sábado, 18 de abril de 2015

XI, 6. El final de la cuenta atrás (1)


Para Marisa Solo

7 (15 de abril de 2015)

En el mediateatrillo diario de los rigurosos comunicadores y los sabios creadores de opinión, no era infrecuente que las papelas progresistas coincidieran con las conservadoras. O al revés. Cierto día, un suponer, en que Felipe VI visitó las instituciones del Sacro Imperio Romano Germánico, y los procuradores hispanos del Parlamento confederal europeo le hicieron los honores. Los que todo lo miraban notaron y cronificaron que el aguerrido o pacífico Pablo Iglesias, excusándose por «saltarse el protocolo», donó entonces al Rey unos anillos mágicos, o deuvedés, que contenían incrustados los cromos móviles de «la popular serie Juego de Tronos». El Imperio confederal, las monarquías, la vieja costumbre de regalar libros —ora electrónicos ora miniados manuscritos— a los monarcas… Así como muy enraizado todo en esta prolongada Edad Media:

Iglesias ha confesado en varias ocasiones que Juego de Tronos es su serie favorita. Perteneciente al género fantástico y de inspiración medieval, la serie relata, con altas dosis de intriga y violencia, la lucha por el poder entre varias familias nobiliarias (Abc, 15-4-2015).

La adolescencia permanente y erudita de Iglesias, pirrándose por hallar inspiración política entre princesas mágicas y hábiles enanos, agradar al barbado Rey nuestro Señor y hacer de paso mucha, pero que mucha pedagogía: «Le he regalado la serie, que espero que le guste y le dé algunas claves para entender la crisis política en España». Pirrándose, en fin, por salir, despojado del casco y en camisón de descanso tras el mucho batallar, en una foto real, «un día después del aniversario de la república». Refiriéndose al parecer no a esta, sino a la serie tronil, «pues no la he visto», contestó desde las alturas, muy en su papel de irradiar Gracia, Su Majestad. «No hemos hablado de nada, solo generalidades», manifestó el barbado diputado del Exterior, después de pasado el sofocón de los guardianes del protocolo: «Queremos evitar que se forme un tapón a la entrada de Iglesias» (eldiario.es, 15-4-2015).
Ante los tapones, tan problemáticos de suyo, las generalidades. Que alivian mucho esos instantes del tensionar.


6 (27 de agosto de 1987)

Discípulo silencioso y solitario de Pierre Menard, no menos que deudor de la fecunda poligrafía mauretista o morretiana, Ataúlfo Marconi dedicó no pocos años de su fatigar bibliotecas a pergeñar una teoría de la parodia futura. Como es bien sabido, la bibliografía académica más acendrada sostiene que un texto paródico (o TP, en la aritmética lengua formal de los teóricos literarios) solo es eficaz cuando el texto objeto de parodia (= TOP) es bien conocido —o cuando menos reconocido— por los receptores del TP. Por tanto, el hipotextual TOP debe ser necesariamente anterior al hipertextual TP.
Que lo parodiado precede siempre a la parodia, vamos.
Rebelde de raíz —o sea, de pensamiento— y nada proclive a regalos ni regates intelectuales, Marconi se oponía a tal estado de la cuestión: convencido como estaba de que la parodia es históricamente viable cuando el texto parodiado aún no se ha escrito. A probar su intución dedicó, amén de diversas y dispersas anotaciones, algún estudio que, a decir verdad, apenas ha tenido repercusión científica, y mucho menos impacto. Los límites de cualquier trabajo que se precie de inédito.
Contrario como era a las taxonomías, muy en particular las crecidas al calor de las fiebres genettianas, y declarado enemigo del nominalismo que inicia una indagación reproduciendo alguna azarosa definición fijada en el diccionario académico, los escasísimos privilegiados que han revisado copias manuscritas de los Floritemas del amigo Ataúlfo, suelen repetir, en sus reducidos —cuando no secretos— círculos, el punto de partida de esta obra, cuyo epílogo alza —o quizá propone— como fecha de cierre un 27 de agosto de 1987: «La historia literaria, para quien se la trabaja: el lector». Consecuente con tal principio, Marconi postula un recorrido por la literatura o por la historia menos cronológico que topológico euclidiano: sigue, pues, el orden de continuidad exacta de los libros ordenados, por tamaños y colores de sus cubiertas, en las estanterías interseccionadas de su biblioteca. Es que solo existe la historia, de la literatura o de cualquier otro ámbito, afirma con deje sentencioso, «en la memoria disuelta o libre del lector que merece ese título».
Alguno habrá —quiero ahora suponer— que tenga la paciencia de esperar el final de esta cuenta atrás.


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