A Nietzsche le da por topar con el concepto de pecado eficaz —que ya tendría un pase— en el relato de Prometeo,
mientras que en el bíblico de Eva y la serpiente detecta como definitivos la
curiosidad, la mentira y la concupiscencia, que tacha de sentimientos «casi específicamente
femeninos». Por oposición, y ya poniéndose muy en plan macho alfa germánico, Nietzsche
sostuvo además que el pecado del mito prometeico (y ario) es masculino. Reacciones
alérgicas de este tipo suelen ser habituales en los filólogos que, por marginar
hechos, datos y comprobaciones, se transforman en filósofos.
Es así que iba el buen Nietzsche comentando el Prometeo de Esquilo en el capítulo XI de El origen de la tragedia, y de repente halló entre el mito ario de
Prometeo y el semítico de la Caída del hombre «un grado de parentesco semejante
al de un hermano y una hermana». La parejita. Concluyó —o categorizó— entonces que
«el hombre, comparándose a Titán, conquista su propia civilización y obliga a
los dioses a aliarse con él, porque gracias a su propia sabiduría tiene en su
poder y al alcance de la mano la vida de los dioses y los límites de su fuerza»:
el fuego robado al Olimpo o el fruto del Árbol de la Ciencia.
Si el refranero
italiano une la longevidad y el cambio de piel del áspid, el español mezcla
la sabiduría y la inmortalidad, atributos ambos de las sierpes, en una máxima:
«Más sabe el diablo por viejo que por diablo». Hora es ya de decirlo de todas
todas: la serpiente es el demonio, Lucifer, el que aporta la luz de la ciencia
a la historia (o degeneración) humana. Con la luz y con el fuego, asimismo
prometeicos, los hijos de Caín, apellido que significa ‘herrero’, conseguirán
la técnica. Para siempre marcada la descendencia: Smith & Sons. De ahí que
la ciencia, como revelación del demonio y desveladora de milagros y misterios,
haya sido perseguida por las Iglesias de toda época y toda nación. Hasta el
siglo XVIII, el de las Luces y Lucifer, no triunfarán definitivamente los Hijos
de Caín, como aquel conde de Volney que
ya pasó por este blog. En la literatura romántica, tan prometeica, desde el
Fausto de Goethe recordado por
Nietzsche, hasta El diablo mundo de
Espronceda, el demonio y los personajes diabólicos o rebeldes —así don Juan—
son protagonistas decisivos. Una literatura para un tiempo muy siglo XIX de científicos
avances. Bécquer, por caso, compondrá poesía química al
constatar el paso del amor: «Los invisibles átomos del aire / en derredor palpitan
y se inflaman». El poemita, claro, se le cae a partir del segundo verso.
Larga y lenta senda hemos recorrido a lomos de cambiante piel. Recordemos
(o cerremos el ciclo). In illo tempore,
la serpiente fue el caos (tinieblas, oscuridad, noche), y contra ella hubieron
de luchar los dioses: Marduk / Tiamat; Ra / Apopi; Yavé / Rahab; Indra / Vrtra;
Vichnú / Calengam; Zeus / Tifón; Apolo / Pitón... Al vencer a los lagartos, los
dioses solares crearon el mundo, también conocido como cosmos, orden,
concierto, luz, día. Échenle nombres positivos. Hubo, pues, cierta fase dos en
que la serpiente sirvió a los dioses, domeñada, ya como mensajero, ya como guardián.
Pero el que tuvo retuvo. La serpiente no se contentó con tal papel segundón
y volvió a retar a los dioses. Siendo sin embargo el animal más astuto, había
aprendido que de nada le serviría la fuerza bruta y sola, que una vez le
condujo a la derrota. La muy taimada recurrió, pues, al engaño: aprovechándose
de los hombres, esos ingenuos empeñados en creer que el bien acaba triunfando,
arrancó la inmortalidad a los dioses. Fue entonces: vengándose del Señor solar
que la había humillado y condenado a reptar por el humus mientras sumía en las tinieblas de la ignorancia al linaje
humano, la serpiente reveló a los hombres los conocimientos técnicos. De suma
importancia estratégica. I + D: Inmortalidad más Demonio.
La serpiente acababa de inventarse un nuevo enemigo de los dioses. Humanos
y sierpes se igualaban así en una rebelión contra el Olimpo (o Edén) sostenida
en dos frentes. Cada uno en su trinchera, ambos aliados se repartieron equitativamente
los dos principales atributos que arrebataron al deus creator: la omnisciencia y la vida eterna.
La historia humana, iniciada en ese momento de rebeldía suprema y de
castigo ininterrumpido —el tiempo: que no corre ni vuela, pero quién lo diría—,
consistirá entonces en ir ganando terreno a los dioses: al arrimo del fuego de
Prometeo, mordiendo la sabrosa, sensual, incitante manzana de Eva, los hombres,
hijos de Caín, siguen avanzando, de tropiezo en tropiezo, en busca de la
libertad y de la felicidad.
Ya se verá cuál de las dos correspondió en el reparto a la serpiente.
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