Que pantagruélico, hamletiano y lolita son voces inspiradas en otros tantos personajes literarios, lo hemos visto hace nada. En esta parcela lingüística del influjo de la literatura sobre la vida, era de esperar que la mayor cosecha de palabras de este tipo se deba al personaje por excelencia: don Quijote de la Mancha. Se diría que el breve rincón del Diccionario que se dedica a la letra Q ha sido inventado por Cervantes.
O al menos incrementado por él. Si antes de mi señor don Miguel quijote era la «pieza del arnés destinada a cubrir el muslo» —de lo cual es que ya no se acuerda nadie—, después de su novela designó al «hombre que antepone sus ideales a su conveniencia», y al «alto, flaco y grave, cuyo aspecto y carácter hacen recordar al héroe cervantino». A partir de 1605 fueron asimismo dados de alta en nuestro vocabulario quijotesco, lo «característico de Don Quijote de la Mancha o de cualquier quijote», es decir, «que obra» o «se ejecuta con quijotería»; quijotería, «modo de proceder de un quijote»; quijotil, «relativo al quijote»; quijotismo, «exageración en los sentimientos caballerescos», amén de «engreimiento, orgullo». Y por supuesto, otra vez con la típica definición en círculo de los lexicones, quijotescamente, «con quijotismo».
En competencia con Cervantes, el padre Isla estaba convencido de que su Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (1758; edición de J. Álvarez Barrientos, 1991) podría superar al Quijote:
¿por qué no podré esperar yo que sea tan dichosa la Historia de fray Gerundio de Campazas como lo fue la de Don Quijote de la Mancha, y más siendo la materia de orden tan superior, y los inconvenientes que se pretenden desterrar de tanto mayor bulto, gravedad y peso?
El iluso logró que se la acabaran prohibiendo en 1760, «porque el medio de que se vale el autor es muy impropio y ajeno del que usaron los Santos Padres para reprender los abusos de la predicación». Aun así, en amplia circulación clandestina la novela —que la Santa Inquisición iba estando ya para pocos trotes—, Isla colocó en el hit parade del Diccionario una nueva acepción para el sustantivo gerundio. Pasaba este a designar, «por alus[ión] a fray Gerundio de Campazas, creación del Padre Isla», jesuita, a la
persona que habla o escribe en estilo hinchado, afectando inoportunamente erudición e ingenio. Se usa más especialmente refiriéndose a los predicadores y a los escritores de materias religiosas o eclesiásticas.
Asegura también la Academia que va la voz en desuso, digo yo que quizá porque los predicadores es que ya ni se curran las homilías: cosas serán de la misa postconciliar con alegres guitarras. Pero gerundio tuvo sus momentos, y fuerza expresiva suficiente como para generar tanto gerundiano, «dicho del estilo: Hinchado y ridículo», como gerundiada, «expresión gerundiana».
Los dedos tengo cruzados para que no se diga que este post salió gerundiano en exceso.
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ResponderEliminarOtro campo más donde se pueden sembrar las repercusiones de la literatura:
ResponderEliminarEl escritor poliniza al papel con sus palabras, valiéndose a veces de un esfuerzo considerable para encontrar las más bellas y precisas, muchas, recogidas incluso con algo de recelo entre los numerosos estambres que esconden las hojas del diccionario. Cuando estas llegan al lector, se riegan de significados y logran germinar en su consciente, quizá inconscientemente, pero arraigando de tal manera que alguno de estos términos llegan a brotar de la boca del mismo. El cerebro es tan fértil. Un saludo, Rafael E.