Ya saben: Crónica
de una muerte anunciada es latiguillo periodístico que se usa a tutiplén para titular mil artículos, reportajes
y… crónicas. Más concentrada en el periodismo mexicano se encuentra la frase «Engañar con la verdad», usada lo mismo para un roto que para un descosido. Se aplica así a
una noticia falsa —ah, que se dice fake new— esparcida
por Televisa (F. Cisneros Calzada, «Otra vez, engañar con la verdad», El
Mañana, 23-9-2017) como —faltaría más— al fútbol: «El país entero está
obligado a contar la verdad completa, no sólo la que en el presente es imán y
conviene a cierta plaza […]. Las emociones al lado de la mercadotecnia pueden
conducirnos a engañar con la verdad» (J. Gómez Junco, «Engañar con la verdad», Milenio,
29-11-2017).
Pero, más que a otro asunto, titular tan
reiterado cuadra con la política. En concreto, con la práctica mexicana del tapado, un futuro candidato a la
Presidencia de la República que es velado para no estropear sus expectativas. En
su lugar se exhiben candidatos falsos, almas voluntariosas que van quemándose:
Todos aseguran que el presidente Enrique Peña Nieto engaña con la verdad y, ante la inminencia, se
concluye que ya no hay Tapado, hay Candidato, aunque el candidato siga tapado.
Acaso habría que recurrir al título de la enorme novela de Daniel Sada: Porque
parece mentira la verdad nunca se sabe. (J. J. Ruiz, «Engañar con la verdad», SDP Noticias,
15-11-2017)
Que no engañe la identidad terminológica: en la Nueva
España de 1684, una curiosa historia relató las andanzas de Antonio Benavides,
una especie de agente secreto a quien apodaron el Tapado y, quizá por error, ahorcaron; pero la extensa
tradición del México republicano alfombrada por estos benéficos personajes sobreexpuestos al público para proteger, como treta de confusión, a los
tapados o candidatos de verdad, evidencia que son los destapados quienes no acaban bien:
Fernando Canales Clariond llega a la secretaría de Economía
con la peor de las etiquetas: con la de presidenciable. Alguien podría
recordarle […] la historia que marcó a Alfredo del Mazo en el sexenio de Miguel
de la Madrid o la de Emilio Chuayffet en el de Ernesto Zedillo. Se engaña con
la verdad: Canales es precandidato […] y eso es su mayor obstáculo para
convertirse en tal. (J. Fernández Méndez, «Canales: engañar con la verdad», Confidencial,
13-1-2003)
En efecto, Canales no
pasó de Secretario de Economía y luego de Energía (2003-2006) durante el
sexenio presidencial del PAN, como antes Chuayffet quedó varado como
Secretario de Gobernación (1995-1998) con el PRI; tampoco Mazo Maza logró la candidatura por el Partido Revolucionario
Institucional, asombroso nombre paradójico de una organización que se
diría eterna, a la que Octavio Paz dedicó los ensayos conjuntados bajo el
sugestivo y no menos paradójico título de El ogro
filantrópico.
Esta costumbre no más de México entero,
incluidos sus periodistas, de llamar engaño con la verdad a la tan específica y peculiar
práctica política del tapado, remite o remonta a otra que concierne a la
poética del teatro del Siglo de Oro. Echemos un vistazo al manual apropiado, el
Arte nuevo de
hacer comedias en este tiempo (1609), donde Lope de Vega da nombre a ese procedimiento
dramático:
El engañar con la verdad es cosa
que ha parecido bien, como lo usaba
en todas sus comedias Miguel Sánchez,
digno por la invención de esta memoria.
Siempre el hablar equívoco ha tenido,
y aquella incertidumbre anfibológica,
gran lugar en el vulgo, porque piensa
que él sólo entiende lo que el otro dice. (vv.
319-326)
Lope atribuye la invención del recurso al
dramaturgo vallisoletano Miguel Sánchez (autor, entre 1589 y 1615, de La isla bárbara, La guarda cuidadosa
y El
cerco de Túnez), informa de la
buena acogida del mecanismo por parte del público y
lo liga al «hablar equívoco» que provoca una «incertidumbre anfibológica», que ve como causa de su aceptación: es que cree el buen pueblo «que él sólo
entiende lo que el otro dice». Que engañar con la verdad halaga al votante, o
sea; perdón, al espectador, cuya respuesta para el cuello de su camisa no será
otra que la de «Sí, ya, a mí con esas, como si no supiera yo…». Un venirse
arriba ante los de arriba.
Á. Verdugo, que muestra conocer los orígenes del
procedimiento como treta teatral áurea («¿Qué significa engañar
con la verdad?», Dinero en Imagen, 10-7-2017), distingue entre mentir, ‘afirmar algo que es falso’, y engañar, que implica búsqueda voluntaria de beneficio propio o
perjuicio ajeno. Y ejemplifica con el presidente priísta Ruiz Cortines (1952-1958), que en 1957 engañó con la verdad sobre la
sucesión suya: «La premeditación se
da» al pensar el Presidente «lo que le dice a Flores Muñoz para hacerlo creer
que él es el elegido; el beneficio es obvio porque trataba de mantener
protegido al que era, efectivamente, su candidato para sucederlo, don Adolfo López Mateos». Quien
en efecto resultó el Elegido para sostener en el sexenio siguiente (1958-1964) el cetro de la
monarquía electiva del visigodo PRI. Así que Flores Muñoz «perdió
el dedazo».
El proceso mexicano del tapado muestra, pues, una faceta posible del engaño teatral con la verdad: el Presidente como autor de una trama para la que confecciona antagonistas (los destapados) y protagonistas (los tapados), prevé una determinada conclusión
y dispone un mecanismo desorientador que confunda al espectador. Quien —transformándose así
en otro personaje del autor, si bien situado allende el escenario— concibe un
final tan distinto del real como falso, mientras que el auténtico candidato no será diana
contra la que lanzar sus diatribas. El tapado deviene en el recurso que la política mexicana —de partido no menos único que
democrático— ideó tras aplicar una idea dramática exitosa durante el Siglo de Oro
español. Puro teatro experimental ante un amplio censo de espectadores.
De electores, quería decir.
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