lunes, 5 de noviembre de 2018

IV, 23. Las patrias eran unos lemas (1)


Buscándole inspiración para sus próximos clínex —que anda muy necesitado el pobre— al adolescente perpetuo Dani Mateo, empiezo a mirar banderas y digo entre mí que esta criatura, pretendiendo que nos echemos unas risas tontas, podrá ir de acatarrado el resto de sus días: será por telas y colores nacionales. En tales andaba, revisando catálogos de enseñas, cuando caigo en que los países (¿o serán los Estados o las naciones o las patrias?) suelen lucir unos lemas que la Wikipedia, siempre atenta de suyo, tiene agrupados para ir pasándoles lista con harta comodidad. A lo que —quizá por deformación profesional— me pongo.
Lo primero que salta a la vista es la escasa originalidad de casi todos esos emblemas lingüístico-nacionales. Como las empresas con sus manuales de calidad, copiados unos de otros hasta el siempre idéntico infinito, los Estados trazan entre sí fronteras, pero luego van y quieren distinguirse de los demás con mellizos lemas, cuando no gemelos. A un ritmo patriótico, paradójicamente universal, que suele ser trimembre, lo que tal vez resulte muy útil para marcar el paso en los desfiles. Que a tres conceptos salimos por patria, quiero decir. Partamos del viejo y conocido “Libertad, igualdad, fraternidad” (Francia) para comprobar cómo extiende sus alas trinominales, sustituyendo por ejemplo igualdad y fraternidad con otras voces no menos felices, por Túnez (“Libertad, orden, justicia”) y Libia (“Libertad, justicia y democracia”), por Honduras (“Libre, soberana e independiente”), por Irán (“Independencia, libertad, República islámica”)  y Vietnam (“Independencia, libertad y felicidad”) o por Ucrania, uno de mis favoritos —en cuanto forjado con términos infrecuentes— de la colección: Libertad, acuerdo, bondad”. Sin libertad ni igualdad, por su parte, figuranFraternidad, justicia, trabajo” (Benin) y “Fraternidad, trabajo, progreso” (Níger). La igualdad, pues, parece trasnochado término en los lemas de las naciones nacientes, con la mínima excepción de Yibuti: “Unidad, igualdad y paz”.
Trae éste, por lo demás, uno de los conceptos de más gusto y gasto en los trimembres nacionales: unidad. Lo que más se lleva, que para eso es objetivo principal de todo Estado que se precie: “Unidad, trabajo y progreso”, expresan a la vez Burundi, República del Congo, Cabo Verde y Chad; “Unidad, disciplina, trabajo”, repiten Santo Tomé y Príncipe y Costa de Marfil; “Unidad, libertad, justicia”, reiteran Namibia y Sierra Leona. Y así, por lo general, se oye en África: “Unidad, trabajo, patriotismo” (Ruanda); “Unidad, libertad, trabajo” (Zimbabue); “Unidad, dignidad, trabajo” (República Centroafricana); “Unidad, progreso, justicia” (Burkina Faso); “Unidad, lucha y progreso” (Guinea-Bisáu); “Unidad, paz y justicia” (Guinea Ecuatorial), o “Unión, trabajo, justicia” (Gabón). No son ajenos a la petición lemas de Asia (“Unidad, libertad, socialismo” [Siria]), Oceanía (“Paz, unidad, libertad” [Micronesia]) o Europa: “Unidad y justicia y libertad” (Alemania). Otros dos países vienen a decir (¿o a asegurar o a prometer?) lo mismo, cada uno con su peculiaridad cultural: “Fe, unidad, disciplina” (Pakistán) y “Dios, unión, libertad” (El Salvador).
A estos 30 lemas se unen otros 22, que insisten más o menos en lo mismo que los anteriores, dando vueltas a unos cuantos e inmensos —si bien breves— conceptos clave: “Dios, patria y libertad” (Ecuador y República Dominicana) o “Dios, patria, rey” (Jordania y Marruecos) o bien “Patria, libertad, progreso” (Madagascar); "Progreso, paz, prosperidad" (Gambia); “Justicia, paz y trabajo” (República Democrática del Congo) y “Justicia, libertad, prosperidad” (Sudán del Sur); “Trabajo, justicia, solidaridad” (Guinea), “Trabajo, libertad, patria” (Togo) o “Paz, trabajo, patria” (Camerún). Más marciales los de Kosovo, Timor Oriental y Mauritania (“Honor, deber, patria”; “Honor, patria y pueblo”; “Honor, fraternidad, justicia”), hasta llegar a “Deseo, honor, sacrificio” (Omán). Y tradicionales en su formulación los de “Nación, religión, rey” (Camboya), “Un pueblo, una nación, un destino” (Guyana) o “Un pueblo, una meta, una fe”, que repiten Mali y Senegal. Tampoco de estos lemas sabría decir si son peticiones, afirmaciones o promesas, aunque “La tierra, el pueblo, la luz” me parece una escueta descripción de Santa Lucía, y “Salud, paz y prosperidad” (Kiribati) diera la impresión de ser un recibimiento. Escondida, por su parte, en los secos confines surafricanos, Lesoto ofrece otro lema singular: “Paz, lluvia, prosperidad”. Así sea.
Suponiendo que los lemas nacionales reflejen sueños de destinos mostrados a una colectividad formada por generaciones que se suceden en el tiempo, y más o menos en un mismo espacio, vamos, aquello que Ortega llamó un proyecto de vida en común, he aquí los abreviados programas múltiples (y reiterados) de cincuenta y dos Estados de este mundo que no hace más que dar vueltas. A los que añadiré, para terminar este primer recuento, tres lemas que saltan a la cuatrimembración (“Dios, nación, revolución, unidad” [Yemen]), a la bimembración doble (“Unidad y fe, paz y progreso” [Nigeria]) e incluso a la pentamembración: “Paz, independencia, democracia, unidad y prosperidad” (Laos). Incluyendo a estos, no estará de más concluir que pocos mensajes hay tan aéreos en su levedad formal y tan etéreos en su gravedad semántica como los lemas nacionales.
Serios y sucintos, los Estados sí que saben cómo tratarnos a sus chiquillerías.


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