sábado, 14 de diciembre de 2013

IX, 21. «En escrito yace esto, es cosa verdadera»

Cerrado el paréntesis de autocrítica, que como es habitual suele ser leve y breve, Campuzano concluye que no era un espejismo: «realmente estando despierto, con todos mis cinco sentidos», «oí, escuché, noté» que dos perros sostenían un coloquio «y, finalmente, escribí, sin faltar palabra por su concierto», aquella conversación canina.
Acaba de revelar el alférez el tercer control de los límites para la verdad: el registro de escritura. En este caso, el acelerado manuscrito sobre el que, en horas veinticuatro —pues escuchó a los canes en su «noche» «penúltima» de hospital—, transcribió la conversación entre los perros. Aducida como prueba, se convierte la escritura en autónoma con respecto a lo relatado, para brindar «indicio bastante que mueva y persuada a creer esta verdad que digo».
La escritura en sí misma, entonces, resulta indicio de verdad y además motor de persuasión retórica. Las condiciones en que se materializó el mensaje escrito por Campuzano abonan la verdad de lo que allí trató o, al menos, su verosimilitud: la percepción afinada por la medicación —«yo estaba tan atento y tenía delicado el juicio, delicada, sutil y desocupada la memoria (merced a las muchas pasas y almendras que había comido)»— y la fidelidad de la transcripción: «todo lo tomé […] casi por las mismas palabras que había oído […] sin buscar colores retóricas para adornarlo». Además, el contenido de lo escrito, «las cosas que trataron» los canes, es digno de «varones sabios», por lo que «no las pude inventar de mío». En conclusión lógica a más no poder: «contra mi opinión vengo a creer que no soñaba y que los perros hablaban».
Tampoco cree haber soñado Jaume Sobrequés i Callicó, catedràtic, oficio que se tiene por propio de cabales «varones sabios». Entre los muy escasos hechos diferenciales catalanes destaca, en estos tiempos de escepticismo y descreimiento, uno singular: parte de la historiografía sobre Cataluña sigue sirviendo sin tapujos a una ideología. Una pervivencia romántica tan ajena al seny, e incluso a la racionalidad con que fueron superados los decimonónicos cronicones nacionales. Ese anacronismo de la historia creyente, o instrumento servil de propaganda nacionalista, lo capta El Roto de pleno en su viñeta: «Historiador, tu patria te necesita» (El País, 23-11-2013). Qué retroceso, ya digo, más diferencial. Cuando los historiadores postmodernos reclaman hoy un estatuto científico para su disciplina. ¡Ah!, y autónomo, ascolti.
Sobrequés i Callicó no dudó en sacrificar su carrera de prometedor medievalista para servir a la patria, allá donde esta le llamara a gestionar asuntos, planear estrategias, mandar en cosas. Tal que desde la Junta directiva del Barça, més que un club, que el deporte siempre ha sido en el siglo XX bonita actividad para disciplinar, encuadrar y encadenar a las masas. Que la patria se le aparecía para que militara en el PSC, allá que iba raudo Sobrequés, derechito al ala guay de la Gauche Divine o pijoprogre, la de los maragalles de trinchera cinco estrellas y cuatro tenedores: una de las dos almas del partido, que apuntan los cursis. Y hala, a dirigir el Museu d’Història de Catalunya. Que la patria se le manifestaba hartita de que Sobrequés se conllevara con la otra ala o alma o lo que fuera del PSC, la obreril y charnega de los montillas, tan acomplejados los pobres, raudo atendía Sobrequés, historiador del Barça, la vocación duro y luengo tiempo oculta de militar en CiU, que lo suyo era afán de servicio a las órdenes de quienes han mandado desde siempre: desde el siglo XIX. Y hala, a dirigir, como buen medievalista, el Centre d’Història Contemporània de Catalunya.
Una tarde, la inspiración patriótica proporcionó a Sobrequés científica chequera para que armara historiográfico chiringuito. Había que agitar conciencias y llamar la atención del mundo, al menos unas leguas más allá de Barcelona: «Espanya contra Catalunya: una mirada històrica (1714-2014)». A celebrar un año antes, en 2013, vaya a ser que se acabe la historia y no dé tiempo a contarla como de verdad fue. Y sin que se agolpe el vulgo —«L’aforament és limitat»—: que derecho a decidir, según lo que dicten las encuestas a cada rato, pero derecho de admisión de charnegos, por descontado.
Es de esperar que cuando se publiquen las actas del simpático simposi, «sin faltar palabra por su concierto», la historia quede «finalmente» fijada. Y no haya más que discutir. Que «en escripto yaz esto: es cosa uerdadera», según la estrofa 2161 del Libro de Alexandre.
A veces dieron en el clavo estos castellanotes imperialistas.


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