Con la cartita a los reyes magos de Guindos y el Que se jodan de Fabra, pareciera que el PP triunfante hubiera cubierto el cupo anual de estampas para la eternidad. Pero hete aquí que Ana Mato lo había ampliado por propia iniciativa. Que no se diga. En gloriosa rueda de prensa.
Ni el más incisivo Quevedo («Él es un médico honrado / […] / que ha muerto más hombres vivos / que mató el Cid Campeador») hubiera soñado con un personaje, Mato, recolocada en la jefatura de asuntillos sanitarios. Tampoco una pesadilla como esta: ante un cartel con letras bien gordas, «Las ideas claras», doña Ana —«Buenas, buenos días, buenas tardes a todos»— busca su lugar en el mundo. Yo es que voy a un médico que no sabe si es de día o de noche, y me salgo. Que no me fío. Y menos si tira de infinitivo sin verbo principal: «En primer lugar agradecerles...». Faltas gramaticales desde el principio, no, ¿eh? Prosigue la pesadilla con los balbuceos conservadores («Hemos adoptado una medida que ya estaba adoptada») de esta señora, que, elegida de entre los mejores, larga de lo que sabe: «las terope.. tripe… teroperapéuticas, ehh… me he equivocado en la… en el nombre».
Un amigo nada ajeno al sector sanitario —y por tanto cabreado un rato— me acaba de enviar el enlace y la transcripción del mensaje extraterrícola de la ministra Mato: oigan y vean. ¿Se ponen o no los pelos de punta? Con ingenuidad parvularia, confiesa: «hemos quitado también una cartera que llamamos cartera común suplementaria que la adjunto si me lo permiten con la cartera accesoria». Nos quita la cartera y va y lo pregona. Pelillos a la mar: era suplementaria.
Y si no, con la tontería de no saber vocalizar, esta buena señora no la devuelve. Eso sí, explica requetebién a qué dedica su tiempo libre, aun con la papagaya soplapollez de la puesta en valor: a «poner en valor lo que tiene mucho en valor, porque no hay cosa que tenga más valor que una medicina que cura enfermedades». No menos mona queda en su pico de oro esta verdad universal: «No es lo mismo una persona que no está enferma en su consumo de medicamentos que una persona que está enferma».
En descargo de la ministril y menesterosa Mato viene el Ministerio de Sanidad al completo, que en los últimos treinta años pareciera plató donde se rueda de continuo la versión tragicómica de Ana y los siete. Sus predecesores. Algunas escenas de recordar. Jesús Sancho Rof, ministro unos meses de la cosa con UCD, delira sobre el aceite de colza: «Es menos grave que la gripe. Lo causa un bichito del que conocemos el nombre y el primer apellido. Nos falta el segundo. Es tan pequeño que, si se cae de la mesa, se mata» (21-5-1981). Impresionante. Fantástico. Colosal. Faltan adjetivos.
También para la famosa —por la gestión desenvuelta de las perlas de su parla— Celia Villalobos (PP). El 9-1-2001 aconsejó cómo prevenir el mal de las vacas locas: «Le digo al ama de casa que no eche huesos de vaca cuando haga una comida, aunque ya no se venden, sino de cerdo». Como en el mercadillo, del que esta señora no acaba de salir nunca. No menos ejemplar productora de frases históricas e histéricas que su tal antecesora, de Leire Pajín criticaron las malas lenguas su Power Balance, curandera pulsera que médicos denunciaban como fraudulenta (20-10-2010). Entre sus notables carencias curriculares, mérito mayor acumulado por esta ministra había sido anunciar el «acontecimiento histórico planetario» de la «conjunción» de Obama con su jefe Zapatero (El Jueves, 4-2-2010). Que en consecuencia la agració con el puestecillo de la Cruz Roja en el Consejo de Ministros. A otro del PSOE, Bernat Soria, lo habían cogido hinchando como bellaco su currículum académico. Ni había sido decano de la Facultad de Medicina de Alicante, ni se autoexilió en Singapur, ni investigó con los reconocidos Neher y Sackmann, bien prestigiosos, ni le habían prendido la medalla de oro de la Real Academia de Medicina. El 1-3-2008 lo pilló Arcadi Espada con el carrito del helao. El ministro se quedaría al principio gélido, pero luego siguió tan fresco.
Gobierno de España. En qué manos está el pandero. ¿Extrañará que Mato confiese «que la sanidad es universal y que estaba recogida en muchas leyes pero nunca se aplica hasta el final»? Ese final en boca de ministra sanitaria es de tocar madera. Pero ella, aplicadita, quisiera mejorar un poquitín los botiquines: «Lo primero que vamos a hacer es, eeehhh, incorporar al Derecho español un artículo de una Directiva que les diré que está incorporado al Derecho español todo, eeeh, laaa, toda la Directiva menos un artículo que justo es el artículo que prohíbe de forma explícita desplazarse en busca de atención sanitaria». Si la he entendido, mejor quedarse como estamos, señora mía.
¿Se le va algo el hilo del discurso a la locuaz ministra? Por ser tan complejo: «los parados sin prestación parlamentaria, que..., perdón, sin presta…, sin…, sin pre…, presta…, ¡sin prestación!, sin prestación por desempleo, perdón». Que no puede estar una en todo: «Los pensionistas que es… no pagan nada, son aquellos que ya no tienen derecho a prestación por desempleo, es decir los que ya tienen… los que tienen simplemente eeehh… los…, ah, perdón, pensionistas. Pensionistas son de los pe…, que tienen el..., hablamos de renta no de pensiones». Pero echándole paciencia, estudio y entrenamiento oratorio —¡ah de las marginadas humanidades!—, uno alcanza al fin altos grados de lucidez. Como recompensa ante tanto esfuerzo por el interés general. Ana Mato, así, terminó recibiendo su rayito de luz: «Pues yo ya me voy a callar».
Se atribuye a Leonardo Sciascia la única solución para Sicilia: el aeropuerto. Salir de allí pero que volando. En esa línea (aérea), glosaba otro buen amigo mío que si la gente supiera cómo nos gobiernan, los aeropuertos estarían llenos. Con Internet y sus wikis, ahora la gente lo sabe. Ocurre que, tal vez por evitar la solución Sciascia, nuestros ínclitos y solícitos gobernantes construyeron mogollón de aeropuertos a su imagen y semejanza.
Grandilocuentes, despilfarradores y vacíos.
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