domingo, 17 de mayo de 2015

III, 53. Canción desesperada

El hallazgo es apenas un fogonazo que relampaguea en Esta boca es mía (1994), uno de tantos temas de Joaquín Sabina que nos acompañan en la calle, en el coche, en la cama, en la noche, cumpliendo con la función última del arte. Ese esfuerzo supremo de hacer algo más soportable la rutina o la vida: «Esta canción desesperada / no tiene orgullo ni moral».
Antes de 1557, otro poeta andaluz, Gutierre de Cetina, petrarquista de sobrenombre lírico Vandalio, había compuesto su Canción I. Leída en la edición Hazañas y La Rúa de sus Obras (Sevilla-Madrid, 1895), se ve que echa mano en su estrofa inicial de la enumeración, recurso tan de Sabina, catarata de sensaciones y percepciones que a duras penas ordena el férreo verso:

Alma enojosa de vivir cansada;
espíritu tan falto de consuelo;
sufrimiento obstinado endurecido;
vida llena de miedo y de recelo;
esperanza rendida y desmayada;
corazón tan sin fuerza y desvalido;
no pensado dolor ni merecido.
Y vos, tan regalado pensamiento,
sentidos sin por qué tan maltratados,
enojosos cuidados.
Y vosotros, a quien de mi tormento
la parte cupo que a mi suerte place,
ojos, de todo mal causa primera:
juntémonos en uno un poco agora.
Tratemos de mi mal tan sólo un hora,
que no es menester más para que muera.
Si, como a mí, el morir os satisface,
no lo sabiendo la que el daño hace,
podremos acabar, que así hablando
os desharéis en lágrimas llorando.

Ah, el amor. Arma de destrucción masiva. Así en el poema de Pablo Neruda que cierra sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Otro que canta después de la radiante felicidad: «Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy», dicta el verso primero de «La canción desesperada». La oscurísima y vengativa memoria. No hay peor enemigo, según había previsto la Canción I, 71-79 de Cetina:

Sé que el daño mayor es la memoria.
Querríala perder, si con perdella
de solas mis tristezas me olvidase.
Mas, ¿quién se olvidará, si se acordase
que en medio de su pena, a vueltas della,
gozo, sin merecer, de tanta gloria?
Envuelto en mi pesar leo la historia
del perdido placer, porque se acuerde
más veces de su mal quien su bien pierde.

La tortura del recuerdo fatal de una pérdida. O La Pérdida, por decirlo en dos palabras, en plan Idea platónica: «Todo en ti fue naufragio!», «mujer que amé y perdí», lamenta Neruda. El petrarquismo nos enseñó a amar o sufrir, no menos que a comprobar cómo el amor de ayer regresa al ara del sacrificio de la vida. Una y otra vez. El ya pálido petrarquismo austral —acuático y subacuático— de Neruda («Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego») prolonga ese saber que el lector desearía no haber atesorado: «Es la hora de partir, la dura y fría hora / que la noche sujeta a todo horario». Un pespunte nerudiano que conduce la hebra al mismo lugar por el que había pasado la aguja cetiniana: «Hora que, con la blanca, helada nieve, / el invierno se muestra obscuro y frío, / de tempestades y de lluvias lleno».
Es probable que, por coetáneos de Neruda o Sabina, desconozcamos que también desesperarse decía, en tiempos de Cetina, ‘suicidarse’. Se comprueba en la historia de amor o muerte de Grisóstomo, aniquilado en vida por el rechazo de la libre y bellísima Marcela. Peligroso resulta jugar con el revólver del amor: es que dispara el juguetón Cupido. A ciegas. Quien lo probó y sufrió, como Grisóstomo, lo sabe:

Canción desesperada, no te quejes
cuando mi triste compañía dejes;
antes, pues que la causa do naciste
con mi desdicha aumenta su ventura,
aun en la sepultura no estés triste.
(Cervantes, Quijote, I, 14)

A la hora exacta de morir definitivamente de amor, echar fuera el dolor, el recuerdo, la muerte en vida. Como el arte y la poesía contagian mucho, la canción se alejará del poeta para transmitir el mal a quienes la escuchen. Postrados por enfermedad de tan de alto riesgo, otros lectores entenderán entonces que el amor que mata va siglo tras siglo hiriendo a una multitud que es siempre la misma: cada uno de nosotros. Desastre inscrito en el envío de la Canción I de Cetina (vv. 120-128), lectura de Cervantes que fue lectura de Neruda que fue lectura de Sabina:

Canción desesperada y sin concierto,
nacida entre sospechas y temores,
crecida en el dolor de mi recelo;
si no se sufre medio en los amores,
si no basta consejo ni consuelo
estando ya el vivir dudoso incierto,
morir es lo más cierto.
Quédate y si querrá nuestra enemiga
saber cómo nos va, muerte lo diga.

Tampoco es que fuere preciso matarse para morir de amor. De la misma forma, si no con amar, basta con leer y retener en la afilada memoria el hallazgo mortal y feliz de los poetas: canción desesperada. Muerte que late sin fin.
Por fortuna, aún no se conoce cura.


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