domingo, 31 de diciembre de 2017

IX, 44. La liga de los reductores de ruinas múltiples

Por lo que llevamos experimentado[1], se entiende que los autores de sonetos sobre ilustres e ilustradoras ruinas, casi nunca las vieron. Castiglione se supone que sí, las de Roma; Herrera quizá, las de Itálica, que le pillaban cerca, al fondo a la izquierda del barrio de Triana. Para contemplar las de Cartago, a Garcilaso, Cetina y Tasso no les bastó con pisar las arenas del desierto africano: tuvieron que echar mano de alguna guía de viajes. Sin problemas, pues, dada su condición de lectores impenitentes. Ayudaría, por ejemplo, el Libro I de las Historias de Polibio, que adujo y recondujo (hacia La Goleta) Herrera en sus Anotaciones (p. 472):

está sobre un monte o cabo que se tiende al mar i tiene forma de isla […]. Oi se ven algunas antiguas reliquias de su grandeza […]. Fue Cartago en la garganta de aquella laguna por donde se va a Túnes. Poco más adentro uvo una isla pequeña o montezillo mui llano en medio de las aguas, en el cual los moros i después los turcos levantaron un castillo, que por estar en la garganta de aquella laguna lo llamaron Goleta.

No ver lo que uno canta seguramente es augurio de bitematismo: como el soneto no da para tanto, vuelvo a mi yo, moral, enamorado, lo que sea, y lo entrelazo con la grandeza de ciudades que destruyó el tiempo. También podría sostenerse esta otra explicación para tales estructuras bitemáticas: con su amontonamiento deslavazado de restos y piedras, la ruina se convierte en significante que no enlaza con una urbe o una arquitectura: un significante sin significado ni correlato con la realidad. La ruina, entonces, como un modo de música. Contemplar un significante así es escuchar el sonido que va dejando el tiempo al pasar; pero inquieto y sin asideros, el contemplador ansía un significado, un puente con el espacio tangible. Se lo brindan la memoria (lectora: los textos pretéritos) y la imaginación. Sí: al escuchar la música del tiempo mientras sigue la partitura de unas ruinas, la cabeza se le va al poeta hacia otro sitio: a ti, querida; a vosotros, prisioneros como yo del ir pasando pesadamente todo al pasado.
Un soneto es un vértigo: ante sus escasos versos ya tasados y medidos pero aún por componer, el sonetista sabe que deberá comprimir su mensaje —que lo lleva muy completo y muy muy dentro— y siente que no podrá expresarlo a su manera: teme que las coincidencias con sus antepasados le veden la innovación. Y sin embargo… Frente a Castiglione, a Tasso, a Garcilaso y a él mismo, Cetina había incorporado al soneto de las ruinas la novedad de la microantología de las urbes derruidas. Con un cuarteto le bastó para ajustar el itinerario por nueve ciudades que en Europa, Asia y África sufrieron el estrago del incendio que aniquila:

Si de Roma el ardor, si el de Sagunto,
de Troya, de Numancia y de Cartago;
si de Jerusalén el fiero estrago,
Belgrado, Rodas y Bizancio, junto;
si puede a pïedad moveros punto
cuanto ha habido de mal del Indo a Tago,
¿por qué del fuego que llorando apago
ni dolor ni piedad en vos barrunto?
Pasó la pena de estos, y en un hora
acabaron la vida y el tormento,
puestos del enemigo a sangre y fuego.
Vos dais pena inmortal al que os adora
y así vuestra crueldad no llega a cuento
romano, turco, bárbaro ni griego.[2]

Tras la vertiginosa enumeración de ruinas, el característico tema segundo: cualquier fuego destructor que relate cualquier historiador de cualquier pueblo, «romano, turco, bárbaro ni griego», os conmueve, oh amada cruel, menos el arder de amor que, por vos, consume a quien suscribe. La frontera bitemática queda marcada aquí no sólo por la estructura (4 + 10 versos), sino también léxicamente: el mal de las ciudades destruidas duró «un hora»; la mía, en cambio, es «pena inmortal». El tiempo, siempre en acción. Pero ahora quiero subrayar que con su inicial y brevísima postal, había vencido Cetina el reto del vértigo del soneto. Y de rebote propuso a los siguientes poetas una nueva competición. ¿Sería alguno capaz de superarlo en esta liga sonetil de reductores de ruinas múltiples?
El tiempo nos lo dirá.

[2] Sonetos y madrigales completos, ed. B. López Bueno, Madrid, Cátedra, 1981, p. 140 (modifico algo la puntuación).


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