sábado, 4 de abril de 2015

IX, 27. Serpenteante historia

A Nietzsche le da por topar con el concepto de pecado eficaz —que ya tendría un pase— en el relato de Prometeo, mientras que en el bíblico de Eva y la serpiente detecta como definitivos la curiosidad, la mentira y la concupiscencia, que tacha de sentimientos «casi específicamente femeninos». Por oposición, y ya poniéndose muy en plan macho alfa germánico, Nietzsche sostuvo además que el pecado del mito prometeico (y ario) es masculino. Reacciones alérgicas de este tipo suelen ser habituales en los filólogos que, por marginar hechos, datos y comprobaciones, se transforman en filósofos.
Es así que iba el buen Nietzsche comentando el Prometeo de Esquilo en el capítulo XI de El origen de la tragedia, y de repente halló entre el mito ario de Prometeo y el semítico de la Caída del hombre «un grado de parentesco semejante al de un hermano y una hermana». La parejita. Concluyó —o categorizó— entonces que «el hombre, comparándose a Titán, conquista su propia civilización y obliga a los dioses a aliarse con él, porque gracias a su propia sabiduría tiene en su poder y al alcance de la mano la vida de los dioses y los límites de su fuerza»: el fuego robado al Olimpo o el fruto del Árbol de la Ciencia.
Si el refranero italiano une la longevidad y el cambio de piel del áspid, el español mezcla la sabiduría y la inmortalidad, atributos ambos de las sierpes, en una máxima: «Más sabe el diablo por viejo que por diablo». Hora es ya de decirlo de todas todas: la serpiente es el demonio, Lucifer, el que aporta la luz de la ciencia a la historia (o degeneración) humana. Con la luz y con el fuego, asimismo prometeicos, los hijos de Caín, apellido que significa ‘herrero’, conseguirán la técnica. Para siempre marcada la descendencia: Smith & Sons. De ahí que la ciencia, como revelación del demonio y desveladora de milagros y misterios, haya sido perseguida por las Iglesias de toda época y toda nación. Hasta el siglo XVIII, el de las Luces y Lucifer, no triunfarán definitivamente los Hijos de Caín, como aquel conde de Volney que ya pasó por este blog. En la literatura romántica, tan prometeica, desde el Fausto de Goethe recordado por Nietzsche, hasta El diablo mundo de Espronceda, el demonio y los personajes diabólicos o rebeldes —así don Juan— son protagonistas decisivos. Una literatura para un tiempo muy siglo XIX de científicos avances. Bécquer, por caso, compondrá poesía química al constatar el paso del amor: «Los invisibles átomos del aire / en derredor palpitan y se inflaman». El poemita, claro, se le cae a partir del segundo verso.
Larga y lenta senda hemos recorrido a lomos de cambiante piel. Recordemos (o cerremos el ciclo). In illo tempore, la serpiente fue el caos (tinieblas, oscuridad, noche), y contra ella hubieron de luchar los dioses: Marduk / Tiamat; Ra / Apopi; Yavé / Rahab; Indra / Vrtra; Vichnú / Calengam; Zeus / Tifón; Apolo / Pitón... Al vencer a los lagartos, los dioses solares crearon el mundo, también conocido como cosmos, orden, concierto, luz, día. Échenle nombres positivos. Hubo, pues, cierta fase dos en que la serpiente sirvió a los dioses, domeñada, ya como mensajero, ya como guardián.
Pero el que tuvo retuvo. La serpiente no se contentó con tal papel segundón y volvió a retar a los dioses. Siendo sin embargo el animal más astuto, había aprendido que de nada le serviría la fuerza bruta y sola, que una vez le condujo a la derrota. La muy taimada recurrió, pues, al engaño: aprovechándose de los hombres, esos ingenuos empeñados en creer que el bien acaba triunfando, arrancó la inmortalidad a los dioses. Fue entonces: vengándose del Señor solar que la había humillado y condenado a reptar por el humus mientras sumía en las tinieblas de la ignorancia al linaje humano, la serpiente reveló a los hombres los conocimientos técnicos. De suma importancia estratégica. I + D: Inmortalidad más Demonio.
La serpiente acababa de inventarse un nuevo enemigo de los dioses. Humanos y sierpes se igualaban así en una rebelión contra el Olimpo (o Edén) sostenida en dos frentes. Cada uno en su trinchera, ambos aliados se repartieron equitativamente los dos principales atributos que arrebataron al deus creator: la omnisciencia y la vida eterna.
La historia humana, iniciada en ese momento de rebeldía suprema y de castigo ininterrumpido —el tiempo: que no corre ni vuela, pero quién lo diría—, consistirá entonces en ir ganando terreno a los dioses: al arrimo del fuego de Prometeo, mordiendo la sabrosa, sensual, incitante manzana de Eva, los hombres, hijos de Caín, siguen avanzando, de tropiezo en tropiezo, en busca de la libertad y de la felicidad.
Ya se verá cuál de las dos correspondió en el reparto a la serpiente.


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