lunes, 25 de marzo de 2013

V, 14. Principios de la eurochapu

La vamos a ver a la princesa Europa en los hologramas de la nueva serie de euros, dicen que a partir de mayo del 2013, aunque vaya usted a fiarse de las previsiones y los calendarios del Banco Central Europeo. Les contaré, entre tanto y con el amigo Ovidio, un cuento, relatado por los versos 833-875 del Libro II de las Metamorfosis. Por aclarar las cuentas. Más reveladores que los cómputos del Excel, los métricos.
Hija del rey Agénor, Europa era una princesa de Tiro. Fenicia. Por donde todo empieza a aclararse. Un pueblo de comerciantes dedicado a brujulear por el Mediterráneo, con afán de hacer dinero hoy aquí y mañana allá. El padre de la muchacha tenía reses. Un terrateniente. En sus ratos de negocios marineros se habría hecho el monarca con un capitalito.
Acompañada de un séquito, Europa recogía flores cerca de la playa. Es a lo que se dedican en las casas serias y reales. Como lo suyo es figurar en todas partes, Zeus, macho alfa del Olimpo, se transformó en un toro blanco y se confundió entre las reses del padre de Europa. La chica lo acarició. Le pasó la «virginal mano» por el lomo. Que un toro blanco no se ve todos los días, oiga usted. Se animó aún más y se montó sobre el animal, tan manso. Enamorado o lo que sea, «mientras llega el esperado placer», pues que un toro es que va a lo que va, Zeus se puso en movimiento y, con Europa sobre él, penetró en el mar. Para calmarse —que se ve que esto tranquiliza mucho— Europa le tocaba un cuerno al toro. Blanco, manso y nadador. Se las sabía todas el Zeus este.
Hacia 1560-1562, el inefable Tiziano legó su crónica pictórica de la escena en Europa (Boston, Isabella Stewart Gardner Museum): observada por unos amorcillos áereos, casi vestida y arrastrada por la fuerza natatoria de un manso, pero potente, astado, fue llevada Europa hasta Creta. O, como canta Ovidio (Met. II, 873-875), traducido por C. Álvarez y R. M. Iglesias: «aterrada», «sujeta con la mano derecha un cuerno, la otra está colocada en el lomo; sus ligeros vestidos ondean con el soplo del viento» (Madrid, Cátedra, 20046, p. 274).
Luego, lo típico. Un romance taurino. Tras colmarla de presentes, el dios hecho un toro le fue haciendo a Europa unos hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón. Asterión, rey de Creta, los adoptó y se casó con la fenicia. Al fin, ya saben, el asunto del laberinto. Otra historia esclarecedora. Como la de Venus y Chipre, que recordaremos en otro post u otro día.
Curioso lo de Europa. Era una emigrante asiática; llevaba en sus genes el comercio; fue raptada y fecundada por el jefe de los dioses; su parentela cretense se enredó en asuntos de cuernos, digo, de mezclas de señoras (Pasífae) con toros, y finalmente en un laberinto. El del Minotauro. Acabó la niña dando nombre a un continente, que se ve claro que heredó sus rasgos: el afán comercial, la curiosidad taurófila de mezclar y el meterse en líos de continuo. Hasta culminar en el euro.
Cuando hace unos meses el Banco Central Europeo presentó un vídeo supuestamente explicativo de «la serie Europa» de euros repintados, Mario Draghi, el Asterión de nuestros días, se preguntaba sin cortarse un pelo: «¿qué sentido tiene este vídeo?». Pues que no se entendía nada de lo que contaba la publipeli. El abochornado vicepresidente del BCE «se excusaba diciendo que él tampoco había visto el vídeo» antes de su proyección pública para avezados periodistas. Reconstruye la escenita un artículo de El País (8-11-2012), titulado también mal: «La princesa Europa será la protagonista de los nuevos billetes en [sic] euros». Europa: una continua chapuza.
La permanente eurochapu de marquetineros fenicios metidos a políticos y banqueros. Que siguen creyéndose el ombligo del mundo, descendientes de señorita dada a la divinidad y al bestialismo. Capaz de cruzarse con un dios y / o con un toro.
Capaz de lo mejor y de lo peor.

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