Tres
años después de haber sido adquirido
por la Universidad de Texas en Austin, el archivo personal
de García Márquez (1927-2014) se encuentra en gran parte disponible, desde
el mes pasado, entre las colecciones digitalizadas
del Harry Ramson Center.
Contiene esta «Colección
de Gabriel García Márquez» «borradores originales de obras
publicadas e inéditas», «álbumes de fotografías» y «correspondencia, recortes,
cuadernos, guiones». En la parte ya accesible puede consultarse la copia
mecanografiada en 1966, con mínimas correcciones
autógrafas, de Cien años de soledad,
que ocupa 493 cuartillas de —calculo grosso
modo— 27-28 líneas cada una; y las pruebas
de imprenta en que el autor revisó ligeramente el
texto de esta novela para su edición
conmemorativa, que en 2007 publicó la Academia
Española. Probemos a experimentar con dichos materiales.
Primero,
la hipótesis: estilo es la forma de ocupar un espacio virgen. La estrategia de
escritura con que el autor se enfrenta a los folios en blanco, provisto con el
«arma cargada de futuro» (Celaya) cuyas municiones suministran el idioma, la
imaginación y la memoria: tres fábricas que son una.
Comprobemos
la hipótesis con un experimento. Sean, en la mencionada copia de 1966 (Ms.) de Cien años de soledad, las páginas 1-21, su primera
sección, que abarca unas 580 líneas de texto mecanografiado. En tal
espacio, incógnito cuando García Márquez tenía ante sí un montón de cuartillas
por inaugurar, la lectura atenta revela tres puntos estratégicos:
1º)
El memorable inicio de la que sería una obra convertida pronto en clásica, es
decir, en partitura cuyo comienzo registran múltiples y sucesivos lectores
durante varias generaciones, y cuyo texto irán manipulando esas mismas memorias:
Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía
había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el
hielo. (Ms., p. 1)
2º)
El que se sitúa en la clausura de la exploración, por parte de José Arcadio
Buendía, del espacio que circunda Macondo. Exploración pareja a la fascinante
descripción del bosque y la ciénaga en la escritura de García Márquez, febrilmente
guiado por las andanzas aventurescas y emprendedoras de su personaje:
Muchos
años después, el coronel Aureliano Buendía volvió a atravesar la región, cuando
ya era una ruta regular del correo, y lo único que encontró de la nave fue el
costillar carbonizado en medio de un campo de amapolas. (Ms., p. 14)
3º)
El que emerge cuando el novelista había casi vencido el vértigo de darse a la
escritura, y volvía a aquel «descubrimiento de los sabios de Memphis», el
hielo, que fue comunicado a los habitantes de Macondo por una segunda tribu de
gitanos:
[…]
muchos años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos
regulares diera la orden de fuego al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía volvió a vivir la tibia tarde de marzo en que su padre
interrumpió la lección de física, y se quedó fascinado […] oyendo a la
distancia los pífanos y tambores y sonajas de los gitanos que una vez más
llegaban a la aldea, pregonando el último y asombroso descubrimiento de los
sabios de Memphis. (Ms., pp. 18-19)
Estos
tres puntos, con sus respectivas 3, 4 y 9 líneas mecanografiadas, ocupan aproximadamente
el 2,7% de las cuartillas de la sección. Espacio tan escaso como estratégico,
porque sus recurrencias establecen el armazón para alcanzar el objetivo
prioritario del relato: trazar un hilo argumental. Aquí, el de José Arcadio
Buendía, patriarca familiar y fundador de Macondo, que exploró los lugares
prodigiosos que rodeaban a la aldea y tiempo después, junto con sus dos hijos
—el futuro coronel Aureliano Buendía uno de ellos—, descubrió el hielo.
En
torno a los tres puntos estratégicos desde los que conquistar esta geografía
del estilo, García Márquez desarrolla varias tácticas para apropiarse del
territorio de papel. Dos son los modos básicos de cualquier ocupación
lingüística: el neutro, como en anodina frase del tipo «revivió la tarde de
marzo», y el marcado, como en la recién leída en Cien años de soledad: «volvió a vivir la tibia tarde de marzo». En
la táctica marcada, señal de una escritura que regresa sobre sí para ser
corregida y depurada, opera idéntico mecanismo que en la línea de puntos
estratégicos: la repetición, base del ritmo y de la música. En el microespacio «volvió
a vivir la tibia tarde de marzo», las aliteraciones de volvió a vivir y tibia tarde
se cobran la pieza de la musicalidad. El resultado del sobreesfuerzo táctico
marcado, es la ampliación de ambos sintagmas, si se comparan con los desnudos núcleos
de la táctica neutra: revivió y tarde. Pero la marcada persigue, además,
la precisión: ese efecto de restar significado (restringiéndolo o acotándolo) al
núcleo tarde, mediante el paradójico
procedimiento de sumarle el adjunto tibia.
