sábado, 23 de noviembre de 2013

I, 24. «Hot dog»

Lubrificada con tomate, penetra una salchicha en un pan ardiente que acaba de ser horadado por metálico instrumento, al que no faltarán miradas que le atribuyan forma de consolador. Lo llaman hot dog o perrito caliente. Y se merca, anunciándose como apetitoso, no con otra finalidad que la de ser comido. Hace siglos que pan significa ‘vulva’ y/o ‘vagina’, como atestigua hoy nuestra frase coloquial «¡Esas manos, que van al pan!»; tampoco es de ahora comer con el sentido de ‘mantener una relación sexual’. Y con los perros, ¿qué nos pasa?
Pues se nos pasa por la cabeza (palabra no menos polivalente) lo mismo que a Juan Ruiz y sus amigos clérigos que escuchaban el dictado de su Libro. Doña Venus, Arte de amar ovidiano al fondo, aconseja constancia al Arcipreste, que es un desastre a la hora de ligar:

Don Amor a Ovidio leyó en la escuela
que non ha muger en el mundo, nin grande nin moçuela,
que trabajo e serviçio non la traya al espuela:
que tarde o que aína, crey que de ti se duela.
Non te espantes d’ella por su mala respuesta,
con arte e con servicio ella la dará apuesta,
que siguiendo o serviendo en este coidado es puesta:
el omne mucho cavando la gran peña acuesta.
(Libro del Arcipreste de Hita, 612-613)

Enseguida añade la esposa de don Amor una serie de exempla que ilustran esta doctrina. El primer ejemplo, el del mar revuelto, ante el que deberá ser osado el marinero con su nave, que también va al pan: «Si la primera onda de la mar aïrada / espantase al marinero quando viene torbada, / nunca en la mar entrarié con su nave ferrada: / non te espante la dueña la primera vegada». Luego, el del «artero comprador», que termina llevándose «la merchandía por el buen corredor». Sanísimo el deporte de correr. Y antes de mencionar la pesada piedra del molino, que al fin «anda por maestría ligera en derredor» —la piedra de amolar para hacer pan, de donde esa frasecilla de «Pasar por la piedra»—, desliza doña Venus estos llamativos casos:

Sírvela con grant arte, e mucho te achaca [‛persevera’]:
el can que mucho lame sin dubda sangre saca;
maestría e arte de fuerte faze flaca:
el conejo por maña doñea a la vaca.
(Libro, 616).

Un conejo puede acabar adueñándose de una vaca, si persevera en el arte (de amar), y un perro que no cesa de lamer termina haciendo sangre. ¡Animalillos! Frente a nuestro estado de lengua, conejo y can eran prácticamente sinónimos cuando, entre los siglos XIV y XVII, de hablar eufemísticamente de sexo se trataba. Si hoy conejo, ‘vulva’, ayer conejo, ‘aparato genital masculino’, con sus dos orejas y su cuerpecillo inquieto y peludo.
En cuanto a «el can que mucho lame sin dubda sangre saca», ya vimos registrado en el refranero aquel «Muchos perros lamen el molino, y mal para el que hallan». El verbo lamer, con sus sugerencias aún incorporadas a nuestro actual detector erótico-lingüístico, hermana al oidor del Libro del Arcipreste de Hita y —yo qué sé— al espectador de Girl Holding Pet Dog, por poner un póster. ¡Ah! Y a Góngora, Quevedo y sus lectores. Adrienne L. Martín, en su estupendo «Erotismo felino: las gatas de Lope de Vega» (AnMal Electrónica, 32 [2012], pp. 405-420) recuerda «que los humanos tienden a concebir a los gatos como femeninos y a los perros como masculinos. De ahí los sorprendentes poemas eróticos sobre las relaciones (mayormente de cunnilingus) entre perros falderos y sus damas que encontramos en la lírica de los siglos de oro». Lo testimonia el «atrevidísimo epitafio gongorino» De un perrillo que se le murió a una dama, estando ausente su marido:

Yace aquí Flor, un perrillo
que fue, en un catarro grave
de ausencia, sin ser jarabe,
lamedor de culantrillo […]
(J. M. Micó et al., Todo Góngora, 381).

También, como indica Martín, el romance de Quevedo Dama cortesana lamentándose de su pobreza y diciendo la causa:

A la jineta sentada
sobre un bajo taburete […]
al un lado una guitarra,
al otro lado un bufete,
con un perrillo de falda
que la lame y no la muerde […]
estaba doña Tomasa
más triste que doce viernes […]
y levantando las faldas
que le han alzado otras veces
descubrió dos pies pequeños […]
piernas de buena persona
y proporcionado vientre,
y entre muslos torneados
el sepulcro del deleite […]
(Poesía original completa, ed. J. M. Blecua, pp. 907-908).

Tengo para mí que los pintores y poetas examinados en esta serie I de Literaventuras compartieron el axioma recogido por Luis Martínez Kleiser en su Refranero general ideológico español (Madrid, Hernando, 1953), bajo el número 34256: «Menea la cola el can, no por ti, sino por el pan».
Ese pan para mojar y donde busca albergue todo humilde y desamparado hot dog.


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