Mucho antes de que Colo-Colo inspirara
a los hinchas
futboleros en su frecuente acción de venirse arriba, Caupolicán, héroe araucano
forjado a golpe de endecasílabo recio por Ercilla, había protagonizado un
soneto de esos en que Rubén Darío se ponía estupendo: «Es algo formidable que
vio la vieja raza…». La pieza fue coleccionada en Azul… (1888), apenas cinco años después de la última derrota
mapuche ante el Regimiento
Caupolicán, del Ejército chileno. En la visión rubendariana, el «salvaje y
aguerrido» Caupolicán lucía «por casco sus cabellos, su pecho por coraza». Hay quienes
no quieren resistirse al viejo impulso épico y su armígero son de Marte, que dijera Hernando de Acuña, vecino de Ercilla
en años (1520-1580), espadas y plumas.
miércoles, 28 de diciembre de 2016
miércoles, 7 de diciembre de 2016
VI, 27. Ercilla, inventor de Chile (2)
A tenor de los registros
con que contamos, centuria y pico mide el influjo onomástico del magín de
Ercilla en Chile. Si en 1862 constataba Andrés Bello, no sin cierta inseguridad,
que «debemos suponer que la Araucana […]
es familiar a los chilenos», setenta años después ya asentaba Eduardo Solar que
«todos los Caupolicanes, las Fresias, las Tegualdas que circulan por nuestras
calles reconocen como auténtico padrino a nuestro poeta […]. En Chile respiramos
a Ercilla y no lo sabemos» (1933). Es que de moda andina estaba cristianar a
los recién nacidos con los nombres de los personajes ercillescos.
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