sábado, 11 de enero de 2014

VII, 10. Un Gran Hermano lexicográfico (y 3)

Emperrados siguen muchos, por falta de lectura histórica o paseo filológico, en hacer circular la falsa moneda de que el uso fonético generalizado de la grafía jota fue cosa de Juan Ramón Jiménez. Sólo un caso anterior. Esteban de Terreros y Pando dispuso, en su Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes (1786), tan ilustrado, logarítmico y sucinto, la siguiente definición de amor: «En jeneral es una inclinación y afecto a un objeto que es, o se concibe, bueno». Tras lo que distinguía entre amor de amistad (afecto al objeto por sí mismo) y amor de concupiscencia, o afecto al objeto por la complacencia que se consigue de él.
Un diccionario el de Terreros que reduce al mínimo común denominador la complejidad de la palabra amor. Para que con él operen, digo yo, unas máquinas. Ese mínimo es el conformado por la parejita —Venus blanca y Venus negra— que Platón percibió en el amor, y que acabó dando en el par amor honesto / amor carnal que, desde el siglo XV, contienen nuestros diccionarios.
Pocos años antes de que Terreros publicara su lexicón, los felices académicos habían organizado su aquel de poco la entrada amor en el suyo. Después, y durante casi un siglo, se echaron a dormir. Así que las diez ediciones del DRAE publicadas entre 1770 y 1852 repitieron las siguientes acepciones de la compleja palabreja:

[1] Inclinación o afecto a alguna persona o cosa.
[2] Blandura, suavidad.
[3] La persona amada.
[4] Ant. Voluntad, consentimiento.
[5] Ant. Convenio o ajuste.

Sólo en 1791 se volvió a incluir una sexta acepción, la de amores («Comúnmente se entienden los ilícitos»), que desapareció en 1803. Por fin, la Academia introdujo un cambio en la acepción 1 de amor, e intercaló a renglón seguido una nueva: sin eufemismos ya, el sexo y la pasión (la Venus negra) como sentido segundo de amor. Fue en su Diccionario de 1869, año postrevolucionario:

[1] Inclinación hacia lo que nos parece bello o digno de cariño, y atrae nuestra voluntad.
[2] Pasión que atrae un sexo hacia el otro. Por extensión se dice también de los animales.
[3] Blandura, suavidad.
[4] La persona amada.
[5] Ant. Voluntad, consentimiento.
[6] Ant. Convenio o ajuste.

En sus tres siguientes ediciones, entre 1884 y 1914, la Academia mantuvo esta presentación, pero redactó de nuevo la acepción 1: «Afecto por el cual busca el ánimo el bien verdadero o aprendido, y apetece gozarle». Se habían despertado los sabios… para volver a Autoridades: «Afecto del alma racional, por el cual busca con deseo el bien verdadero o aprehendido, y apetece gozarle». Con todo, en 1914 gozarlo sustituyó a gozarle: los académicos rindieron su leísmo, esa anomalía sobre la que siempre hizo la vista gorda la Gramática de La Docta Casa, pues quienes mandaban en la Corte eran leístas: los laístas eran de barrio, y los loístas de pueblo.
En las siete versiones del Diccionario académico que se sucedieron entre 1925 y 1984 se alcanzaron las once acepciones de amor, se modificó la primera (imaginado en vez de aprendido), se intercaló como 5 una nueva y se retiró la marca de anticuada a la ahora acepción 6:

1. Afecto por el cual busca el ánimo el bien verdadero o imaginado, y apetece gozarlo.
2. Pasión que atrae un sexo hacia el otro. Por extensión se dice también de los animales.
3. Blandura, suavidad.
4. La persona amada.
5. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.
6. Voluntad, consentimiento.
7. Ant. Convenio o ajuste.

El DRAE de 1992 abrió un nuevo ciclo, donde se sitúa la definición actual de amor. Las acepciones eran ya doce. La primera destacaba por su exuberancia y su redacción bajo el modo retórico del manifiesto de una ONG:

1. Sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese deseo se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido.
2. Atracción sexual.
3. Apetito sexual de los animales.
4. Blandura, suavidad.

La ahora quinta acepción también se alargó, quizá de manera innecesaria (en la reiteración invocada o llamada), y la séptima de 1992 recuperó su carácter de anticuada:

5. Persona amada, invocada o llamada por quien la ama.
6. Esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella.
7. Ant. Voluntad, consentimiento.
8. Ant. Convenio o ajuste.

Es curioso que lo que nosotros, por ahora los últimos en este trayecto, vemos como natural, que sentimiento encabece la definición de amor, resulta ser muy reciente incorporación.
Ya con cierto conocimiento de causa, adquirido en el ampliado Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, podemos darnos, con mayor frenesí si cabe, a esta despreocupada moda de opinar.
Con alegría.


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