Observemos
una señora paradoja. Quizá la madre de todas: el clima y la historia comparten la
constante del lento cambio continuo. Razón por la cual, en cualquier punto del
trayecto se da, por fuerza, una coincidencia con algún punto anterior. Por eso
lo absurdo de la exclamación, entre sorprendida y corajuda, «¡En pleno siglo
XXI!», hija de la superstición del progreso que se niega a constatar que los
cambios se producen sin objetivo alguno. O dicho con giro que inventaría
Quevedo: sin ton ni son.