domingo, 21 de julio de 2013

IX, 11. El juez y el historiador

Casi todos los últimos veintitrés años Adriano Sofri los pasó en la cárcel. Dos décadas de juicios —unas veces condenatorios y otras absolutorios— contra él y otros dirigentes y militantes del grupo izquierdista italiano Lotta Continua, fueron conformando «una historia judicial que sorprende por lo contradictorio y por lo infinito hasta en Italia» (L. Galán, en El País, 25-1-2000). Y que muestra lo complicadas y complejas que pueden ser la verdad y su búsqueda.
Al primero de aquellos procesos judiciales dedicó Carlo Ginzburg, historiador de la Inquisición y amigo de Sofri, su libro Il giudice e lo storico (1991). Traducida en España como El juez y el historiador. Consideraciones al margen del proceso Sofri (Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1993), es obra de ese género que me gusta llamar humanidades aplicadas. En efecto, Ginzburg despliega aquí técnicas historiográficas y filológicas para poner a prueba tanto la instrucción y el proceso judiciales, como la sentencia condenatoria. Es que el oficio de «interpretar textos» enseña a distinguir, por ejemplo, entre una «confesión espontánea» y su transcripción en un interrogatorio, que interpone «un filtro burocrático estereotipado» (p. 71). Que es lo que con el tiempo queda. El dibujo textual de una huella oral.
A Ginzburg le interesaba, además, indagar en las relaciones entre jueces e historiadores: en las convergencias y divergencias de sus respectivos modos de pesquisa y razonamientos. Por mi parte, emplearé El juez y el historiador para cercar la enigmática frase cervantina de la que veníamos: al «historiador» «no le conviene más de decir la verdad, parézcalo o no lo parezca».
El caso Sofri había partido de la autoacusación de uno de los procesados, pero «una confesión debe ser corroborada por descubrimientos objetivos» (p. 17) que controlen la credibilidad del autoinculpado (p. 31). Sin embargo, ciertos historiadores actuales prefieren la noción de representación a la de prueba:

La fuente histórica tiende a ser examinada exclusivamente en tanto que fuente de sí misma (según el modo en que ha sido construida), y no de aquello de lo que se habla (p. 22).

Si historiadores y jueces deben probar algo según unas reglas lógicas, el principio de realidad y los conceptos de prueba y verdad son claves. Por tanto, las hipótesis deben ser reelaboradas cuando los hechos las contradicen (p. 40). Pero hay profesionales de la verdad —aquí, historiadores y jueces— que predeterminan las respuestas con sus preguntas, fuerzan la interpretación de los textos, destruyen pruebas, construyen tautologías y falsos silogismos: el apriori, entonces, se torna en conclusión. De este modo, se hace compatible una prueba lógica así dispuesta con la hipótesis inicial; compatibilidad que no explica nada de la realidad, sino que consolida un modelo teórico viciado de partida (pp. 86 y 100-103). Una ficción que pronto llamaré progresiva.
Además, la apariencia y la esencia pueden no coincidir. Como las teorías del complot, la dietrología (‘lo que está detrás de la logia’), «el deporte nacional de Italia, además del fútbol», «se basa en la idea de que lo obvio no puede ser cierto» (D. Preston con M. Spezi, El monstruo de Florencia. Una historia real, Barcelona, Plaza & Janés, 2010, p. 40). Por no practicar tal deporte, Ginzburg prefiere una definición suave de dietrología: «una sobria desconfianza interpretativa que no se contente con quedarse en la superficie de los acontecimientos o de los textos» (p. 64). Porque el lado menos sobrio ya se sabe a qué conduce: «Cuando queremos hallar conexiones acabamos por encontrarlas siempre» (Justo Serna, «Dietrología», El País, 2-9-2004).
Una tupida e intrincada red de textos, testigos e intermediarios: de construcciones retóricas y de intereses. La verdad. Sea dicha.

2 comentarios:

  1. Tus reflexiones, meditadas y medidas, sobre historia, ficción y verosimilitud me hacen recordar una famosa frase de Borges que muchos citan y pocos leen: "La historia es una forma más de ficción". Pues la palabra, a mi parecer, no presenta la realidad, la representa; y la disfraza.

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    1. De Borges también: "La metafísica es una rama de las Bellas artes". Somos borgesianos, qué le vamos a hacer.

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