Como hoy es fiesta en Málaga, estoy trabajando.
Manías de profesor. Llega un momento (suele ser por septiembre) en que pasa,
mientras preparas clases: harto ya de cantar las bellezas y verdades de las
obras que son eternas mientras duran; de contar las mil vicisitudes de autores
que fueron, claro, de carne y hueso; de segmentar el espacio-tiempo con
etiquetas colganderas para estantes de historia reponedora; de convertir la
poesía en crónica, surge la «urgencia de lo conceptuoso», que es como definió Gracián
la agudeza. Vamos, que la inteligencia debe ganar la partida a la repetición. Deberes
de clase.
En su espectacular Agudeza
y arte de ingenio (1648), Baltasar Gracián teoriza sobre la
inteligencia activa, desde el principio de que la agudeza es «un acto del
entendimiento que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos». Como
es «anfibio» y «ambidextro», el ingenio «discurre a dos vertientes» mediante
«el careo», procedimiento que le permite descubrir
la correspondencia
y conformidad entre los dos términos, el aplicado y el que se aplica. Hácese,
pues, el careo, búscase alguna correlación o consonancia entre las
circunstancias o adyacentes de entrambos términos, como son causas, efectos,
propiedades, contingencias y todos los demás adherentes, y en descubriéndola,
sirve de fundamento y de razón para la aplicación de aquel término con el
sujeto.
Esta teoría predice la greguería de Ramón Gómez de la Serna, que va más allá de la manida y parcial fórmula de metáfora
+ humor = greguería. La brevedad aforística de la greguería concierta con
la máxima de que las agudezas
sentenciosas, las preferidas por Gracián, «cuanto más breves son en el
dicho, suelen ser más profundas en el sentido». Un asunto de física
y geometría humanistas.
En el principio, nuestra necesidad de buscar
y preguntar, tan bien captada y explicada por Ramón: «La oreja humana interroga
siempre, porque, si bien se observa, tiene forma y dibujo de interrogación». Esta
correspondencia visual es la más frecuente en las greguerías. Así, con las
letras, los signos de puntuación y los números: «La A es la tienda de campaña
del alfabeto», la B su «ama de cría», la F «el grifo», la i «el dedo meñique»,
la S «el anzuelo» y la T «el martillo». Otros casos: «Cuando se dice
“asteriscos” parece hablarse de diminutos pedazos de estrella»; «Los ceros son
los huevos de los que salieron las demás cifras».
Más difíciles son las correspondencias basadas en
el oído, hasta el punto de que Ramón tuvo que acompañar la siguiente greguería
con un dibujo: «Hay también otros fenómenos que se podrían llamar correspondientes, y entre ellos está el
que sucede con el pantalón cuando el hombre gordo se ata un zapato». Esta otra
relaciona, también por el sonido, el llanto y el frenazo: «El tranvía aprovecha
las curvas para llorar». Como era de esperar, Ramón mezcla los sentidos mediante
la sinestesia: «—¿Oyes ese olor? —dijo ella en el jardín». El jardín, claro,
es el modernista.
Hecho un maquinón escolástico, Gracián clasifica y
subclasifica procedimientos, en plan probo docente jesuita. Digamos de paso que
Ramón pone la letra:
1.1. La correspondencia
de proporción confronta un sujeto
o centro con sus adjuntos, o estos
entre sí, hallando «una cierta armonía». Ramón relaciona la radiografía, en
cuyo dibujo del esqueleto superior piensa, con otros dos referentes: «Los húsares
van vestidos de radiografía»; «La radiografía nos descubre el corsé interior».
1.2. La correspondencia
de improporción es «el otro extremo», «contrapuesto a la proporción».
Escribe Ramón: «La pesadilla del pianista consiste en soñar con un piano de
teclado kilométrico».
2.1.
La ponderación misteriosa alza «misterio
entre la conexión de los extremos»; luego, «dase una razón sutil, adecuada, que
la satisfaga». Dice Ramón: «En la veleta [razón],
el viento monta en bicicleta [ponderación
misteriosa]».
2.2.
La ponderación de dificultad «consiste
en levantar alguna oposición o disonancia entre los dos correlatos, que es
rigurosamente dificultar». Parece evidente que Gracián pensaba en este ejemplo
ramoniano, que alude al proverbial fracaso de los pescadores: «Pescar es un
aperitivo para comer después pollo con arroz».
Esta correspondencia de Gracián releyendo a Ramón,
fundiendo temporalidades o saltando contextos, es, por hablar con propiedad, la
Historia de la literatura.
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