Casi todos los últimos veintitrés años Adriano Sofri los pasó en la cárcel. Dos décadas de juicios —unas veces condenatorios y otras
absolutorios— contra él y otros dirigentes y militantes del grupo izquierdista
italiano Lotta Continua, fueron conformando «una historia judicial que
sorprende por lo contradictorio y por lo infinito hasta en Italia» (L. Galán,
en El País, 25-1-2000). Y que muestra lo complicadas y complejas
que pueden ser la verdad y su
búsqueda.
Al primero de aquellos procesos judiciales dedicó
Carlo Ginzburg, historiador de la Inquisición y amigo de Sofri, su libro Il giudice e lo storico (1991). Traducida
en España como El juez y el historiador.
Consideraciones al margen del proceso Sofri (Madrid, Anaya & Mario
Muchnik, 1993), es obra de ese género que me gusta llamar humanidades aplicadas. En efecto, Ginzburg despliega aquí técnicas
historiográficas y filológicas para poner a prueba tanto la instrucción y el
proceso judiciales, como la sentencia condenatoria. Es que el oficio de «interpretar
textos» enseña a distinguir, por ejemplo, entre una «confesión espontánea» y su
transcripción en un interrogatorio, que interpone «un filtro burocrático
estereotipado» (p. 71). Que es lo que con el tiempo queda. El dibujo textual de
una huella oral.
A Ginzburg le interesaba, además, indagar en las
relaciones entre jueces e historiadores: en las convergencias y divergencias de
sus respectivos modos de pesquisa y razonamientos. Por mi parte, emplearé El juez y el historiador para cercar la enigmática frase cervantina de la que veníamos: al «historiador» «no le conviene más de decir la verdad, parézcalo o no lo
parezca».
El caso Sofri
había partido de la autoacusación de uno de los procesados, pero «una confesión
debe ser corroborada por descubrimientos objetivos» (p. 17) que controlen la
credibilidad del autoinculpado (p. 31). Sin embargo, ciertos historiadores
actuales prefieren la noción de representación
a la de prueba:
La fuente histórica tiende a ser examinada exclusivamente
en tanto que fuente de sí misma (según el modo en que ha sido construida), y no
de aquello de lo que se habla (p. 22).
Si historiadores y jueces deben probar algo según
unas reglas lógicas, el principio de
realidad y los conceptos de prueba
y verdad son claves. Por tanto, las
hipótesis deben ser reelaboradas cuando los hechos las contradicen (p. 40).
Pero hay profesionales de la verdad
—aquí, historiadores y jueces— que predeterminan las respuestas con sus
preguntas, fuerzan la interpretación de los textos, destruyen pruebas, construyen
tautologías y falsos silogismos: el apriori,
entonces, se torna en conclusión. De este modo, se hace compatible una prueba lógica
así dispuesta con la hipótesis inicial; compatibilidad que no explica nada de
la realidad, sino que consolida un modelo teórico viciado de partida (pp. 86 y
100-103). Una ficción que pronto llamaré progresiva.
Además, la apariencia y la esencia pueden no
coincidir. Como las teorías del complot, la dietrología
(‘lo que está detrás de la logia’), «el deporte nacional de Italia, además del
fútbol», «se basa en la idea de que lo obvio no puede ser cierto» (D. Preston
con M. Spezi, El monstruo de Florencia.
Una historia real, Barcelona, Plaza & Janés, 2010, p. 40). Por no
practicar tal deporte, Ginzburg prefiere una definición suave de dietrología: «una
sobria desconfianza interpretativa que no se contente con quedarse en la superficie
de los acontecimientos o de los textos» (p. 64). Porque el lado menos sobrio ya
se sabe a qué conduce: «Cuando queremos hallar conexiones acabamos por
encontrarlas siempre» (Justo Serna, «Dietrología», El País,
2-9-2004).
Una tupida e intrincada red de textos, testigos e
intermediarios: de construcciones retóricas y de intereses. La verdad. Sea dicha.
Tus reflexiones, meditadas y medidas, sobre historia, ficción y verosimilitud me hacen recordar una famosa frase de Borges que muchos citan y pocos leen: "La historia es una forma más de ficción". Pues la palabra, a mi parecer, no presenta la realidad, la representa; y la disfraza.
ResponderEliminarDe Borges también: "La metafísica es una rama de las Bellas artes". Somos borgesianos, qué le vamos a hacer.
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