Tal
vez por ahorrarles el consumo de memoria a sus ciudadanos —¿o paisanos o súbditos
o contribuyentes?— hay Estados que optan por elaborar bimembres sus lemas
nacionales. Respecto de nuestro primer
recuento, no cambia mucho el tenor de los patrióticos sustantivos
empleados en las siguientes 17 confecciones. Bimembres copulativos son «Paz y progreso» (Japón), «Paz y justicia» (Paraguay) y «Orgullo e industria» (Barbados); otros dos instauran el equilibrio
que se aprecia en «Libertad y orden»
(Colombia) y en «Orden y progreso» (Brasil).
Forma parte también de esta agrupación el lema de Argelia, tan de retrogusto diríase
que de despotismo ilustrado del XVIII: «Para el pueblo y por el pueblo». Mucho más
contundente, y quizá descarnadamente sincero, resulta «Por la razón o la fuerza»
(Chile), que despeja cualquier duda sobre el instinto básico que inspira al Estado-nación.
Por
su parte, unidad y libertad figuran de nuevo entre las
piezas favoritas que dicen que sí, que aquí se alza una patria: «Libertad y unidad» (Tanzania),
«Unidad y libertad» (Malawi), «En
unión y libertad» (Argentina). A libertad pueden acompañarla otras palabras
prodigiosas, no menos conocidas por reiteradas: «Libertad y justicia» (Ghana),
«Libertad y democracia» (Taiwan). Más
novedoso se presenta el lema que añade uno de los conceptos más radicalmente
verificables, frente a tantos otros abstractos, y que sustituye la enumeración
típica de los trimembres y el engarce copulativo afín a los bimembres, por el
filo del abismo de la disyunción: «Libertad o muerte», corean al unísono
Grecia, Uruguay y Macedonia. En cuanto a unidad, es machacona idea que puede ser remarcada mediante la inclusión del término
que en la tabla periódica de los adyacentes expresa el átomo de tal concepto:
uno. En «Una nación, una cultura», Armenia introduce la ecuación (cultura = nación) que, surgida durante
el Primer Romanticismo (el
del siglo XIX), perdura aún en el Segundo (siglos
XX-XXI). Y si acaso algún transeúnte se preguntara por la identidad del
engarce una + nación, el lema
zambiano la aclara por las bravas: «Una
Zambia, una nación».
El instinto básico nacional,
garantizado por la unidad, es el de supervivencia, que los Estados prefieren pensar
en términos de la mucho menos biologicista y más glamurosa permanencia. Para
ello, lo mejor que se ha inventado es cohesionar a los varios elementos que
conforman la idea —¿o será la Idea?— de patria, según sintomatizan los
próximos 4 lemas, sustentados más o menos en la bimembración: «Unidad en la
diversidad», coinciden en proclamar Sudáfrica y Papúa Nueva Guinea; «Unidos en
la diversidad», acuerda Indonesia; «De entre muchos, un pueblo», proclama Jamaica.
Lemas
nacionales hay (en concreto, 13) que, partiendo del modelo bimembrador, lo
convierten en oracional, mediante el añadido del verbo que corresponda. En
principio, el copulativo se presenta como más natural desde la perspectiva de
la construcción bimembre: «Todos somos uno» (Mozambique); «Liderar es servir» (Islas
Salomón). No es que hayamos llegado al colmo de la
complejidad, pero «Juntos aspiramos, juntos lo logramos» (Trinidad y Tobago), «Cada uno
esforzándose, todos lográndolo» (Antigua y Barbuda), «Vivan
siempre el trabajo y la paz» (Costa Rica), «¡Patria o muerte, venceremos!» (Cuba) o «Teme a Dios
y honra a la Reina» (Fiyi) suponen un pase a pantalla nueva con respecto a la x-membración
meramente nominal. De todos estas predicaciones, las que mejor sintetizan el
instinto básico estatal y nacional pudieran ser las de la siguiente colección
de semejanzas: «La fuerza está en la unidad» (Georgia), «La unión es la fuerza» (Bolivia) o «La unión hace la fuerza» (según Bélgica,
Bulgaria, Haití y Malasia). La fuerza de la unidad que cohesiona hacia dentro
y que se esgrime retadora hacia fuera.
Ah, la fuerza. El estático, cuando
no extático, núcleo del pulso estatal.
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