Parece
que va siendo urgente desvelar tres secretos muy bien guardados: 1) todo idioma
es arbitrario y, en consecuencia, el género gramatical, que 2) en español no
marca en exclusiva la oposición –a/-o,
3) no tiene por qué coincidir con el referente del sexo. Entre quienes ignoran esta
serie de secretos se cuentan numerosas víctimas de —dichoso siglo de siglas, que dijera Dámaso
Alonso— la LOGSE,
la LOE,
la LOMCE
y la ESO.
Así, las jóvenes Bibiana Aído e Irene Montero, autoras respectivas de los
idiolectos miembra (9-6-2008) y portavoza (6-2-2018); también algún miembro
de su profesorado, como Carmen Romero, quien, no sé si con los (o las) calores,
ideó en 1996 o 1997 el de jóvena[1].
Como soy como soy, las comprendo, dadas las duras circunstancias pragmáticas en que estas tres portavoces
de nuestras élites alumbraron tales palabros:
agarras, coges, vas y te subes al estrado para soltar soflamas de Congreso u
homilías de mítin, y te vienes muy pero que muy arriba.
Trataré
de sintetizar (es humilde tarea de profesor), en un par de entradas, las cuarenta
apretadas páginas que a esta materia dedica el capítulo «74. La flexión
nominal. Género y número», publicado por la RAE en su Gramática descriptiva de la lengua española, dirigida por I. Bosque
y V. Demonte, Madrid, Espasa Calpe, 1999, III, pp. 4843-4884. Su autor, T.
Ambadiang —tampoco, la verdad sea dicha, un prodigio de ordenada claridad
expositiva—, sostiene que «entre la determinación semántica del género, la
diferenciación genérica y el contraste desinencial no existe una relación de
necesidad» (p. 4847). De nuevo: cualquier lengua es arbitraria, qué le vamos a
hacer. Por ejemplo, «el rasgo de género» es «semánticamente arbitrario en los
genéricos tanto animados como inanimados» (p. 4852). Sí: un idioma es complejísimo
instrumento que constituyen un componente abstracto (semántica) en que flotan
las significaciones, y otro tangible, cuyos conjuntos de formas (fonética, léxico
y morfosintaxis) movilizan esas significaciones al articular mensajes referidos
al mundo físico y metafísico. O sea, que el idioma no es el mundo, sino un sutil
y peculiar modo —sujeto a delicados equilibrios— de representarlo. De donde se entenderá
que cambiar la lengua no transforma el mundo. El morfema –a, por caso, puede, si bien arbitrariamente (¿por qué no una
desinencia –u en portavozu?), referirse a seres que en el mundo físico tengan sexo
femenino. Repito, puede: que se lo digan
si no al elefante hembra o a la mosca macho. En cuanto al metafísico, es sobradamente
conocido que aún se discute cuál sea el de los ángeles.
El
género semántico es rasgo que a los
nombres transmite su clase. Básicamente, el mundo designado por los sustantivos
es ordenado por la lengua en dos categorías: seres y objetos. A cada
una corresponde una serie de nombres: animados
e inanimados. Este binarismo va arborizándose
en sucesivas subdivisiones. Así, la designación lingüística de la categoría
semántica seres, encomendada a los nombres animados, se ramifica, entre
otros, en nombres de personas y nombres de animales. El género semántico
es una asignación «bastante compleja por poco sistemática, en los nombres
inanimados», pero «sencilla y sistemática en los nombres de persona», porque,
en los animados, «un nombre que se refiere exclusivamente a un varón o macho es
masculino, mientras que es femenino si designa a una mujer o hembra» indica
Ambadiang (p. 4848). Como evidencian sus creaciones jóvena, miembra y portavoza, el razonamiento típico del
modo RAM (Romero, Aído y Montero), no va más allá de esta simplicidad de los
nombres animados. Así que es un razonar diríamos que primitivo y animista.
Para
llegar a tales mentes tribales o creyentes en el poder mágico de las palabras, no
queda más remedio que ponerse didáctico que te pasas. Vamos, que tiraré de
esquema. En lo que voy a llamar Género de
tipo 1, la distinción genérica se establece por diferenciación sexual. El
G-1, habitual en los nombres animados, presenta cuatro formas de marcar la
información semántica masculino /
femenino:
Género de tipo 1 (en nombres
animados)
Distinción
genérica por diferenciación sexual
|
||||
G-1 = semánticamente motivado
por el sexo
|
Contrastes
|
|||
desinencial (subtipo 11)
|
léxico y desinencial (subtipo 12)
|
léxico
(subtipo 13)
|
sintáctico
(subtipo 14)
|
|
masculino = macho
|
gato
|
caballo,
toro
|
padre
|
(el) testigo, (el) gorila, (el) joven, (el) portavoz,
(el) miembro
|
femenino = hembra
|
gata
|
yegua,
vaca
|
madre
|
(la) testigo, (la) gorila, (la) joven, (la) portavoz,
(la) miembro
|
En
el G-1, la «sistematicidad de la diferenciación genérica correlativa a la
especificación del sexo» convierte el «género de los animados» en «semántico». Esta
«primacía de la semántica» se advierte en el que he llamado subtipo 12, donde los lexemas caball-/yegu- hacen redundantes a los
morfemas –o/-a; también, cuando el
género semántico «entra en conflicto con factores formales», como en los
nombres que acaban «en la vocal típica del género opuesto»: (el) centinela, (el) policía, (la) modelo,
(la) soprano (Ambadiang, p. 4849),
casos del subtipo 14.
Pero
lo relevante para los casos de jóvena, miembra o portavoza es que el español marca el género de los nombres animados de
cuatro maneras (Ambadiang, p. 4854): mediante «raíz compartida con oposición en
la moción» (lo que he clasificado como subtipo
11), «raíz distinta con oposición en la moción» (subtipo 12), «nombre invariable sin moción» (subtipo 13) y «nombre invariable con moción en el artículo» (subtipo 14). El modo RAM suprime este
último, al hacer que sus nombres operen según la regla del 11, único en que funciona plenamente el contraste entre las desinencias –o/-a.
Teniendo en cuenta además que 12 y 13 son minoritarios (me parece), RAM impone
una reducción de la rica biodiversidad en que conviven estos cuatro subtipos.
Desde
una perspectiva lingüística, tan primitiva es RAM como escasamente tolerante y ecologista.
[1]
El testimonio más antiguo que he hallado al pretender fechar ese idiolecto es
el siguiente: «[…] encuentro que llega algún joven (joven o jóvena, según la
lingüista Carmen Romero) […]» (V. Márquez Reviriego, «Lógica
de la ilusión», Abc, 11-2-1997, p.
34).
¡Me partoooo! ¡Primitivo y animista! Jajajajajjaja. Totalmente de acuerdo, profesor Garrote.
ResponderEliminarAsí no hay manera de discutir, profesora Díez. Muchas gracias.
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