Dedico el día
de reflexión a hacer la maleta. Salgo mañana hacia la ciudad que sus habitantes
consideran la más europea de Estados Unidos. El lugar donde se alumbró, allá
por 1773, el mundo actual.
Como toda
revolución, la norteamericana comenzó por un cabreo del quince, un quítame allá
esos impuestos, unas asambleas vecinales, unas voces o un griterío que no
escuchaban los que decidían y mandaban, que vivían lejos. Muy lejos. En el motín de Boston
(o Boston Tea Party), unos colonos
disfrazados de indígenas arrojaron al mar un cargamento de té. De sus restos
remojados surgieron miles de mariposas que, aleteando aleteando, produjeron el
efecto de independizar Estados Unidos. Luego, ya saben, la Revolución francesa
y la Emancipación de la América española. La que liaron los comerciantes o contrabandistas
de té en las Colonias, futuros Padres de la Nación y de este nuestro mundo.
He cambiado el
sobre de ir a votar por la tarjeta de embarque. Pero como hoy es el día de
reflexión, estoy que no paro de pensar. Se me cruzan las imágenes, mira tú por
dónde, de Palin y Krikaliov. Sarah
Palin, que le echó cara o puso rostro al Tea Party, ejemplifica
—bien mostrenco— en qué van a dar las revoluciones: en una guardia pretoriana
empeñada en volver la vista atrás y conservar esencias. Una revolución es ese
fenómeno social que un día de mucho sofocón conquista el futuro para, desde
allí, petrificar el pasado e imponerlo como larguísimo presente de desfiles
militares. Se aprecia en el caso del último ciudadano soviético: Serguéi Krikaliov
salió una mañana de paseo al espacio, y como buen cosmonauta se tiró sumando
órbitas casi un año. Al regresar, la URSS, que él había dejado languideciente,
ya no existía.
He cambiado el
sobre de ir a votar por la tarjeta de embarque. Que estoy, digamos, de
experimento social. Me enteraré de los resultados de las elecciones en España cuando
el avión sobrevuele el puerto de Boston: por una de esas causalidades espacio-temporales,
la puerta abierta y húmeda a la contemporaneidad. Lo mismo salgo krikalioviano del
país, con un sistema bipartidista (PPSOE + Conveniencia i Según), y cuando
vuelva resulta que mis compatriotas se han puesto creativos ante las urnas y lo
han revolucionado todo: reinventando, en plan paliniano, el sistema cuatripartito
del Régimen de 1978, con la emergencia rediviva de la UCD y el PCE puestos al
día.
Es que ninguna
novedad deja de estar prevista en el pasado. Las Revoluciones americana y
soviética, un suponer: la liaron parda y alumbraron los nuevos días. Luego, venga
de dar vueltas: desmintiendo la extendida superstición del cambio, se dedicaron
a hacerse conservadoras. A desgastarse.
La dichosa
rotación de la Tierra.
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