lunes, 30 de julio de 2018

IX, 49. IAG 1.1


Al leer un texto esperamos no sólo que nos dé la razón, sino encima que lo haga del modo en que lo queremos. Ya saben: sujeto, verbo, predicado. Esa simplicidad. El método de la IAG, sin embargo y sin concesiones, resulta mucho más acorde con la complejidad del mundo. Al que se supone que hacen referencia los textos.
Habíamos dejado al náufrago de las Soledades gongorinas a punto de comenzar a recorrer el trecho que le separa de una luz, la del «farol de una cabaña», que apenas se distinguía en «aquel incierto / golfo de sombras» (I, 59-61). Para relatar el trayecto de su peregrino, Góngora se dispone a tirar de otros recursos de su mágico magín de poeta sorprendente: fusión de sintaxis de dos idiomas, hipersubordinación, metaforismo… En efecto, el armazón sintáctico de Soledades, I, 64-73, surge de una vuelta atrás que depara una neolengua que coctelea a la madre latina con la hija española:

[…] Y recelando
de invidïosa bárbara arboleda                       65
interposición, cuando
de vientos no conjuración alguna,
cual haciendo el villano
la fragosa montaña fácil llano,
atento sigue aquella                                     70
aun a pesar de las tinieblas, bella,
aun a pesar de las estrellas, clara,
piedra, […]

Neolengua en que desaparecen artículos imprescindibles en español e inexistentes en latín: de [la] arboleda; [de los] vientos; y en que, como en éste, el verbo principal queda muy diferido: Y (v. 64) [el peregrino…] sigue (v. 70). Por el contrario, el complemento directo se sitúa aquí tras el verbo, tal que en español, si bien desconyuntado, aquella (v. 70) […] piedra (v. 73), igual que ocurría con el enlace negativo cuando […] no y con el sintagma de […] conjuración (vv. 66-67). Entre el sujeto elidido y el verbo principal anidan los demás complementos, presentados en compleja maraña sintáctica que es fruto del encaje en menos de seis versos de tres oraciones subordinadas (OS): sigue à recelando…OS1 à cuando no…OS2 à cual…OS3. Es decir: recelando (v. 64) de invidïosa bárbara arboleda (v. 65) interposiciónOS1, cuando (v. 66) de vientos no conjuración algunaOS2, (v. 67) cual haciendo el villano (v. 68) la fragosa montaña fácil llanoOS3 (v. 69). O sea: «Y desconfiando de [la] arboleda, bárbara interposición envidiosa, cuando no de alguna conjuración [de los] vientos, sigue atento, como el aldeano que convierte la escarpada montaña en sencilla planicie, aquella piedra».
De manera que el náufrago recorre el trayecto con la habilidad del ciclista dopado que escala como si llaneara, aunque tema que los árboles se interpongan entre él y la luz, y que a ésta la apague el viento. Pero si la luz del farol (v. 59) puede apagarse, ¿cómo es que antes —dichosa realidad inestable— se la llamó rayos (v. 62) y ahora se asegura que es una piedra (v. 73)? Una piedra demoradamente descrita: «aun a pesar de las tinieblas, bella, / aun a pesar de las estrellas, clara» (vv. 71-72). Es más, una piedra móvil, a la que sigue (v. 70) el náufrago. Quien corre hacia una luz poliédrica ya o cubista, que es —sucesiva pero simultáneamente— farol, rayos y piedra, y tiene un único tamaño: el de su esperanza de hallar refugio. Pónganse en la piel de este peregrino: es de noche, pisa inhóspito y desconocido ámbito terrestre, va aún aturdido tras el marítimo naufragio. El mundo, pues, se le presenta complejo, confuso, complicado. Sólo la metáfora puede dar razón de un estado así de desconcierto y desasosiego: el farol, antes rayos, es ya piedra que se mueve.
¿Una piedra móvil? ¿Cómo? ¿Cuál? Adivinen. O descifren esta otra metáfora, ahora doble y enigmática, escollo donde fueron estrellándose los cientos de comentaristas de Góngora:

piedra, indigna tïara,
si tradición apócrifa no miente,
de animal tenebroso, cuya frente                  75
carro es brillante de nocturno día.

Es otra definición de crucigrama: «corona no digna […] del animal de las tinieblas cuya frente es brillante carro que transforma la noche en día». Ocho o nueve —ya estamos— letras. Sí, carbunco o carbunclo. «El carbunclo es un animal —fantástico, por supuesto—», «nocturno» (tenebroso), «cuadrúpedo, herbívoro», que mencionan textos de los siglos XVI y XVII que «arrancan de los relatos y crónicas del Nuevo Mundo» y lo presentan llevando «en la frente» un carbunclo o rubí (mucha corona o indigna tiara para tal bicho) que «brilla en la oscuridad» (cuya frente carro es brillante de nocturno día), según afloró I. Arellano, «Un pasaje oscuro de Góngora aclarado: el animal tenebroso de la Soledad primera (vv. 64-83)», Criticón, 120-121 (2014), pp. 201-233 (p. 214), que añade:

y cuyo fulgor puede ocultar echando sobre él un sobrecejo o párpado […]. Cuando se ve perseguido o se asusta, cierra el párpado y desaparece en lo oscuro. A veces se le asocian rasgos que la tradición atribuye a los dragones y su piedra (la draconites).

¡Piedra, farol o rayitos! Qué bucle extraño: el rubí sobre el asustadizo carbunclo.


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