Una experiencia compartida: cuando se
explica la lengua propia a estudiantes no nativos, preguntan estos por asuntos
que uno ni se había planteado. Suele ser porque quien aprende una lengua ajena
espera que ésta responda a los mismos criterios que la materna y, sobre todo,
que ofrezca soluciones lógicas o planas. Por ejemplo, en lo que acabo de
escribir, «cuando se explica…», la regla poliédrica cuando = si rompe los esquemas, porque, como los niños, quienes
aprenden otra lengua requieren soluciones unívocas. Pretenden una lengua
lineal, con una sola dimensión: una lengua artificial en que si fuera marca exclusiva de
condicionalidad y cuando marca
exclusiva de temporalidad.
Las lenguas, rebeldes de suyo, no se
comportan así. Un idioma se presenta siempre en estratos: la consecuencia
compleja de que hayan intervenido sobre él sucesivas generaciones de hablantes.
No en vano, la lengua que en cada momento recibimos es una tarea del Tiempo. Un
tipo muy escurridizo que no sabe estarse quieto.
Cierto 12 de febrero del (o de: otra norma no unívoca) 2000, Hammer Schmitz lanzaba, desde Suecia y con una pregunta, su botella al mar
de la Red:
¿Se usa en España la palabra raza en el habla coloquial
para distinguir a grupos étnicos, sus cualidades
y defectos humanos como hacen en Austria y
en los países escandinavos los racistas, o a caso [sic] tiene la palabra raza
en español otro valor diferente que en
otros idiomas […] aparte del antropológico, o es su uso sólo un lamedor [sic: lo esperable de una lengua] que los hablantes del grupo dominante hacen al grupo étnico inferior de
turno para confirmar que también hay
racismo en España y que estamos
aplicando una terminología antropológica
y populista basada en este sentimiento?
De unos años a esta parte —la era de
las nuevas tecnologías será— es notable cómo se ha extendido la costumbre de
preguntar a cualquiera que pase por ahí, en vez de buscar respuestas en los
sitios adecuados. No sé, digo yo que por caso en un diccionario. El DRAE, para empezar. Donde encontramos
que raza
hay más de una; en concreto, dos. Una parejita de gemelos,
idénticos en cuanto significante o apariencia tangible y por tanto mensurable
(las cadenas de sonidos [řáθa] y de dibujitos o grafías raza), pero distintos en cuanto a sus diversos significados y su
linaje de procedencia o etimología, esa heráldica del léxico. A tal condición
de ser gemelos de diferente madre —que la vida de la lengua tiene estas cosas—
le dicen los lingüistas homonimia,
otro fenómeno de estratificación:
raza1 (< it. razza):
1. Casta o calidad del origen o linaje.
2. Cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia.
3. Calidad de algunas cosas, en relación con ciertas características que las definen.
[…]
raza2 (< lat. *radia):
1. Grieta, hendidura.
2. Rayo de luz que penetra por una abertura.
3. Grieta que se forma a veces en la parte superior del casco de las caballerías.
4. Lista, en el paño u otra tela, en que el tejido está más claro que en el resto.
Sin darle tiempo para ojear
diccionarios, la botella del señor Schmitz había seguido su rauda navegación
electrónica, de modo que enseguida halló destinatario. Un representante de la
corrección política, Marco Antonio Vallejo, le respondía apenas dos lunas
después:
En la actualidad ningún antropólogo aplicaría el concepto de raza a un pueblo. No hay ninguna diferencia entre un ser humano y otro. Es muy superficial etiquetar a las personas por el color de la piel,
la estatura o la complexión física.
Lo políticamente correcto, esa
penúltima manifestación del pensamiento mágico —¡en pleno siglo XXI!, según exclamarían admirados los creyentes del
Progreso que se ponen de perfil ante la condición humana— sale siempre por
estas peteneras: como lo que subyace a tal doctrina es que las
palabras son las cosas, basta con modificar
el uso lingüístico para transformar la realidad. Claro es que, por su
estrecho parentesco con las ocurrencias chamánicas, la corrección política pasa
que no veas de la lógica: si no hubiera «ninguna diferencia» entre las
personas, ¿quién discurriría, siquiera de modo «superficial», para «etiquetar»
a nadie «por el color de la piel, la estatura o la complexión física»? ¿Quién, incluso,
inventaría, emplearía o preguntaría por el uso de la palabra raza?
En algo sí acierta el
señor Vallejo: «Todas las cosas tienen una explicación histórica y los hechos de la lengua también». De
ahí que muy acertadamente recurra al Diccionario
crítico etimológico de Corominas,
si bien con un presupuesto erróneo: «quiero empezar por el origen de esta
palabra, que en realidad pertenece a la biología y sirve para clasificar a los animales».
Por ahí sí que no.
Lo veremos en próximas
literaventuras.
Leyendo este texto me hace viajar ene le tiempo a las clases que recibí de francés cuando yo como alumna exigía a mis profesores una traducción literal y más líneas de determinadas expresiones o palabras y me intentaban hacer comprender justo lo que indicas con tu argumento en este escrito. Con el tiempo una aprende y se empapa mañas de la nueva lengua aprendida haciendo suya los diferentes significados que tienen los términos, nada que ver con lo que una pensaba. Quien me iba a decir que por la "raza de tu falda" se podía decir también!!!
ResponderEliminarUn idioma es una colección de misterios. Nos pasamos la vida hablando y descubriendo algunos. Son estupendos esos momentos de sorpresa en que, de vez en cuando, el crucigrama se completa. Saludos.
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