jueves, 22 de noviembre de 2012

VIII, 4. Iniesta

¿De qué lugar de La Mancha o de la magia brotaste, Andrés Iniesta? ¿Qué sabio encantador transformó tus pies en manos? ¿Qué diseñador de videojuegos te inventó para que superaras sobre un césped tridimensional a Oliver Atom? Fabricador de fantásticas y fabulosas antologías de jugadas, ¿de dónde saliste? ¿Del bosque aquel en que a pique estuvo de liberarte un tu viejo paisano? No, que ese era otro Andrés, que en el capítulo IV del Quijote recibía más palos que Iniesta de impetuosos, inoportunos e impotentes defensas.
Nadie sabe nunca cómo, el balón busca siempre a Iniesta. Es que le susurraron que ningún otro lo trataría mejor. Da lo mismo que le llegue al pie derecho o al izquierdo. Enseguida, acariciándolo diestro y siniestro, Iniesta lo cambiará de pie como un prestidigitador que hace invisible el naipe entre manga y manga o como un pistolero que revuelve el revólver entre mano y mano.
Nadie sabe nunca cómo, la cal de la línea respeta siempre a Iniesta. Es que le inscribieron que ningún otro la acompañará rozándola sin permitir que la bola salga. Da lo mismo que la línea sea de córner o de banda. Enseguida, sobrevolándola seguro y veloz, Iniesta conducirá el balón sobre ella como un mínimo ingeniero que con tiralíneas traza un diseño perfecto, o como un funambulista que sin red se mece sobre un alambre inverosímil.
Nadie sabe nunca cómo, toda serie de contrarios que rete a Iniesta saldrá escaldada de regates. Es que les explicaron que con ningún otro se cumple esta inexorable ley física. Da lo mismo que la serie sea de centrocampistas o de zagueros. Enseguida, derrotándola armonioso y artista, Iniesta sobrepasará a uno matando el balón y volviéndolo raudo a la vida, con un túnel a otro, amagando ante el próximo con dirigirse hacia cualquiera de los trescientos sesenta grados de un círculo feliz y fatal, y saliendo por cualquiera de los trescientos cincuenta y nueve restantes, como un geniecillo inconsciente y divertido, o como un tornado caprichoso que se sabe señor de todas las nubes, de todas las parcelas, de todos los senderos.
A Iniesta y a Xavi, coinventores de Messi, les pasará seguro lo que a Borges: que nunca les darán el Nobel. Digo, el Balón de Oro, de por sí una horterada que implica concebir el fútbol como deporte de individuos idiotas o aislados con afán de estrellar pelotas en una red. Se acabará diciendo de esa cosa lo que de la otra: que al Nobel nunca le dieron un Borges. Un Balón de Oro sin Xavi o Iniesta se convertirá en un premio menor: el que se otorga a un argentino estratosférico cada año, ritual de rigor, o el que un día se regale a un portugués que salta al campo como para desfilar por la pasarela Cibeles o como un crío consentido y enfurruñado, con el día tonto en el jardín de infancia.
Pero a lo que íbamos: que, al margen de premios volanderos, el arte eficaz aunque efímero. Sin verbos; y apellidado asimismo magia. Y que nadie sabe nunca cómo, pero este mago de la Mancha que le dicen Andrés Iniesta siempre está ahí. Es que Iniesta no es un futbolista. Es una premonición.
Alguien debería haber avisado a Holanda.

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