La Filosofía de la Historia se
esforzaba por hallar tendencias, patrones y constantes en el devenir colectivo
de la Humanidad, por ver de predecirlo. Ahí es nada. En la línea del fatalismo
reaccionario de La decadencia de Occidente (1918-1922) de Spengler, y
de la teoría cíclica de las civilizaciones desarrollada por Toynbee en Estudio de la Historia (1934-1961), el farmacéutico
Alexandre Deulofeu teorizó una Matemática
de la Historia de andar por su casa carlista. A tenor de su sucinta web, dijérase
que una Historia matemática, o circular, ha de estar fatalmente ligada a un
destino pero que muy previsible, de modo que la libertad sea en ella
coherentemente descartada como entelequia. Así que el postulado deulofeuniano según el cual «la humanidad podrá ser capaz, de
conocerlos, de alterar los propios ciclos» para «tender a organizarse bajo la
forma de una Confederación Universal de pueblos libres» es, por sobre su
carácter decimonónico o galdosiano,
profundamente contradictorio con su histórica geometría de escuadra y cartabón.