domingo, 12 de febrero de 2017

III, 54. Con la Iglesia hemos topado

Tiempos los de Leopoldo Alas de sacristanes en guardia y obispos de guardia. Si se echa un rato por las bibliotecas o librerías de viejo de Internet, cuya navegación sin gota de agua no requiere carné ni parné, acaban hallándose las Pastorales del Rmo. P. Martínez Vigil de la Orden de Predicadores. Obispo de Oviedo, Conde de Noreña, etc. Tomo I (1884 á 1892), Madrid, Librería Católica de Gregorio del Amo, 1898. Un capricho de cierto ocio indagador: el de quien va comprobando la hipótesis de que cualquier hecho presente fue ya experimentado en lo pretérito. Es que, cuando no amortajado por los eruditos, el pasado resulta explicativo.
Ese volumen colecciona una extensa «Pastoral cuarta. La pastoral de los obispos de la provincia vallisoletana (25 de abril de 1885)» (pp. 85-176), en que Martínez Vigil metió como de matute, y muy hacia el final —el tramo que más se lee de una pastoral, por comprobar con avidez y rapidez en qué acaba dando su mucha intriga—, un trecho en que Su Ilustrísima emplea la palabra erotismo (por única vez en el tomazo) y que pareciera que no, pero que va sobre Clarín. Entresaco fragmentos del fragmento (pp. 173-174):

como la religión católica es el resumen que el Creador confiere á su criatura predilecta […], la sociedad española no recobrará el equilibrio perdido sino cuando las leyes estén informadas del espíritu católico, y las instituciones y la enseñanza y la prensa sean católicas.

Si el tiempo fuera sobre todo una cualidad del ánimo, el obispo de Oviedo estaría corroborando en 1885 la futura sentencia de que «España ha dejado de ser católica», eslogan de 1931 debido al magín de un Azaña que, por cierto, había sido estudioso de Varela, otro novelista apenas del gusto del clero. Hasta fray Ramón Martínez Vigil debió de notar que se acababa de pasar de frenada y de futuro, así que, por no dar quizá más pistas, rebobinó cincuenta años y volvió al hoy de su coetáneo y cotidiano pastoreo:

Hoy somos los católicos víctimas de una tiranía […]. Mientras que la Constitución de la Monarquía declara al catolicismo religión del Estado, y sólo tolera —lo que ya es demasiado— las opiniones religiosas y el ejercicio privado de su respectivo culto, […] en muchas cátedras oficiales, sostenidas por los contribuyentes católicos, […] se hace propaganda pública de ateísmo y de corrupción.

Dando la Tierra venga de vueltas sobre su propio eje y en torno al Sol, no es de extrañar que este mareo continuo se traslade a las escenas y circunstancias del tiovivo de la Historia: la Universidad sostenida por Hacienda, que mire usted que somos todos, y todos tan católicos, conculca la Constitución que no por católica deja de garantizar la libertad religiosa, un lío, oiga, venía a lamentarse el obispo en su valle de lágrimas. Si bien el hilo de Su Ilustrísima daba puntada en el Clarín catedrático de Derecho en la Universidad de Oviedo. ¿Qué le habían dicho al pastor de almas que había ocurrido?:

No hace muchos días que apareció un libro escrito por un profesor público y saturado de erotismo, de escarnio á las prácticas cristianas y de alusiones injuriosas á respetabilísimas personas; sin que las autoridades académicas, ni los compañeros de profesorado —tan puntillosos en otras cosas— tuvieran una palabra de protesta contra ese salteador de honras ajenas.

Tal libro saturado de erotismo recién salido de las prensas era el segundo volumen de La Regenta, y el salteador de honras y profesor público —o «ramero», que la confusa sintaxis obispal depara este hallazgo espectacular—, Clarín. Quien desde luego podría haber entendido que Con la Iglesia hemos topado, Sancho, frase que poco ha importado siempre que ni Cervantes escribiera nunca, ni por tanto don Quijote pronunciara jamás. El caso es que Leopoldo Alas y sus compañeros (¡carlistas!) de claustro universitario se dieron por aludidos y, quizá porque España estuviera en trance de dejar atrás su ancestral catolicismo —algo de razón llevaría fray Ramón en su pastoral, género que no es de hablar a tontas y a locas—, se pusieron contestones ante Su Ilustrísima. Ya veremos cómo.
Los obispos. Qué temazo recurrente.


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