domingo, 22 de junio de 2014

III, 51. Del rigor de la ciencia social (2)

Cerrará el doctor Gárate la sección II de su monografía, «La ciencia europea ante la covada pirenaica» (pp. 37-58), citando —por qué no— a Schuchardt. Si en 1912 afirmó este investigador austriaco que la covada vasca «sigue incubándose a sí misma», en 1901 se había asombrado al constatar que la covada regresa «siempre de nuevo del reino de la fábula, al que se la había enviado» (p. 57).
Hay un no sé qué —no me digan— de oxímoron en la expresión ciencia social. Serán tal vez los orígenes románticos de disciplinas como la etnología, el folklore o la sociología, tan necesitadas de crear nuevos conceptos para estudiar o más bien ondear: el pueblo, la cultura popular, esas abstracciones que en el XIX cargó el diablo… para disparar con ellas en el XX. La superstición de que las ciencias sociales cambian el mundo y tal. Aun siendo nacionalista vasco, Gárate escribe: «Eso de Natur- y Cultur- Völker me ha repugnado desde que lo estudié en el Bachillerato» (p. 38). La de cosas, también es verdad, que se estudiaban entonces.
La bibliografía. Eso sí es una ciencia. Con una que Gárate construyó sobre la covada pudo deconstruir —inconsciente de tal palabro— la social: «es difícil agotar una bibliografía. En cambio se pueden ver sus relaciones de dependencia e inspiración, a veces hasta las mismas palabras y erratas son llevadas de uno a otro» de los trabajos (p. 39). A base de ir copiándose, los investigadores sociales del XIX lograron estudiar —hasta en sus más recónditos detalles— un fenómeno, la covada, del que podría aseverarse lo mismo que «Leopoldo Lugones del canibalismo de los guaraníes: “Nadie lo vio”» (p. 38).
Ah, los investigadores: uno «desconoce el euskera»; otro, con las prisas, «se detiene poco tiempo» a hacer trabajo de camping; aquel «no observa que hay muchos bromistas», el de allá «no da nombre alguno» (p. 45). Todos citan a los autores anteriores, nadie comprueba. Lo dejó dicho Murray, otro asombrado por cómo laboraban sus colegas:

me ha chocado la forma en que esa declaración que un escritor formula meramente como un se dice sin ninguna base adicional, es repetida por otro escritor como la afirmación de un hecho, en el que a menudo se cita al escritor previo como un testigo […]. Todas las afirmaciones tardías parecen ser repeticiones de Strabón y ampliaciones del mismo, referidas erróneamente al estado presente. Nunca hay una autoridad coetánea que atestigüe un caso. Es sólo una sarta de asertos (pp. 51-52).

Así se alza una tradición científico-social.
Y qué cuando las juntas de eruditos y políticos. Éramos pocos y parió la abuela, con una retahíla de ancestros a la espalda. La esencia del nacionalismo: congregar fantasmadas. En un congreso. Ningún otro tipo de aquelarre hay más científico: «En el Congreso de la Tradición Vasca de San Juan de Luz, en agosto de 1897, el señor Alexandre Nicolay haciendo a toda prisa honrar a nuestros abuelos con una diosa llamada Erditse, no dudó en hacer suyo el gratuito aserto de Chaho». Y pontificó:

Las cosas no sucedían entre los Vascos como en todas partes fuera de ellos. Todavía el siglo último (el XVIII) el etxeko jauna vasco, convertido en padre, se acostaba en el lugar de la andrea. Los amigos, parientes y vecinos iban a llevarle las felicitaciones que nosotros reservamos a la parturienta; es la covada del uso antiguo (p. 46).

Ahí-va-la-hostia, así hablan los hombres de raza, sí señor. Nada más necesitan los acólitos, tan sensiblemente dispuestos a asentir. En vano el doctor Gárate se pone racionalista: «“El siglo último”, “en otros tiempos”, “no hace mucho tiempo”... ¡qué precisiones! Pruebas si les place, pruebas» (p. 47). A ver si nos entendemos: los creyentes no requieren pruebas, don Justo, sino unanimidad. Propóngales usted una ideílla simple, adjúntele una ciencia social de mucho modificar el mundo, congregue a la grey en un congreso, súbase a largar un sacerdote de la ciencia del corta y pega… Y vaya usted luego a pedir pruebas de nada, hombreyá.
Don Justo Gárate, médico él, se enfrenta a «este espíritu popular» (p. 48) con sola su capacidad de análisis. Síntomas: «Si el padre se acuesta unos ratos en la cama o en otra cercana a la parturienta, es sin duda para hacerle compañía, que otras veces no necesita, de día al menos» (p. 37). El diagnóstico ya no es mágico (o resultón). Tampoco este otro: el «sentimiento cómico y divertido es uno de los que se halla en el fondo en todo este asunto de la covada» (p. 38), quizá «la expresión humorística y burlona de una reacción contra un estado de derecho muy arcaico», el pirenaico, que hay que ver «con qué favor trata a las mujeres»: «El papel del marido de la hija mayor no era más que el de un primer servidor; de aquí las burlas fáciles que se han hecho a esos pobres maridos, y sea en el Gers, sea en el Béarn, hay muchos cuentos a su cargo» (p. 48).
Pero en vano razones: la atracción de «cualquier rito unido al sexo» (p. 37) y la fascinación de «la fantasía poética» (p. 45) extendida por los fabliaux (p. 50) terminó por confundir a los etnólogos. Las nuevas disciplinas, tan orgullosas de su metodismo, tan soberbias —en pleno siglo XIX, qué se nos va a resistir—, tan proclives al errar: «Una falta de método de los etnólogos» les hizo sostener la existencia de la covada «contra los filólogos, mucho más avezados por lo visto en evitar un error» (p. 51). La palinodia de Webster al reconocer su equivocación de dar por buena la práctica de la covada («Me parece que el argumento más serio en pro de la existencia de la covada en los Pirineos en otra época, es la palabra misma de covada») llegaba tarde: «La insensatez prendió como yesca en los diarios y la rectificación era por demás vulgar y adocenada para los mismos y su público, que sólo esperaba noticias inesperadas y gordas» (p. 54). Lo que faltaba: el sensacionalismo. El método muy siglo XIX de los etnólogos franceses, ingleses y alemanes ante la covada, multiplicado por el oportunismo político y periodístico. Una borrachera, vamos.
Qué sencillo el paso, en un plisplás, de la etnología a la enología.

1 comentario:

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