Permítanme
la hipérbole: se ha puesto de moda, al fin, Pedro Salinas. Vienen leyéndolo
ahora los poetas como lo que siempre fue, uno de los mejores del Veintisiete (o,
según Carlos
Marzal, como «una de las cristalizaciones literarias del 27 que mejor
soporta, en su totalidad, el paso del tiempo»), y van los marquetineros inspirándose
por doquier en unos versos suyos, «Es
que quiero sacar / de ti tu mejor tú», para anunciar señeros liderazgos, educaciones
superiores, tierras de promisión o al menos de promoción turística. Algún
crítico del próximo futuro se sentirá movido a justificar este incremento de la
recepción saliniana. Para ese estudio de la publicitaria voz a ti debida, Salinas, vaya aquí un hilo del que tirar.
Hace
casi dos décadas se jubilaba mi buen amigo José Luis Sastre como profesor de
literatura en la Universidad Europea de Madrid. Fue también por lo que publiqué
un artículo, «Homenaje a un maestro», en el periódico de aquella institución, El Universitario Europeo, XI, 43 (mayo 2001),
p. 39, que, por venir al caso, reproduzco aquí:
No
podemos prescindir de la conversación ni del silencio. Remanso de la palabra y
del diálogo, el silencio es el momento reflexivo en que la voz se torna en
memoria, esto es, en libre transformación de la propia identidad. Y la
conversación es el fruto maduro del silencio. Quiero ahora pensar que la
palabra prodigiosa del poeta acuñó la expresión «elocuente silencio» no sólo
para nombrar las pausas preñadas de sentido que pueblan los coloquios, sino
sobre todo para sintetizar magníficamente que las cosas que en apariencia son
opuestas resultan siempre compatibles. No otra es la tarea de la imaginación.
Diálogo,
silencio reflexivo, imaginación: he aquí componentes esenciales del proceso
educativo. Un tópico clásico, el del puer-senex,
lo ejemplifica: el joven (puer) que
emprende, con la garantía de la madurez o el saber, el camino de una vida que
será feliz precisamente por haber hecho propios tales componentes. El tópico
muestra asimismo la génesis de la formación de un joven que entabla diálogo con
un adulto (senex). Pero si el diálogo
está envilecido desde su raíz, sólo habrá deformación: así en Lázaro de Tormes,
cuyo coloquio con el Ciego, nunca enderezado hacia una aspiración de vivir,
sino de sobrevivir, es puro diálogo de sordos que a ninguno de los
interlocutores perfecciona. Muy distinto es el caso de don Quijote y Sancho.
Recordaré que éste no es un adulto, frente a muchas reconstrucciones
iconográficas que así nos lo hacen ver, pues en el capítulo 28 de la II parte
el escudero se refiere a «mi mocedad». El diálogo entre ambos resulta la más
acabada presentación de un auténtico proceso educativo, no sólo por estar hecho
indisolublemente de lecturas y vivencias, que no pueden separarse sin pérdida
de sentido, sino sobre todo porque, a través de él, el puer va convirtiéndose en senex,
y el senex en puer: Sancho se quijotiza,
sí, pero también don Quijote se sanchifica.
Cervantes enseña que el diálogo, para serlo de verdad, transforma, en comunión
verbal, a los interlocutores. En la enseñanza, tanto al maestro como al
discípulo.
Uno
aprende esto en el mágico ámbito de los libros (mágico en cuanto la escritura
es abolición del tiempo, de las distancias entre el cada vez más ancho pasado y
el siempre efímero presente) y luego tiene la suerte de hallar en la vida
maestros que corroboran lo leído. Uno de esos maestros es José Luis Sastre,
cuya aspiración como profesor fue siempre la que formuló Pedro Salinas: «quiero
sacar de ti tu mejor tú». Conocí al profesor Sastre en los albores del CEES. En
esta década vivimos junto a muchísimas personas (profesores, personal de administración
y servicios, estudiantes) la transformación de un proyecto ilusionante en la
realidad consolidada que es ya la Universidad Europea. Ahora puedo decir que,
además, yo he tenido la suerte de compartir la palabra discreta, sabia, irónica
e inteligente del profesor Sastre, cuya vida es plenitud de sus amplias experiencias
y lecturas: de diálogo y de silencio reflexivo. Ahora que el maestro y el amigo
ha llegado a la jubilación, diré de él lo que dictan dos alejandrinos del
medieval Libro de Alexandre: «No
cuento mis años ni por noches ni por días, / los cuento por mis hechos y mis
caballerías». Gracias, profesor Sastre, por tu trabajo de profesor libre y
siempre jovial (joven), por tus hechos, por tus caballerías.
No
pasó mucho tiempo entre este texto y una campaña de publicidad, «Sacar de ti tu
mejor tú» que la universidad ahí mencionada emprendió para captar alumnos. Que
los marquetineros están a la que salta. Desde aquel momento, el pasaje saliniano
que José Luis Sastre adaptaba a su idea de la enseñanza, ha servido para ese
cenagal de fabulillas memas —«Es una oportunidad, todos los días, de sacar a la
luz el potencial que habías enterrado y despertar la relación dormida entre tu
tú actual y tu mejor tú» (R. Sharma, El
líder que no tenía cargo)— que circulan en libros tontos que provocan en
algunos de sus lectores la ilusión de liderar algo más que la Nada. Asimismo
ha sostenido diversas
campañas publicitarias para un roto y para un descosido, encargadas ora por
la Junta de Andalucía («Tu
mejor tú»; «Semana
Santa en Andalucía. Emociónate con tu mejor tú»; «En
cuanto pones un pie en Andalucía, ya no eres tú. Eres: tu mejor tú»), ora
por las Escuelas Católicas de Madrid («Gracias por dejarnos sacar
de ti tu mejor tú»), ora pro nobis.
Tanta reiteración motivaría quizá que la UEM modificara su
campaña hasta llegar a ese «Tu
mejor yo» que cojea de cierta incoherencia lógico-semántica.
Es
que no se le pueden pedir peras al olmo —ya se sabe— sin un poeta al lado.
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