Nacido Ferenc Plattkó
Kopiletz (Budapest, 1898-Santiago de Chile, 1983) y apodado El oso rubio, Franz Platko fue portero
de fútbol en siete países (1914-1933), entrenador en nueve (1932-1965) y seleccionador
de Estados Unidos y Chile. Ganó una Liga (1929) y tres Copas de España
(1925-1926 y 1928) como guardameta del Barcelona (1923-1930) y tres Ligas
chilenas (1939, 1941 y 1953) como entrenador del ercillesco
Colo-Colo. Murió —lo recordó Valdano en «Fútbol
y cultura», El País, 12-7-1994— olvidado
de todos.
Excepto de los
lectores de Rafael Alberti, que el 20 de mayo de 1928 había presenciado, en el
estadio del Sardinero de Santander y junto con sus amigos Carlos Gardel y José
María de Cossío —presidente del Racing de Santander (1932-1936), crítico
literario, erudito e impulsor del Veintisiete—, el primero de los tres partidos
en que se dilató la final de Copa de aquel año, que el F. C.
Barcelona ganó ante la Real Sociedad de San Sebastián. Saliendo como quien dice del estadio, Alberti compuso un poema que publicó en La Voz de Cantabria del 27 de mayo. Y la versión definitiva, dos meses después, en
Papel de
Aleluyas, 7 (julio 1928), s. p., dedicándosela al
capitán del Barcelona:
Platko
Santander
20 de mayo de 1928
A José Samitier, capitán
Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie,
oso rubio de Hungría.
Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más regía.
Ni el mar ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie.
«Influye
en el juego el fuerte viento, a pesar de lo cual se lleva la pelota por alto
con demasiada frecuencia, y, por tanto, la calidad del match no pasa de vulgar», había certificado la crónica de Abc (22-5-1928, pp. 11-15), dando la
razón al fragmento inicial de Alberti. Éste, muchos años después, frente al
espejo de su memoria, se convirtió en cronista deportivo de aquel encuentro «brutal, el
Cantábrico al fondo, entre vascos y catalanes. Se jugaba al fútbol, pero
también al nacionalismo. La violencia por parte de los vascos era inusitada.
Platko, un gigantesco guardameta húngaro, defendía corno un toro el arco
catalán. Hubo heridos, culatazos de la guardia civil y carreras del público». Dijeron,
en efecto, las crónicas que este partido y el segundo, también empatado, fueron
«ejemplo de lucha dura, enconada, violenta, pródiga en
incidentes, aunque no en brillantez», según Juan
Antonio Sánchez Ocaña («La
Semana Deportiva», Blanco y Negro,
27-5-1928, pp. 93-96). En verso, así quedó el enfrentamiento entre las camisetas azules y blancas, camisetas reales del equipo
guipuzcoano, y las camisetas azules y
granas culés. (El siguiente fragmento puede escucharse recitado por el propio
Alberti):
Camisetas azules y blancas, sobre el aire,
camisetas reales,
contrarias,
contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiendo en la yerba de otro país. ¡Tú, llave,
Platko, tú, llave rota,
llave áurea
caída ante el pórtico áureo!
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Es
que el Barça se vio huérfano de su portero: «en un lío ante la meta del
Barcelona Cholín quédase con la pelota solo y avanza hacia la meta. Platko le
sale al encuentro y se lanza a sus pies, salvando el que parecía inevitable goal; pero cuando se levanta se lleva
las manos a la cabeza, donde tiene una herida. Se retira del campo a los
treinta y tres minutos del juego», apostilló el cronista de Abc. De modo muy diferente lo vivió, en
vivo y en directo, el periodista
deportivo Alberti: «En un momento desesperado, Platko fue acometido tan furiosamente
por los del Real [sic] que quedó
ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el balón
entre los brazos». Como evidencia la fotografía
de Blanco y Negro (p. 95), la «grave»
lesión no fue sino uno de tantos lances entre un delantero y un guardameta cualesquiera. Pero la
instantánea se transforma en la memoria de cada uno, que tiende, como este recuerdo
de Alberti, a venirse arriba: «En medio de ovaciones y de gritos de protesta, [Platko]
fue levantado en hombros por los suyos y sacado del campo, cundiendo el
desánimo entre sus filas al ser sustituido por otro». O dicho en verso:
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto,
temieron las insignias.
No, nadie, Platko, nadie,
nadie, nadie se olvida.
Sin embargo, «cuando el partido
estaba tocando a su fin», siguió rememorando Alberti, «apareció Platko de
nuevo, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar». En
efecto, el portero jugó, si no en plan homérico, al menos sí vendado el resto
del partido, según muestra otra fotografía
de Blanco y Negro (p. 96). Para
Alberti, el «heroico» cancerbero animó con su pundonor a los de su cuadrilla: «La
reacción del Barcelona fue instantánea. A los pocos segundos, el gol de la
victoria penetró por el arco del Real [sic],
que abandonó la cancha entre la ira de muchos y los desilusionados aplausos de
sus partidarios». Le falló la memoria al memorialista, porque este primer
partido acabó empatado. En concreto, a uno. Tampoco, en trance de poetizar, había
estado Alberti para menudencias:
Fue la vuelta del mar,
fueron
diez rápidas banderas
incendiadas, sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La suelta al corazón de la esperanza.
