio: a ti, querida; a
vosotros, prisioneros como yo del ir pasando pesadamente todo al pasado.
Un soneto es
un vértigo: ante sus escasos versos ya tasados y medidos pero aún por componer,
el sonetista sabe que deberá comprimir su mensaje —que lo lleva muy completo y
muy muy dentro— y siente que no podrá expresarlo a su manera: teme que las
coincidencias con sus antepasados le veden la innovación. Y sin embargo… Frente
a Castiglione, a Tasso, a Garcilaso y a él mismo, Cetina había incorporado al
soneto de las ruinas la novedad de la microantología de las urbes derruidas.
Con un cuarteto le bastó para ajustar el itinerario por nueve ciudades que en
Europa, Asia y África sufrieron el estrago
del incendio que aniquila:
Si
de Roma el ardor, si el de Sagunto,
de Troya, de
Numancia y de Cartago;
si de
Jerusalén el fiero estrago,
Belgrado,
Rodas y Bizancio, junto;
si
puede a pïedad moveros punto
cuanto ha
habido de mal del Indo a Tago,
¿por qué del
fuego que llorando apago
ni dolor ni
piedad en vos barrunto?
Pasó
la pena de estos, y en un hora
acabaron la
vida y el tormento,
puestos del
enemigo a sangre y fuego.
Vos
dais pena inmortal al que os adora
y así vuestra
crueldad no llega a cuento
romano, turco,
bárbaro ni griego.[2]
Tras la
vertiginosa enumeración de ruinas, el característico tema segundo: cualquier fuego
destructor que relate cualquier historiador de cualquier pueblo, «romano,
turco, bárbaro ni griego», os conmueve, oh amada cruel, menos el arder de amor que,
por vos, consume a quien suscribe. La frontera bitemática queda marcada aquí no
sólo por la estructura (4 + 10 versos), sino también léxicamente: el mal de las
ciudades destruidas duró «un hora»; la mía, en cambio, es «pena inmortal». El
tiempo, siempre en acción. Pero ahora
quiero subrayar que con su inicial y brevísima postal, había vencido Cetina el
reto del vértigo del soneto. Y de rebote propuso a los siguientes poetas una nueva
competición. ¿Sería alguno capaz de superarlo en esta liga sonetil de reductores
de ruinas múltiples?
El tiempo nos
lo dirá.
[1]
Literaventuras, IX,
28. De ruinas e interinidades (7-6-2015); IX,
29. Castiglione se queda de piedra (13-6-2015); IX,
30. Cálculos de arquitectura retórica (21-6-2015); IX,
31. Si Garcilaso volviera (3-7-2015); IX,
40. Retrogusto cartaginés (15-4-2017), y IX,
43. Herrera modifica una teoría que se sabe (17-12-2017).
[2]
Sonetos y madrigales completos, ed.
B. López Bueno, Madrid, Cátedra, 1981, p. 140 (modifico algo la puntuación).
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