«Déjese vuesa merced de tapicitos pijos y
gallinitas ciegas, y emplee su mucho ingenio y valer en obras de más empeño,
macho». Con tal idiolecto pancrónico de quien llevaba seis siglos dando vaivenes
por el túnel hispánico del tiempo de ida y vuelta, el bufón Francesillo de
Zúñiga le había soltado tal conseja y fresca a Francisco de Goya, con quien
solía departir en amenos coloquios. De inmediato, Goya dio los últimos retoques
a La familia de Carlos IV. Desde una oscuridad recóndita, el pintor, que
ya sabe —se lo acababa de anunciar Francesillo— que de todos los personajes de
ese cuadro solo él permanecería en el túnel del tiempo reversible, mira de
soslayo a La Familia. Luminosa y patética. ¡Ah, la familia regia! En 1800 está
a punto de iniciar un proceso trisecular de intermitencia.
Se entiende la admiración de Max Estrella: «Los
ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los
héroes clásicos han ido a pasearse en el Callejón del Gato». Un espejismo. Pues que el esperpento lo creó el conde don Francés, que ni era conde ni era
francés, y desde el siglo XIX lo llamaban en los bajos fondos universitarios —el
bautismal capricho de un erudito— Francesillo de Zúñiga. Celebrado autor de la Crónica burlesca del emperador Carlos V: la cueva
de Altamira del esperpento, abierta al personal palaciego allá por la segunda
década del XVI, dijo para sí Francesillo
de Azcoitia mientras ojeaba, tronchado
de risa, un ejemplar de la edición de 1989. En la posmolibrería de variedades con
aire acondicionado.
Seis siglos llevaba el bufón Francesillo, mi primo Fran, que le decimos los de
Carabanchel Alto, caligrafiando folios sin cesar para ir nutriendo de estilo
y materiales a los autores de la crónica esperpéntica de las Españas: desde
Francisco de Quevedo hasta Francisco Umbral. A quien Francesillo de Zúñiga había
alistado para que con él viajara por el subsuelo irracional y reversible, tras
cautivarlo con aquella prosa suya («Este dicho conde de Haro parecía de casta
de halcones y sobrino de garzota blanca»), que Umbral llamaba barroca, aparente error que se explicaba por la
reversibilidad del tiempo esperpéntico.
Sostienen sesudos estudiosos que a Francesillo de
Zúñiga le llegó su hora en 1532, pero lo cierto y verdad es que no había dejado
de corretear por el subsuelo de ida y vuelta sobre el que se asentaba el
entramado irracional hispánico. Penúltima prueba de ello era aquel libro de
Umbral, Los
helechos arborescentes, cuyo protagonista pancrónico,
llamado por supuesto Francesillo, muestra para quien quiera verlo que el de Zúñiga sigue saltando, rápido, pícaro
y perspicaz, por los mineros subterráneos de la historia de España. Por donde
vagan, dando que hablar y escribir a amanuenses de diamante y carbón, Francisco Franco, Francisco Largo Caballero o
Francisco de Asís de Borbón, famosa drag
queen que casó con Isabel II y fue mayormente conocida por el sobrenombre
artístico y popular de Paquita. Así se las ponían a Valle-Inclán.
Unamuno, a quien no se le conoce carcajada alguna,
seguramente porque no se llamaba Paco, estaba todo el día dale que te pego
al sentimiento trágico y otras zarandajas centroeuropeas de filósofos de mucho
llorar y mucho llover. Por eso, Unamuno llamó al subsuelo, o minero de
Francesillo, intrahistoria, que es
etiqueta propia de circunspecto académico incorregible. Pronto supo Francesillo
de Zúñiga, siempre de rigurosa guasa, que a Unamuno no habría modo de
incorporarlo a la excursión pancrónica. Así que, por la cosa de amolar, le había
dictado a Max Estrella: «El sentido trágico de la vida española sólo puede
darse con una estética sistemáticamente deformada». A un fallo del diseño del subsuelo,
o a una falla geológica, se atribuía el hecho incomprensible de que
Valle-Inclán no se llamara Francisco.
Por el contrario, Francisco llamaron a Francisco Rico. Con toda razón. De mozalbete
sabio, allá por su primera cuarentena, Rico había glosado, como dictadas por
Aristóteles, las palabras que en 1928 a Valle se le había ocurrido pronunciar sobre
el esperpento. Cuarenta años después —medida cronológica favorita de los
meandros y mineros históricos de España—, Rico había ejercido de perito de El País redactando muy bien aquel «Papeles de “Bárcenas” (rudimentos de
filología)», en el bien entendido de
que por entonces el sujeto apodado por sus compinches Luis el Cabrón, a quien daban las horas relojes suizos de muy cuco,
era una fotocopia de sí mismo y, jilguerillo sin enjaular, aún no cantaba. Fue tirar
Bárcenas de la manta, y convertir en inútil el esbozo de informe de Rico, que remontaba los
males de la patria corrupta a Aznar, sin eslabonar al marido de la inefable Ana
Botella con las prácticas marianorrubias de la jet set felipista.
Con la excusa de reclamar la imprescindible tarea
de afrontar el examen ecdótico de la papela barcenil, labrada a base de
lapicerillo de contable de mercería, Rico caía en la malsana costumbre
postmoderna de acabar hablando de su propia vida u obra. Se supone que porque iba
ya rozando la segunda cuarentena. El tiempo es que no pasa en balde para nadie.
Excepto para Francesillo de Zúñiga y unos sus
amigos.
Permíteme,con tu venia,que introduzca unas palabras de Valle Inclán de una entrevista aparecida en al revista "Estampa"(nº48,1928) con motivo de la publicación de "Viva mi dueño",segundo tomo del "Ruedo Ibérico":
ResponderEliminar"Muy curiosa y dentro de mi manera es la "Crónica burlesca" de don Francesillo de Zúñiga,bufón de Carlos V.[...]Don Francesillo de Zúñiga,o quien fuere,va pasando lista a todas las grandes figuras y viéndolos a una luz traviesa y zumbona. La literatura satírica es una de las formas de la canción histórica que cae sobre los poderosos que no cumplieron con su deber."
Estas tus "nibolas" no son ni "anestésicas" ni "anestéticas"(el tristón Unamuno a veces juega con la palabra, y eso alivia su lectura)al contrario de alguna aburrida crítica literaria de hoy.Digo.
Gracias por la pista, José María. Ya he localizado la entrevista a Valle. Con tu venia, vais la papela y tú a un próximo capitulillo.
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