Anda
la novela-ensayo de Rafael Reig, Señales
de humo. Manual de literatura para caníbales I (Barcelona, Tusquets, 2016),
llena de aciertos, como aquél en que el protagonista, errante de siglos en
cuanto enloquecido catedrático de literatura en un instituto, toma «conciencia
de que el principal obstáculo para la enseñanza son los padres de los
estudiantes» (p. 34). O este otro: «Los textos escolares y ediciones anotadas
dan explicaciones que los lectores contemporáneos se tragan sin masticar
siquiera: la barba del Cid es símbolo de su honor» (p. 113), por ejemplo. Así
que, por no tragárselo, el pasaje rotulado «El misterio de una barba» (pp.
113-117) deconstruye el texto medieval para concluir que Rodrigo Díaz de Vivar
se dejó crecer la barba lo indecible «por amor del rey Alfonso» (Poema del Cid, v. 1240), «su amor, su
pecado, su alma, mon homme, luz de su
vida, fuego de sus entrañas, Al-fon-so, dice, y la lengua se ensancha y
retrocede, como una ola […]». Vamos, que el Campeador era gay. Prefiero masticar
—aunque tarde más— o comprobar la validez de tal lectura postmoderna.