En un relato plagado de esas bromas tan serias nada
infrecuentes en Borges, «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» (Ficciones, 1944), descubrirán los curiosos este pasaje de
antología: «Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la
verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la
literatura fantástica». La explicación del chiste, que lo acompaña de inmediato
en la frase siguiente, muestra que el escéptico Borges ha ocultado la
metafísica de nuestro mundo —para enseguida desnudarla— tras el velo de la azarosa
filosofía o ciencia de Tlön, orbe inventado: «Saben que un sistema no es otra
cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera
de ellos».
Ocurre que hay textos ilusos. Textos cuya
referencia no resultó, al ser generados, instantáneamente
ficticia, se tratara de coherente
o radical ficción. Al contrario, pretendían prescindir de ella y hablar no
más de la
verdad. Que dada la diversidad genérica de dichos textos, ya digo que ilusos o —por seguir en la estela borgesiana— asombrosos, no pareciera ser
verdad monolítica, sino diversificable en verdad jurídica
o histórica o periodística o religiosa o filosófica o científica…
¿Y qué sucede con esos textos prodigiosos cuando el tiempo comienza
a distanciarlos del momento de su producción? Pensara que acaban siendo contemplados,
e incluso leídos, como si hubieran
sido siempre literarios. El tiempo los somete a un proceso de ficcionalización progresiva. La llamo
así porque tales textos —de Alfonso X a Larra, pasando por Teresa de Jesús— van
siendo incorporados al canon de la literatura tras haber perdido, parcial o
completamente, su primera operatividad. Modificadas sus circunstancias de
producción, referencia y recepción, esas obras terminan siendo percibidas o leídas
como de imaginación.
Recuperemos un acto y dos personajes que hoy tan
solo son huellas en documentos: cuando en 1559 dirigía a Felipe II su memorial,
titulado El Concejo y Consejeros del
Príncipe, Furió Cerol estableció que los Consejos reales «deven de ser
siete ni más ni menos». Que me desmientan los politólogos, pero tengo para mí
que los seis primeros son homologables aún con ministerios actuales: «hazienda»
(esto no cambia ni de nombre), «paz» o «Consejo de Estado» (Asuntos
Exteriores), «guerra» (palabra pero que muy fea, que suscitó la necesidad del
eufemismo Defensa), «mantenimiento»
(Agricultura y Transportes), «leies» (Justicia) y «castigo» (Interior).
Sin embargo, el séptimo Concejo previsto «es de
mercedes» y se dedicará a «oír i conocer los méritos y deméritos de todos en
general», pues «si para los malos hai castigo, para los buenos i virtuosos
también es razón haia premio». O se correlaciona este Concejo con el Ministerio
de Cultura y sus dádivas o subvenciones, o habremos de convenir en que, así
planteado y sin parangón posible con una señal real (ni con una real señal) que
lo haya nunca actualizado o hecho historia, el Concejo de Mercedes de Furió
Cerrol resulta, más de cuatro siglos después de ser propuesto, menos materia de
tratado político que de ficción literaria.
Y eso suponiendo que el Ministerio de Cultura, hoy
descatalogado del Gobierno de la Marca España, hubiera existido alguna vez.
Y...¿es de importancia o interés si lo escrito otrora tuvo finalidad literaria?. Esta tu propuesta demuestra que a menudo son los tiranos lectores quienes, dependiendo del tiempo o lugar, deciden lo que es o no es literario; y si, por añadidura, no conocen la realidad pasada e ignoran lo pretérito, considerarían todo ficción. Yo, siguiendo tu juego, me quedo con Borges. En el cuento que aludes, el visionario porteño nos dice que una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo y "razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente". Se niega el tiempo, y por tanto la realidad. Y, sin embargo, aquí estamos.
ResponderEliminarEl Tiempo, ese borgesiano productor de lecturas azarosas, es el que decide que todo acabe siendo legendario o literario. De donde puede concluirse que la Historia no existe, con lo que el Tiempo carece de sentido. Cerremos, pues, el círculo vicioso: El Sinsentido, ese borgesiano productor... Etc.
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