De
la nación de los Yahoos, los hechiceros son realmente los únicos
que
han suscitado mi interés. El vulgo les atribuye el poder de cambiar
en
hormigas o en tortugas a quienes así lo desean; un individuo que advirtió
mi
incredulidad me mostró un hormiguero, como si éste fuera una prueba.
(Borges, «El informe de Brodie»
[1970])
Quienes
también hoy se rigen por el pensamiento mágico, sostienen, entre sus cuatro o
quizá infinitos dogmas de patio de colegio o de andar por casa, que la persona
lengua —a la que por resultarles tan poco amistosa señalan con su pulgar
fascinado— es el mismísimo mundo, tan animado y animista. Creen, ciegos como el
rey de los Yahoos, que cambiarla lo transforma. En vano les argumentará un cartesiano
que eso sucede sólo en el inverificable orbe metafísico, construido y poblado en
exclusiva por palabras. (Aunque de vez en cuando por él paseen un loco de
Waterloo o una señora, prima hermana del arcángel Gabriel, que con valentía
vence el miedo a la pelu para fundirse
la caja de resistencia en estilismos ginebrinos.)
En
vano, sí: quien pretenda empoderar o visibilizar a las mujeres repitiendo a
todas horas, por ejemplo, que es jóvena
portavoza, enarbola su bandera y levanta sus trincheras en la esfera
metafísica, con los consiguientes efectos meramente simbólicos que se llevará
el viento. Volvamos al mundo físico o verificable para buscar una analogía
sencillita: ¿habrá quien, por empoderar
o visibilizar su Corsa, fervorosamente
guarde en su guantera el manual de un Jaguar? Por escasa que sea su militancia
racionalista, todo quisque entenderá que un utilitario no se transforma en un coche
de alta gama tuneando el manual; pero se ve que a los coros angelicales les
resulta bien arduo comprender que portavoza
—aunque visibilice durante un minuto de gloria a quien pronuncia esa voz— ni encumbra
ni libera a ninguna mujer. Ojalá fuera así de fácil en el mundo físico.
Lo
que sí sucede en éste es que las minorías dirigentes hablan y escriben de
manera diferente al resto. Practican, por la manía de distinguirse, la superstición de la diglosia.
Sin necesidad de viajar a las ciénagas de los Yahoos descritas por David Brodie
en el cuento de Borges, bastará saber que en Tanzania «el inglés se utiliza
para la política, el comercio y la universidad», el suajili «para la
comunicación entre los distintos grupos del país» y las lenguas vernáculas «en
la comunicación local y familiar». Y ya dentro de un mismo idioma, las posibilidades
diglósicas se multiplican hasta el asombro. Como el que provoca esa variedad A, tan
prestigiosa que se emplea en situaciones formales o para describir el fantástico
retrogusto de los vinos, opuesta a la B, reservada para usos sociolingüísticos
cotidianos, o sea, referidos a «los eventos consuetudinarios que acontecen en
la rúa»; así es como en la variedad A del español decimonónico se diría lo que,
puesto en B, resultaba ser «lo que pasa en la calle», según Juan de Mairena[1].
Antonio Machado y sus complementarios es que se ponían muy serios o senequistas
cuando bromeaban.
Para
lo que voy tratando, otro tipo de diglosia afecta al sistema gramatical: la
variedad A «posee unas categorías» «que se reducen o desaparecen» en la B (añadiré que o al revés). Ocurre
así en el doble sistema que encarnan las oposiciones (nada judiciales) la juez / el juez y la jueza / el juez. El lenguaje
genéricamente inclusivo constituye, hoy y para este caso, la variedad diglósica
A o de prestigio, por ser de la que tiran ahora las élites —el rey yahoo, la reina y
sus cuatro hechiceros— cuando encargan manuales de estilo, redactan leyes y
decretos o imponen censuras (el/la facha, carca, machista) para
todos nosotros, que dormimos allá donde nos pilla: «con excepción del rey, de la
reina y de los hechiceros, los Yahoos duermen donde los encuentra la noche».
Tal variedad A resuelve que juez y concejal son de género gramatical
masculino. Por eso postula un morfema –a
que marque el género femenino: jueza,
concejala, jóvena, portavoza. Morfema
innecesario en B, que con artículos y adjetivos tiene más que suficiente: la joven portavoz, el honrado concejal. El razonamiento
RAM de la prestigiosa y dirigente variedad A implica, por tanto, entender
que, en la vulgar B, todos los morfemas que no sean –a marcan el género gramatical masculino, incluyendo un entonces imprescindible
morfema –Ø: juezØ. Con trampas hechiceriles como ésta, no hay duda: la lengua (en
realidad, su variedad diglósica B, la de los dirigidos por la élite) es
machista hasta decir basta.
El
modo RAM no cambia el mundo ni el Corsa, claro, pero con su mágica diglosia de A convierte
en infinitas las palabras de género gramatical masculino, que en B son tantas
como las del femenino. Donde se aprecia que el problema no es el idioma, sino
esa peculiar, hechiceril y primitiva manera de sumar morfemas. Como escribió Brodie
sobre los Yahoos: «Cuentan con los dedos uno, dos, tres, cuatro, muchos; el
infinito empieza en el pulgar».
Más
a mano, imposible.
[1]
Si no se tiene a mano A. Machado, Juan de
Mairena. Sentencias, donaires y recuerdos de un profesor apócrifo (1936),
ed. J. M. Valverde, Madrid, Castalia, 19912, p. 41, lo explica muy
bien J. Carbonell, «Antonio Machado i
l’educació», El diari de l’educació,
21-2-2014. Aprovecho la nota para ejercer ese privilegio que es citar a J. L.
Borges, «El informe de Brodie», en Narraciones,
ed. M. R. Barnatán, Madrid, Cátedra, 19844, pp. 203-210.
Pues, en esto de crear géneros nuevos a las palabras, recuerdo con mucho gusto la palabra "merluzo", que siempre me ha hecho mucha gracia. Y "botellón", "sortijón" y "casoplón", que ya no las podremos decir, claro.
ResponderEliminar"Merluzo" es una prueba del feminismo de la lengua, ¿no? Las otras tres indican que lo que es moderado (género femenino) se hace exagerado cuando se le añade el género masculino. (Con perplejidad me estoy descubriendo que razono ya como el modo RAM.)
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