domingo, 25 de febrero de 2018

II, 16. «Jóvena portavoza» (2)


De la nación de los Yahoos, los hechiceros son realmente los únicos
que han suscitado mi interés. El vulgo les atribuye el poder de cambiar
en hormigas o en tortugas a quienes así lo desean; un individuo que advirtió
mi incredulidad me mostró un hormiguero, como si éste fuera una prueba.
(Borges, «El informe de Brodie» [1970])

Quienes también hoy se rigen por el pensamiento mágico, sostienen, entre sus cuatro o quizá infinitos dogmas de patio de colegio o de andar por casa, que la persona lengua —a la que por resultarles tan poco amistosa señalan con su pulgar fascinado— es el mismísimo mundo, tan animado y animista. Creen, ciegos como el rey de los Yahoos, que cambiarla lo transforma. En vano les argumentará un cartesiano que eso sucede sólo en el inverificable orbe metafísico, construido y poblado en exclusiva por palabras. (Aunque de vez en cuando por él paseen un loco de Waterloo o una señora, prima hermana del arcángel Gabriel, que con valentía vence el miedo a la pelu para fundirse la caja de resistencia en estilismos ginebrinos.)

sábado, 17 de febrero de 2018

II, 15. «Jóvena portavoza» (1)

Parece que va siendo urgente desvelar tres secretos muy bien guardados: 1) todo idioma es arbitrario y, en consecuencia, el género gramatical, que 2) en español no marca en exclusiva la oposición –a/-o, 3) no tiene por qué coincidir con el referente del sexo. Entre quienes ignoran esta serie de secretos se cuentan numerosas víctimas de —dichoso siglo de siglas, que dijera Dámaso Alonso— la LOGSE, la LOE, la LOMCE y la ESO. Así, las jóvenes Bibiana Aído e Irene Montero, autoras respectivas de los idiolectos miembra (9-6-2008) y portavoza (6-2-2018); también algún miembro de su profesorado, como Carmen Romero, quien, no sé si con los (o las) calores, ideó en 1996 o 1997 el de jóvena[1]. Como soy como soy, las comprendo, dadas las duras circunstancias pragmáticas en que estas tres portavoces de nuestras élites alumbraron tales palabros: agarras, coges, vas y te subes al estrado para soltar soflamas de Congreso u homilías de mítin, y te vienes muy pero que muy arriba.