domingo, 4 de junio de 2017

V, 20. El gato microondeado en la posverdad

La historia les será tan familiar como los gatos y los microondas. Al menos, anda extendida por la Red con sus variantes y 50.000 resultados en el almacén de ofertas baciyélmicas o verdadero-falsas de Google. «El (horno) microondas llegó para quedarse hace ya 67 años» (El plural.com, 26-8-2014) la tacha de leyenda urbana, ¿saben aquel que diu?: «la mujer que tenía un gato que se había mojado y que decidió meterlo en el microondas para secarlo», operación que «el minino» fue incapaz de soportar, lo que determinó su fallecimiento «ipso facto». Después, la microondeadora «decidió demandar a la marca del horno porque ‘no advertía de esa posibilidad’. La mitología callejera concluía que la señora había ganado el juicio y logrado una suculenta indemnización», y que después «un joven americano» siguió su ejemplo: «El autor de la animalada, lejos de recibir una suma de dinero por parte de la marca, fue condenado a labores sociales en su comunidad».
En «La conquista de los picapleitos» (XLSemanal, 7-2-2017), David Trueba coge por los pelos la ocasión de recordar a quien vaya a leerlo que moró en el país donde sólo pueden pasar estas cosas, el mismo que nuestro mundillo del cine denuesta y admira de continuo, cateta y simultáneamente:

Cuando vivía en Estados Unidos, una de las cosas que me resultaban más llamativas y tristes era la oferta de los abogados en sus anuncios. Si te ha atropellado un coche, llámanos. Si tu dentista ha cometido un error, ponte en contacto con nosotros […]. Eran los tiempos en que una señora logró recibir una indemnización millonaria porque metió a su gato a secar en el microondas y alegó que en las instrucciones del aparato no se prevenía sobre el daño que podía causarle al animal. Son leyendas urbanas, quizá, pero el picapleitos conformó el modo de vida de los Estados Unidos, donde nadie se fía de nadie […].

¿Quizá? Como la historia —que apesta al recauchutado de los componentes folklóricos— me la recordó hace poco un amigo de ciencias, me puse, intrigado, a indagar. Que los científicos sé que no hablan a tontas y a locas. Llegué así al post «El microondas que sentó jurisprudencia» (26-6-2016), del The ESADE students’ blog, uno de los muchos que se dirigen, prestigiosos y coloquialmente, al «estudiante de Derecho que se está dejando los sesos en sacar adelante su Grado» y que por eso debería interesarse por «estos temas tanto en cuanto algunos de ellos han acabado revolucionando los tribunales; mayormente los norteamericanos». Escritura que revela modos de charla vespertina ante el pilón, tanto en cuanto y mayormente de la plaza del pueblo, que no está el horno (o el microondas) para bollos de sutilezas de lenguajes con su aquel de académicos.
Dejo de lado que el texto entra a saco en un fragmento del artículo de El plural.com, 26-8-2014, copiándolo sin citar su procedencia, y voy a lo que voy: que el post remite a Snopes, estupenda web que sistematiza casos de jurisprudencia verdadera (esto es, documentada) y falsa. Aquí se halla la entrada «The Microwaved Pet. An elderly woman dries her poodle in the microwave?» (25-7-2006): recopilando leyendas repugnantes, que hay gente para todo, Paul Smith (The Book of Nasty Legends, Londres, 1983, p. 65) dice haber oído el caso de una anciana que, tras lavar a su gato, tan persa como ganador de premios, lo secaba con la toalla y le daba el último retoque metiéndolo su poquitín en el horno. Estropeado éste, su hijo le regaló un microondas, con el que la señora repitió la operación. Que es que somos mucho de costumbres. Esta vez, la mascota no soportó el cambio tecnológico. La leyenda, ya lo veremos, rula desde 1976, aunque sus antecedentes se remontan al menos a 1942.
¿Hubo alguna vez una sentencia referida a un caso así? En sus «Stella Awards» (11-4-2008), la web Snopes enumera las seis demandas más escandalosas, que, de ser ciertas, sugerirían la necesidad de introducir reformas en los códigos legales. Datadas entre 1997 y 2000, tenían como fuente una lista que circuló por Internet en mayo del 2001. Sucede que todas eran falsas. Una séptima, que iba junto con las anteriores, desapareció después de la lista porque su inverosimilitud hubiera contaminado a las otras seis, reduciendo su apariencia de verdaderas:

7. Y sólo para que se sepa que las cabezas más frías se imponen de vez en cuando: Kenmore Inc., el fabricante del microondas de Dorothy Johnson, no fue responsable de la muerte del caniche de esta señora, quien, después de bañarlo, intentó secarlo metiendo a la pobre mascota en el microondas, «sólo unos minutos y a la mínima potencia». La querella fue rápidamente rechazada.

Aunque la demanda judicial y el relato que hay detrás son falsos, el gato microondeado y la dueña indemnizada económicamente por los tribunales, han ido a dar a sesudos trabajos de ciencia jurídica. Créanme: lo comprobaremos. Por ahora, quedémonos con ciertas preguntas de mantenimiento: ¿leyendas urbanas que sin verificar admitimos como casos reales, porque lo ha dicho Internet, esa nube de los dioses? ¿Articulistas a quienes no importa si lo que cuentan es verdadero o falso? ¿Blogs universitarios que no citan sus fuentes? ¿Trabajos jurídicos que sustentan sus reflexiones doctrinales sobre el folklore? No extrañará que tanto derroche de exactitud sea simultáneo hoy —exclámenlo, sí: ¡en pleno siglo XXI!— al proceso por el cual la palabra rigor está siendo sustituida por rigurosidad, engendrillo más prolongado y aparente.
Ya, lo sé: qué más da.



2 comentarios:

  1. José María P.H.5 de junio de 2017, 9:24

    Y por lo que cuentan, el gato microondeado del magnetismo eléctrico huye. Muy bueno Gaspar

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    1. Seguro que eso que cuentan se convierte en refrán a velocidad de crucero. Muchas gracias, José María.

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