Hoy lo llamamos deconstrucción. Hemos visto a Tiziano hacerlo varias veces con Venus… Deconstruirla, quiero decir: tumbándola a la bartola en habitaciones de su momento —el del pintor— para transformarla en coetánea y cotidiana. El amor (llamémoslo así) explicado como para andar por casa, en imágenes no mal pagadas; o bien un pretexto —cultísimo, vale— para mostrar señoras desnudas. O para retratarlas: «Os he de convertir en deidad, el mayor asombro que vieron ni verán los siglos. Haced la merced de desvestiros». El mito es que sirve para un roto y para un descosido.
Sigue sonando el río que le adjudica hace siglos la paternidad del Lazarillo de Tormes: Diego Hurtado de Mendoza (1501-1575), aristócrata nacido en la Alhambra, poeta, político y diplomático, humanista, historiador y anticuario, fue uno de aquellos españoles a quienes, por edad, apenas alcanzó la mojigatería contrarreformista. De modo que con intención burlesca —o sea, nada tizianesca— pudo también deconstruir a la cachondera Venus. En su soneto XXV la motejó Hurtado de «alcahueta y hechicera», y hasta la presentó en celo permanente: «¡Cuántas veces te han visto andar en celo / tras los planetas manchos, cachondera, / pegada y abrazada pelo a pelo / y pellejo a pellejo, dentro y fuera!». Ya vimos cómo algún otro ingenio del Siglo de Oro la describía fornicando con Adonis. Y el soneto A Venus, adjudicado tanto a Hurtado de Mendoza como a Melchor de la Serna —fraile a la par que poeta erótico del siglo XVI—, describe la «vida disoluta» de la diosa, «bien casada y mal contenta» y «harta de encornudar a su marido», así que termina pidiéndole: «baste la puta vida que ha vivido»[1].
Es a lo que se refería el soneto XXV de Hurtado de Mendoza con lo de los planetas, todo un trío estelar: casada con Vulcano, Venus se la pega con Marte. Dispongamos un montaje —nunca mejor dicho— que recorrer —con perdón— por los museos: la diosa del amor se prenda del dios de la guerra (El Guercino, Venus, Marte y Cupido, 1634 [Modena, Galeria Estense]) y el chivato de Apolo se lo larga al cornudo (Velázquez, La fragua de Vulcano, 1630 [Madrid, Museo Nacional del Prado]), quien, dispuesto a atrapar a los adúlteros en plena faena, les prepara una trampa con invisible red (Joachim Wtewael, Marte y Venus sorprendidos por Vulcano, 1601 [La Haya, Mauritshuis]), tras lo cual queda el soldadote desarmado y hecho unos zorros (Velázquez, El dios Marte, h. 1638 [Madrid, Prado]), por lo avergonzado o corrido.
El coitus interruptus que nos legó Wtewael es bien explícito. Como para que se concentraran Venus y Marte: hay en esa escena de edredoning más personal que en el camarote de los hermanos Marx. Pareciera que los dioses, personajes públicos donde los haya, no gozaran del derecho a la intimidad.
A cambio, de todo lo demás, lo que se dice gozar, gozaban.
[1] Cito por la monumental edición de J. Ignacio Díez Fernández: Diego Hurtado de Mendoza, Poesía completa, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2007, pp. 146 (soneto XXV) y 627 (soneto A Venus).
deconstrucción, nunca la había visto desde este punto de vista...en cualquier caso, pobre venus, más casquivano eran otros pero ella por ser vos quien soy se llevó la fama
ResponderEliminarPodríamos quizá considerar un deber ir siempre más allá de las ideas recibidas, para generar otras o al menos evitar que se anquilosen o conviertan en tópicos y otras formas de reflexión nula. Me suele gustar verlo de esta manera. Muchas gracias por participar.
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