sábado, 17 de febrero de 2018

II, 15. «Jóvena portavoza» (1)

Parece que va siendo urgente desvelar tres secretos muy bien guardados: 1) todo idioma es arbitrario y, en consecuencia, el género gramatical, que 2) en español no marca en exclusiva la oposición –a/-o, 3) no tiene por qué coincidir con el referente del sexo. Entre quienes ignoran esta serie de secretos se cuentan numerosas víctimas de —dichoso siglo de siglas, que dijera Dámaso Alonso— la LOGSE, la LOE, la LOMCE y la ESO. Así, las jóvenes Bibiana Aído e Irene Montero, autoras respectivas de los idiolectos miembra (9-6-2008) y portavoza (6-2-2018); también algún miembro de su profesorado, como Carmen Romero, quien, no sé si con los (o las) calores, ideó en 1996 o 1997 el de jóvena[1]. Como soy como soy, las comprendo, dadas las duras circunstancias pragmáticas en que estas tres portavoces de nuestras élites alumbraron tales palabros: agarras, coges, vas y te subes al estrado para soltar soflamas de Congreso u homilías de mítin, y te vienes muy pero que muy arriba.
Trataré de sintetizar (es humilde tarea de profesor), en un par de entradas, las cuarenta apretadas páginas que a esta materia dedica el capítulo «74. La flexión nominal. Género y número», publicado por la RAE en su Gramática descriptiva de la lengua española, dirigida por I. Bosque y V. Demonte, Madrid, Espasa Calpe, 1999, III, pp. 4843-4884. Su autor, T. Ambadiang —tampoco, la verdad sea dicha, un prodigio de ordenada claridad expositiva—, sostiene que «entre la determinación semántica del género, la diferenciación genérica y el contraste desinencial no existe una relación de necesidad» (p. 4847). De nuevo: cualquier lengua es arbitraria, qué le vamos a hacer. Por ejemplo, «el rasgo de género» es «semánticamente arbitrario en los genéricos tanto animados como inanimados» (p. 4852). Sí: un idioma es complejísimo instrumento que constituyen un componente abstracto (semántica) en que flotan las significaciones, y otro tangible, cuyos conjuntos de formas (fonética, léxico y morfosintaxis) movilizan esas significaciones al articular mensajes referidos al mundo físico y metafísico. O sea, que el idioma no es el mundo, sino un sutil y peculiar modo —sujeto a delicados equilibrios— de representarlo. De donde se entenderá que cambiar la lengua no transforma el mundo. El morfema –a, por caso, puede, si bien arbitrariamente (¿por qué no una desinencia –u en portavozu?), referirse a seres que en el mundo físico tengan sexo femenino. Repito, puede: que se lo digan si no al elefante hembra o a la mosca macho. En cuanto al metafísico, es sobradamente conocido que aún se discute cuál sea el de los ángeles.
El género semántico es rasgo que a los nombres transmite su clase. Básicamente, el mundo designado por los sustantivos es ordenado por la lengua en dos categorías: seres y objetos. A cada una corresponde una serie de nombres: animados e inanimados. Este binarismo va arborizándose en sucesivas subdivisiones. Así, la designación lingüística de la categoría semántica seres, encomendada a los nombres animados, se ramifica, entre otros, en nombres de personas y nombres de animales. El género semántico es una asignación «bastante compleja por poco sistemática, en los nombres inanimados», pero «sencilla y sistemática en los nombres de persona», porque, en los animados, «un nombre que se refiere exclusivamente a un varón o macho es masculino, mientras que es femenino si designa a una mujer o hembra» indica Ambadiang (p. 4848). Como evidencian sus creaciones jóvena, miembra y portavoza, el razonamiento típico del modo RAM (Romero, Aído y Montero), no va más allá de esta simplicidad de los nombres animados. Así que es un razonar diríamos que primitivo y animista.
Para llegar a tales mentes tribales o creyentes en el poder mágico de las palabras, no queda más remedio que ponerse didáctico que te pasas. Vamos, que tiraré de esquema. En lo que voy a llamar Género de tipo 1, la distinción genérica se establece por diferenciación sexual. El G-1, habitual en los nombres animados, presenta cuatro formas de marcar la información semántica masculino / femenino:

Género de tipo 1 (en nombres animados)
Distinción genérica por diferenciación sexual


G-1 = semánticamente motivado
por el sexo

Contrastes

desinencial (subtipo 11)

léxico y desinencial (subtipo 12)


léxico
(subtipo 13)


sintáctico
(subtipo 14)

masculino = macho
gato
caballo, toro
padre
(el) testigo, (el) gorila, (el) joven, (el) portavoz, (el) miembro

femenino = hembra
gata
yegua, vaca
madre
(la) testigo, (la) gorila, (la) joven, (la) portavoz, (la) miembro

En el G-1, la «sistematicidad de la diferenciación genérica correlativa a la especificación del sexo» convierte el «género de los animados» en «semántico». Esta «primacía de la semántica» se advierte en el que he llamado subtipo 12, donde los lexemas caball-/yegu- hacen redundantes a los morfemas –o/-a; también, cuando el género semántico «entra en conflicto con factores formales», como en los nombres que acaban «en la vocal típica del género opuesto»: (el) centinela, (el) policía, (la) modelo, (la) soprano (Ambadiang, p. 4849), casos del subtipo 14.
Pero lo relevante para los casos de jóvena, miembra o portavoza es que el español marca el género de los nombres animados de cuatro maneras (Ambadiang, p. 4854): mediante «raíz compartida con oposición en la moción» (lo que he clasificado como subtipo 11), «raíz distinta con oposición en la moción» (subtipo 12), «nombre invariable sin moción» (subtipo 13) y «nombre invariable con moción en el artículo» (subtipo 14). El modo RAM suprime este último, al hacer que sus nombres operen según la regla del 11, único en que funciona plenamente el contraste entre las desinencias –o/-a. Teniendo en cuenta además que 12 y 13 son minoritarios (me parece), RAM impone una reducción de la rica biodiversidad en que conviven estos cuatro subtipos.
Desde una perspectiva lingüística, tan primitiva es RAM como escasamente tolerante y ecologista.

[1] El testimonio más antiguo que he hallado al pretender fechar ese idiolecto es el siguiente: «[…] encuentro que llega algún joven (joven o jóvena, según la lingüista Carmen Romero) […]» (V. Márquez Reviriego, «Lógica de la ilusión», Abc, 11-2-1997, p. 34).


2 comentarios:

  1. ¡Me partoooo! ¡Primitivo y animista! Jajajajajjaja. Totalmente de acuerdo, profesor Garrote.

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  2. Así no hay manera de discutir, profesora Díez. Muchas gracias.

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