Siendo la precisión el resultado de una adición sintáctica, se requiere ocupar
un mayor espacio. La marcada es, por tanto, táctica de derroche lingüístico.
Que
se observa en múltiples lugares. En aquellos, por ejemplo, en que opera otra
táctica: la que multiplica por tres el espacio conquistado, como el ya citado «los
pífanos y tambores y sonajas» (Ms., p. 19). De las trimembraciones que figuran
en la sección inicial de Cien años de
soledad, las más próximas a la táctica neutra —en cuanto estadísticamente esperables—
son «les enseñó a leer, escribir y a sacar cuentas» y quizá «los chivos, los
cerdos y las gallinas» (pp. 18 y 10). Más elaboradas resultan «piedras pulidas,
blancas y enormes», «la cabeza cuadrada, el pelo hirsuto y el carácter
voluntarioso» y sobre todo «las fieras, la desesperación y la peste» y «pretextos,
contratiempos y evasivas» (pp. 1, 17, 4 y 15). Nótese que algunas son
reducibles a un solo elemento: «los chivos, los cerdos y las gallinas» quedaría
con táctica neutra en «los animales (domésticos)»; o bien se deshilachan con el
uso, según le pasó al mismo García Márquez en 2002 cuando recicló el pasaje de
su novela en que figura la frase «vivían en comunidad pacífica los chivos, los
cerdos y las gallinas», para adaptarlo a su autobiografía: «vivían los chivos
en comunidad pacífica con los cerdos y las gallinas» (Vivir para contarla, cap. 1). Caso que evidencia cómo una táctica
neutra puede destruir cualquier efecto musical.
A
la demorada conquista del territorio de la cuartilla en blanco contribuye
asimismo en Cien años de soledad la
táctica enumerativa. Si la trimembración operaba en el sintagma haciéndolo
complejo, desde ese ámbito asciende la enumeración hasta el oracional. Que a su
vez puede contener cualquier x-membración, como el trimembre del primero y
tercero de los siguientes casos (pp. 4 y 10) o los bimembres («saltimbanquis
[…] y malabaristas […]», «estiércol y sándalo») del segundo (p. 19):
atravesó
la sierra, se extravió en pantanos desmesurados, remontó ríos tormentosos y
estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la
peste.
Llevando
un niño en cada mano para no perderlos en el tumulto, tropezando con
saltimbanquis de dientes acorazados de oro y malabaristas de seis brazos,
sofocado por el confuso aliento de estiércol y sándalo que exhalaba la
muchedumbre […].
La
enumeración multiplica los efectos rítmicos de una prosa así:
Tenía
una salita amplia y bien iluminada, un comedor en forma de terraza con flores
de colores alegres, dos dormitorios, un patio con un castaño gigantesco, un
huerto bien plantado y un corral donde vivían en comunidad pacífica los chivos,
los cerdos y las gallinas.
Prosa
musical, susceptible entonces de ser interpretada con clave de poema anisosilábico,
como en las partituras de los viejos cantares de gesta:
Tenía
una salita amplia y bien iluminada, [14 sílabas]
un
comedor en forma de terraza con flores [14]
de
colores alegres, dos dormitorios, [12]
un
patio con un castaño gigantesco, [12]
un
huerto bien plantado y un corral [11]
donde
vivían en comunidad pacífica [13]
los
chivos, los cerdos y las gallinas. [11]
Sí:
la ocupación demorada del espacio novelístico se asemeja en Cien años de soledad a la poesía y su
derroche de márgenes e imágenes. Porque es música y exactitud que procede de
ella. Pudiera atestiguarlo ese «un huerto bien plantado» de García Márquez que transporta
la memoria al —o que deriva del— «por mi mano plantado tengo un huerto». De la
oda I de fray Luis de León, «A la vida retirada».
La
del lugar arcádico que Macondo fue[1].
[1] Cotejo la serie inicial del Ms. de García
Márquez con Cien años de soledad, ed.
J. Joset, Madrid, Cátedra, 19862, pp. 71-91 (los que considero tres
puntos estratégicos, en pp. 71, 85 y 88; los casos tácticos de ocupación de
espacio que trato, en pp. 88, 88, 80, 71, 87, 74 y 86 [trimembraciones] y 74, 89
y 80 [enumeraciones]). Menciono también Vivir
para contarla, Buenos Aires, Sudamericana, 2002, p. 44. El fenómeno del
texto que es clásico por ser más duraderamente manipulado, se comenta en Literaventuras, «VI,
24. Toparse de oídas es llorar» (16-8-2014); y la
imposibilidad de conjugar precisión y concisión se prueba en Literaventuras, «II,
8. La teoría lingüística del bonobús» (24-5-2012).
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