La
historia les será tan familiar como los gatos y los microondas. Al menos, anda
extendida por la Red con sus variantes y 50.000 resultados en el almacén de ofertas baciyélmicas o verdadero-falsas de Google. «El (horno) microondas llegó para quedarse hace
ya 67 años» (El plural.com, 26-8-2014) la tacha de
leyenda urbana, ¿saben
aquel que diu?:
«la mujer que tenía un gato que se
había mojado y que decidió meterlo en el microondas para secarlo», operación
que «el minino» fue incapaz de soportar, lo que determinó su fallecimiento «ipso
facto». Después, la microondeadora «decidió demandar a la marca del horno
porque ‘no advertía de esa posibilidad’. La mitología callejera concluía que la
señora había ganado el juicio y logrado una suculenta indemnización», y que
después «un joven americano» siguió
su ejemplo: «El autor de la animalada, lejos de recibir una suma de dinero por
parte de la marca, fue condenado a labores sociales en su comunidad».
En «La conquista
de los picapleitos» (XLSemanal,
7-2-2017), David Trueba coge por los pelos la ocasión de recordar a quien vaya
a leerlo que moró en el país donde sólo pueden pasar estas cosas, el mismo que
nuestro mundillo del cine denuesta y admira de continuo, cateta y
simultáneamente:
Cuando vivía en
Estados Unidos, una de las cosas que me resultaban más llamativas y tristes era
la oferta de los abogados en sus anuncios. Si te ha atropellado un coche,
llámanos. Si tu dentista ha cometido un error, ponte en contacto con nosotros […].
Eran los tiempos en que una señora logró recibir una indemnización millonaria
porque metió a su gato a secar en el microondas y alegó que en las
instrucciones del aparato no se prevenía sobre el daño que podía causarle al
animal. Son leyendas urbanas, quizá, pero el picapleitos conformó el modo de
vida de los Estados Unidos, donde nadie se fía de nadie […].
¿Quizá?
Como la historia —que apesta al recauchutado de los componentes folklóricos— me
la recordó hace poco un amigo de ciencias, me puse, intrigado, a indagar. Que
los científicos sé que no hablan a tontas y a locas. Llegué así al post «El microondas
que sentó jurisprudencia» (26-6-2016), del The
ESADE students’ blog, uno de los muchos que se dirigen, prestigiosos y coloquialmente, al «estudiante de Derecho que se está dejando los
sesos en sacar adelante su Grado» y que por eso debería interesarse por «estos
temas tanto en cuanto algunos de ellos han acabado revolucionando los
tribunales; mayormente los norteamericanos». Escritura que revela modos de
charla vespertina ante el pilón, tanto en
cuanto y mayormente de la plaza
del pueblo, que no está el horno (o el microondas) para bollos de sutilezas de
lenguajes con su aquel de académicos.
Dejo de lado que el texto entra a saco en un
fragmento del artículo de El plural.com, 26-8-2014, copiándolo sin citar su procedencia,
y voy a lo que voy: que el post
remite a Snopes,
estupenda web que sistematiza casos de jurisprudencia verdadera (esto es,
documentada) y falsa. Aquí se halla la entrada «The
Microwaved Pet. An
elderly woman dries her poodle in the microwave?» (25-7-2006): recopilando
leyendas repugnantes, que hay gente
para todo, Paul Smith (The Book of Nasty
Legends, Londres, 1983, p. 65) dice haber oído el caso de una anciana que,
tras lavar a su gato, tan persa como ganador de premios, lo secaba con la
toalla y le daba el último retoque metiéndolo su poquitín en el horno.
Estropeado éste, su hijo le regaló un microondas, con el que la señora repitió
la operación. Que es que somos mucho de costumbres. Esta vez, la mascota no
soportó el cambio tecnológico. La leyenda, ya lo veremos, rula desde 1976,
aunque sus antecedentes se remontan al menos a 1942.
¿Hubo alguna vez una sentencia referida a un caso así? En sus «Stella
Awards» (11-4-2008), la web Snopes enumera las seis demandas más escandalosas,
que, de ser ciertas, sugerirían la necesidad de introducir reformas en los
códigos legales. Datadas entre 1997 y 2000, tenían como fuente una lista que
circuló por Internet en mayo del 2001. Sucede que todas eran falsas. Una
séptima, que iba junto con las anteriores, desapareció después de la lista
porque su inverosimilitud hubiera contaminado a las otras seis, reduciendo su
apariencia de verdaderas:
7. Y sólo para que se sepa que las cabezas más frías se imponen de vez en
cuando: Kenmore Inc., el fabricante del microondas de Dorothy Johnson, no fue
responsable de la muerte del caniche de esta señora, quien, después de bañarlo,
intentó secarlo metiendo a la pobre mascota en el microondas, «sólo unos
minutos y a la mínima potencia». La querella fue rápidamente rechazada.
Aunque
la demanda judicial y el relato que hay detrás son falsos, el gato microondeado
y la dueña indemnizada económicamente por los tribunales, han ido a dar a sesudos
trabajos de ciencia jurídica. Créanme: lo comprobaremos. Por ahora, quedémonos
con ciertas preguntas de mantenimiento: ¿leyendas urbanas que sin verificar admitimos
como casos reales, porque lo ha dicho
Internet, esa nube de los dioses? ¿Articulistas a quienes no importa si lo
que cuentan es verdadero o falso? ¿Blogs universitarios que no citan sus
fuentes? ¿Trabajos jurídicos que sustentan sus reflexiones doctrinales sobre el
folklore? No extrañará que tanto derroche de exactitud sea simultáneo hoy —exclámenlo,
sí: ¡en pleno siglo XXI!— al proceso por
el cual la palabra rigor está siendo
sustituida por rigurosidad,
engendrillo más prolongado y aparente.
Ya,
lo sé: qué más da.
Y por lo que cuentan, el gato microondeado del magnetismo eléctrico huye. Muy bueno Gaspar
ResponderEliminarSeguro que eso que cuentan se convierte en refrán a velocidad de crucero. Muchas gracias, José María.
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