viernes, 13 de abril de 2012

III, 10. Tiempo y periodismo reversibles

El 1 de febrero de 1758 apareció el número inicial del Diario noticioso, curioso, erudito y comercial, público y económico: la primera publicación española, y la cuarta europea, de carácter diario. El fundador de ese periódico fue Mariano Nipho, el primer «periodista profesional» español. Como relata Alejandro Pizarroso en De la «Gazeta Nueva» a «Canal Plus» (Madrid, 1992), el Diario perduró, con distintas cabeceras y en diversas fases, hasta 1918.
En buena medida, sustentaron el periodismo de ese siglo y medio personajes que, como Nipho, Centeno, Clavijo o Larra, redactaban casi por completo, y hasta componían, muchos de los diarios y semanarios que se sucedieron durante estas dos centurias. De principios del XIX, y en plena Guerra de la Independencia, hay un testimonio, no muy conocido, que refleja cómo preparar un periódico completo era labor prácticamente individual. Me refiero a un párrafo del excéntrico polígrafo José Mor de Fuentes[1]. En su autobiografía de 1836, Bosquejillo de su vida y escritos, Mor se recuerda redactor y editor de los periódicos La Gaceta y El Patriota, que preparaba a la vez:

Viéndome, pues, absolutamente solo para la Gaceta y El Patriota, pocos ratos me podían quedar para el sueño, visitas ni diversiones. Como la caridad bien ordenada empieza por sí mismo, a la madrugada disponía, ante todo, y cumplida y originalmente (pues jamás copiaba un renglón de nadie), mi Patriota, y luego, a eso de las nueve o las diez, iba a la Imprenta Real, traducía o extractaba los periódicos ingleses, arreglaba las demás noticias, y si faltaban materiales, extendía allí mismo un discurso de política o de literatura, numeraba los artículos para su coordinación competente, y, entregándolo todo a los regentes del establecimiento, les encargaba avisasen con tiempo si ocurría alguna novedad.

El tiempo se nos va revelando reversible: viendo siempre volver. Otro agujero negro se ha abierto, no hace mucho y electrónicamente: como anteayer Nipho y ayer Mor de Fuentes, una sola persona puede —o debe— redactar y componer los textos para la publicación tradicional o digital. La escasez de recursos y profesionales, y el carácter aún incipiente de la actividad gacetillera forzaron, durante los siglos XVIII y XIX, a que la redacción y la edición de diarios y semanarios fuera trabajo de muy pocos y polivalentes periodistas. Túnel del tiempo mediante, equipos cada vez más reducidos practican el bullicio noticioso desde finales del XX. Y no solo por las crisis económicas que desde 1973 son parte intermitente de nuestro paisaje.
La edición electrónica fue también decisiva en la conformación de plantillas pequeñas y versátiles, cuyos integrantes habían de abordar cualquier tarea. El ordenador y sus periféricos redujeron costes en los procesos de edición y producción, así que sus fases (diseño, redacción, maquetación, corrección…), antes repartidas, se fueron concentrando dentro de la pantalla. Como sus antepasados, los redactores se hicieron polivalentes y a la pluma (WordPerfect) sumaron el cincel (QuarkXPress).
Porque todos se conocían, al gacetillero del XIX le paraban por la calle sus lectores, y en esos encuentros percibía el modo en que sus textos solitarios se habían hecho solidarios. Otra suerte de interactividad. Hoy, la Red ha multiplicado y entrelazado las voces, y cada tuitero, cada bloguero, cuida y alimenta su tamagochi noticiero, diarístico y cultural. Junto a muchos otros.
Todos redivivos Niphos, sin saberlo.

[1] G. Garrote Bernal, «El Bosquejillo de Mor de Fuentes y los dos niveles de la autobiografía literaria», Dicenda, 9 (1990), pp. 113-138. Reeditado en Por amor a la palabra. Estudios sobre el español literario, Málaga, Universidad, 2008, pp. 157-188.

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