Indesligables
resultan las historias (o cambios) de la literatura sexual europea y de la
Iglesia. En un magnífico libro, Simonatti mostró que la clerecía de los siglos
XII-XIII, cuya heterógenea Iglesia mantenía reminiscencias paganas, practicó la
intromisión de lo
carnavalesco en la exégesis canónica de los textos
sagrados y en los contrafacta lúdicos
y báquicos de los goliardos y sus misas jocosas, así como la comicidad
y la liturgia burlesca de la Libertas Decembrica (2008: 16-19), abuela
del carnaval.
El
complejísimo Juan Ruiz, quienquiera que fuese, participó de ese hibridismo, del
que no quedaron a salvo las
horas canónicas, que pautaban el paso del tiempo en una sociedad
agrícola, mágica y telúrica: rural. Desde el siglo VI, los monjes pespuntearon
la jornada con, digámoslo así, Malapriter
Sexnoviscom: maitines
< lat. matutinae (00:00 h.);
laudes, por el
imperativo laudate, ‘alabad’, reiterado en los tres últimos salmos que
se cantaban a las 3:00; prima
a las 6:00, en que sale el sol; tercia (09:00), sexta (12:00), nona
(15:00), vísperas (18:00) y completas
(21:00) o fin de la actividad, en que el clérigo rezaba «para obtener el perdón de los pecados y para
conjurar los peligros de la noche que se iniciaba» (Morros 2004: 366-369).
Aunque
textos como los Metra de monachis carnalibus alemanes usaran «pasajes del Antiguo Testamento para censurar el apego de los monjes por la comida y el sexo»,
«nada igual» hay en la Edad Media (Morros 2004: 358-360) a la parodia de las Horas dispuesta por el Libro
del Arcipreste de Hita (h. 1320-1343), una sexualización de la palabra
sagrada y litúrgica que supera en osadía a otros casos franceses e italianos (Simonatti
2008: 28-29). En el fragmento (Libro, 372-387), que forma parte, como Elena
y María, de otra disputa, el Arcipreste reprocha al Amor la hipocresía de
que «rretraes [‘reprendes’]
lo que fazes» (372a).
El
carnaval es «l’hereu directe de les Festes de Folls medievals, al seu torn
derivades de l’antiga “Libertas Decembrica”, on convergien reis de rialles,
bisbes de bufa i exaltació d’ases i estults» (Massip 2008:
142). Con un análogo juego de disfraces de risa y burla, el
Arcipreste transforma de repente a don Amor en un clérigo, y le acusa de desatender
toda «obra de piedad»,
excepto la de visitar no a los enfermos, sino a «solteros sanos, mançebos e
valientes» y a «loçanas» a quienes «fablas les entre dientes [‘susurras’]» (373). Que hacía, pues, a pelo y
a pluma. Incluyendo la de cada uno de sus garzones folguines (374a) o monaguillos:
Rezas muy bien
las oras con garçones folguines
cum his qui oderunt paçem, fasta que el salterio afines;
diçes ecce quan bonum con sonajas e baçines,
in notibus estolite; después vas a matines.
Como
rezar, cantar, tocar y amar son intercambiables (Simonatti 2008:
76) en esta parodia bífida —en latín y
castellano, y en doble sentido en ambas lenguas—, me parece evidente que rezar
las horas y afinar el salterio conectan con la
práctica del abad de Elena y María, «de su salterio rrezar, / & sus
molaziellos ensenar» (vv. 108-109). También atestiguan el signo rezar, ‘tener
relaciones sexuales’, el coito de Carajicomedia (1519) entre un
trinitario y una pastelera, «si el fraile
rezaba un psalmo o verso, ella rezaba dos y aún tres» (Morros 2004: 361), y el rezar la nona con la dueña lozana (383a) del mismo Arcipreste.
Ruiz encaja intertextos
litúrgicos y los parodia. Cum
his qui oderunt pacem
(374b = salmo
119, 7), «Con quienes odian la paz», se resemantiza así en «Con quienes van
pidiendo guerra», sentido sexual aún vigente en español. Luego, sobreponiéndose
a «las friuras laçias» (376b)
de la madrugada de maitines, el clérigo levanta quizá no sólo la voz
para cantar en el lugar (do, ‘donde’) de su amiga o amante, que
allí vive (morar) o que es mora, y toca y despierta
los instrumentos (375):
Do
tu amiga mora comienças a levantar
«domine
labia mea», en alta boz a
cantar;
primo dierum onium los estormentos tocar,
nostras preçes ut audiat, e fazes los
despertar.
Los versos de un himno
gregoriano, 1, Primo
dierum omnium («En el primero
de todos los días») y 9, Nostras preces ut audiat («para que oiga
nuestros ruegos»), son reconducidos así hacia «un contexto amoroso» (Morros
2004: 378).
A eso de las 3 de la madrugada, por laudes, el clérigo da grandes
gracias a su amiga, Aurora lucis (376c), que queda contenta:
mucho te le engracias
(376d). Y a la salida del sol, por prima (6 h.), recurre, para que actúe
en su nombre, Deus in nomine tuo (377b = salmo 53), a una alcahueta, a
la que llama xaquima (377b) y católica (379b): que le busque una
mujer, le encarga, de las que andan por las callejas o de las que están
en las huertas (378ab), y las confunda con su cháchara invasora de «boca, lengua, mente»; lo que sintetiza
«un himno de San Ambrosio que se cantaba
en la hora de tercia» y expresaba «el deseo de posesión por el Espíritu Santo»: «os, linga,
mens la envade, seso
con ardor pospone» (379c), así que, a eso de las 9 h., enloquecida de ardor,
«va la dueña a terçia, caridat legem pone» (379d = salmo 118) (Morros 2004: 395-396). Esa dueña a quien ha conseguido infundirle
la ley del amor sexual (caridad legem) la católica tercera.
La de la hora
tercia.
[Procedencia
de las citas: S. Simonatti, «La journée
du clerc amoreux». Horas y Eros en el «Libro de buen amor» (cc. 372-387),
Pisa, Edizioni ETS, 2008; B.
Morros,
«Las
horas canónicas en el Libro de buen amor»,
Anuario de Estudios Medievales, 34.1 (2004), pp. 357-415; F. Massip, «Rei d’innocents, Bisbe de
burles: rialla i transgressió en temps de Nadal», en Estudios sobre
teatro medieval, ed. J. L. Sirera Turó, Valencia, Universitat, 2008, pp.
131-146; Arcipreste de Hita, Libro de buen amor, ed. G.
B. Gybbon-Monnypenny, Madrid, Castalia, 1989, pp. 184-190.]
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