Fue la vuelta.
Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas, rotas alas,
combatidas, sin plumas, encalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario el viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las
doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final:
tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada
bandera en hombros por el campo.
¡Oh Platko, Platko, Platko,
tú, tan lejos de Hungría!
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.
Que
la literatura lleva un siglo fascinada por el fútbol[1].
[1] Brinda el hilo conductor de este post, el excelente y muy documentado artículo de Alfonso Sánchez
Rodríguez, «1928-1988:
la “Oda a Platko” de Rafael Alberti, sesenta años después», Scriptura, 4 (1988), pp. 77-90. El poema participa de la estética vanguardista que entre 1927 y
1928 buscaba exaltar «al nuevo héroe: al futbolista, al boxeador, al chófer», según
indicó el novelista César Arconada entrevistando a Félix Pérez, delantero del
Real Madrid y «el futbolista más literario del momento» (La Gaceta Literaria, 24 [1927]). En la revista andaluza Papel de Aleluyas, codirigida por
Rogelio Buendía, Adriano del Valle y Fernando Villalón, Sánchez Rodríguez rastrea
textos de tema deportivo de Cossío, «Atletismo, ascetismo», 3 (1927), sobre
Lope de Vega; Francisco Ayala, «El boxeador y su ángel», 4 (1927); Manuel
Halcón, «El zapato de Alejo», 6 (1928) y Rogelio Buendía, «Aleluyas en el aire:
Simbad en el Mediterráneo», 3 (1927), que convertía en portero de fútbol
metafórico al poeta José María Hinojosa, caracterización deportiva que también utilizó
Giménez Caballero («Revista literaria ibérica: Los poemas de Hinojosa», Revista de las Españas, 11 [1927]). Después
de «Platko», que fue coleccionado en Cal
y canto (1929), poemario lleno de referencias deportivas, V. Emilio Fornet
publicó, cantando a un boxeador, la «Oda a Uzcudun» (La Gaceta Literaria, 41, [1928]). Sánchez Rodríguez analiza el
poema de Alberti y lo publica como apéndice de su trabajo (pp.
83-85 y 88-90), mencionando el texto de La arboleda perdida. Libros I y II de memorias, Madrid, Bruguera, 1980, pp. 248-249; espectador también de
aquel partido, Carlos Gardel adaptó su tango de tema futbolístico Patadura, para incluir a Zamora,
Samitier y Platko, entre otros (pp. 81-82). La pista para la crónica sin firma de
Abc, atribuida al pseudónimo Juan
Deportista, procede de un libro, citado por Sánchez Rodríguez, de Antonio
Gallego Morell, Literatura de tema
deportivo, Madrid, Prensa Española, 1969, p. 121, que dio cuenta de que la
oda a Platko fue publicada de inmediato en la prensa santanderina y la enlazó con
otros poemas dedicados a jugadores de fútbol: Federico Muelas, «Oda a Jacinto
Quincoces», Garcilaso, 7 (1943); José
García Nieto, «Segunda oda a Jacinto Quincoces», Garcilaso, 8 (1943), y Pedro
Montón Puerto, «Oda a Ricardo Zamora», I
Cuaderno de poesía al deporte, Sevilla, 1967. Son poemas que constituyen,
como asienta Sánchez Rodríguez, la «tradición poética» «de tema futbolístico»
que inauguró Alberti y continuaron, entre otros, Miguel Hernández y, con «Preludios
para el amanecer de un futbolista», José Luis Núñez (Los motivos del tigre, Madrid, Rialp, 1971, pp. 40-42), sobre el «centrocampista
del Atlético de Madrid Martínez, quien acabaría muriendo […], sin despertarse
nunca de aquel estado de coma en que cayera después de disputar con un
contrario un balón aéreo» (p. 85). Sobre la fascinación
de la literatura por el fútbol, «Una
selección de letras», El Mundo,
19-6-2016; y sobre todo la tesis doctoral de D. García Cames, La
jugada de todos los tiempos: mito y fútbol en la literatura hispánica,
Salamanca, Universidad, 2016 (para la oda «pindárica» de Alberti, pp. 61-62,
266-271 y 278). Esta sección VIII de Literaventuras
ha atendido ya algunos momentos del sublime
arte efímero del deporte: VIII,
1. Sublime arte efímero
(10-5-2012); VIII, 2.
Panenka (8-6-2012); VIII,
3. De Miguel Hernández a Xavi Hernández (3-7-2012), en que participó la «Elegía.
Al guardameta» (1932) de Miguel Hernández; VIII,
4. Iniesta (22-11-2012),
y VIII,
5. Isinbayeva (7-8-2015).
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