domingo, 28 de mayo de 2017

IV, 21. Una marca sociolingüística en Covarrubias

Un día estupendo el de hoy para practicar deporte. Me levanto, pues, bajo a la biblioteca, busco y encuentro el tocho —«El saber no ocupa lugar», sostiene el ente conocido como sabiduría popular— de la edición Riquer de «El Covarrubias», acarreo sus 1,8 kgs., según dicta la báscula del baño, a la que interrogo para verificar o falsar la hipótesis de un refranero que cuando no se contradice persiste en la costumbre de equivocarse, vuelvo a sentarme, estudio algunos lugares del Tesoro de la lengua castellana o española (Madrid, 1611), tomo notas, enciendo el ordenador, al otro lado de la pantalla los veo a ustedes, me pongo a escribir. Qué duro esto del pentatlón.

viernes, 19 de mayo de 2017

III, 56. Manual para tertulianos avezados (y 2)

Con ser breves, convendrá jibarizar Los eruditos a la violeta en diez mandamientos para fábrica de tertulianos que, total, ya de por sí reducen el mundo y la vida al monotema de la política. Es que nuestro hoy sigue colgado del viejo arquetipo de Yavé preparando su divino esquema, o chuleta braseada en zarza, para Moisés, y tira que es un primor de decálogos —como el integrado de Gates o el apocalíptico y apócrifo de Chomsky— que adjuntar a la puerta del frigorífico, aunque sea mucho también de capsulillas de viaje espacial o de parafarmacia. Y por aquí habrá que empezar.

domingo, 14 de mayo de 2017

III, 55. Manual para tertulianos avezados (1)

Diez años antes de morir mientras echaba la tarde bombardeando Gibraltar, el coronel José Cadalso (1741-1782), artillero, libertino y progresista, publicó bajo seudónimo Los eruditos a la violeta, o Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones para los siete días de la semana. Compuesto por don Joseph Vázquez, quien lo publica en obsequio de los que pretenden saber mucho, estudiando poco (Madrid, Antonio de Sancha, 1772). Pretendía el libelo «reducir a un sistema de siete días toda la erudición moderna», para consumo de «un número asombroso de profundísimos doctores de veinte y cinco a treinta años de edad» (p. 5). A tales pseudoeruditos —«(si se me permite esta voz)», dicta la «Advertencia»—, cuyo «exterior de sabios puede alucinar a los que no saben lo arduo que es poseer una ciencia», enderezó Cadalso «este papel irónico, con el fin de que los ignorantes no los confundan con los verdaderos sabios». Uno va leyendo el panfleto y representándose a los tertulianos de los medios —o mediotertulianos— y a tantos tuiteros vacuos.

sábado, 6 de mayo de 2017

IV, 20. Despistes de los viejos lexicógrafos

La construcción de un relato histórico requiere un mecanismo que combine hechos acaecidos y conjeturas en una secuencia precisa. Cuantos más datos se hallen disponibles, más cerca estaremos de ajustar la máquina del tiempo a la que debería aspirar la historiografía. En esa tarea, los constructores del relato más alejados de los sucesos no sólo cuentan con las conclusiones de sus antecesores, sino que, paradójicamente, pueden disponer de una información mayor que quienes estuvieron más próximos a los hechos. Vamos, que no hay que temer a los memoriones electrónicos y sus big data.